- Hablarán de su obra Rosa Beltrán, Jaime Labastida, Silvia Molina y Jesús Silva-Herzog Márquez
- El jueves 24 de agosto a las 19:00 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes
A un año del fallecimiento de Ignacio Padilla (1968-2016), la Academia Mexicana de la Lengua (AML) lo recordará en un homenaje en el que participarán Rosa Beltrán, Jaime Labastida, Silvia Molina y Jesús Silva-Herzog Márquez, quienes hablarán de su labor como académico y prolífico escritor, el jueves 24 de agosto a las 19:00 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
“Este ha sido un buen año. Yo ingresé a la Academia Mexicana de la Lengua hace cinco años como correspondiente por el estado de Querétaro y he estado trabajando desde entonces. Todavía me tocó una época en la que estaban maestros tan maravillosos como Ernesto de la Peña, vivía todavía Granados Chapa, estaba ahí quien era mi compañero de banca y maestro, Vicente Leñero”, compartió Ignacio Padilla en la última entrevista que concedió a la Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Fue Gonzalo Celorio quien invitó en 2011 a Ignacio Padilla a ingresar a la AML. Ese año inició su noviciado como miembro correspondiente por el estado de Querétaro. Cinco años más tarde ocuparía, ya como miembro de número, la silla 34, que dejó vacante Hugo Gutiérrez Vega (1934-2015). En entrevista, Celorio se refirió a Padilla como un hombre muy culto y conocedor de la literatura en varias lenguas, con una presencia siempre cordial, atenta y rigurosa.
“En la Academia tenemos por estatuto la obligación de hacer una lectura de un trabajo de nuestra autoría una vez al año, y la verdad es que cuando le tocaba a Ignacio Padilla participar, nos deslumbraba a todos los académicos con su magnífica prosa, su finísimo humor y su gran conocimiento de los temas que trataba. Era un miembro distinguidísimo de la corporación y lamentamos muchísimo su muerte, tan temprana, porque no había cumplido 50 años cuando ese fatal accidente terminó con su vida y nos dejó el lugar con un hueco realmente muy grande y difícil de llenar”, lamentó Celorio.
Asimismo, resaltó la obra literaria de Padilla, a quien considera un escritor muy fecundo y precoz, al igual que al grupo al que perteneció: el Crack. “En primer lugar era un cuentista. Era el género que mejor lo representaba. Sus libros de cuentos son verdaderamente extraordinarios. El androide y las quimeras o Las fauces del abismo son libros paradigmáticos. También era un novelista, autor de novelas históricas complejas que iban más allá de las fronteras nacionales. Esto habla de una cultura universal y de un conocimiento amplio.
“Lo que tiene el Crack realmente como gran aportación es que ya no se preocupó, como las generaciones anteriores, de la búsqueda de la identidad nacional, porque ya la dio por resuelta de alguna forma. Entonces uno se encuentra con Jorge Volpi, que puede escribir una novela que se ubica en el ámbito alemán de la Segunda Guerra Mundial, o a Ignacio Padilla, que tiene novelas como Amphitryon o Espiral de artillería.
“Por otra parte, era un gran estudioso de la literatura y un gran ensayista. El legado de los monstruos, un tratado sobre el miedo y lo terrible, implica un gran conocimiento histórico y literario, y una capacidad ensayística para presentar con gran actualidad estos problemas antiguos”, añadió.
A decir de Celorio, en el panorama de la literatura mexicana contemporánea Ignacio Padilla es una figura totalmente cimera e imprescindible: “Era un gran conocedor de los dos grandes de la literatura universal: Cervantes y Shakespeare, nada menos. Conocía varias lenguas. Era un conocedor obviamente del español y del inglés, que son las lenguas de su formación, pero también del italiano. Era un hombre de una cultura ecuménica, muy sólida; una gran cultura clásica y, al mismo tiempo, una gran creatividad literaria, con una imaginación febril que además produjo varios libros para niños. Era un escritor muy completo.
“Era muy apreciado, querido y admirado por los escritores jóvenes. Eso cuenta mucho, porque no era un escritor concesivo, sino muy rigoroso, con una formación académica muy sólida, un lenguaje muy culto y una referencialidad literaria universal, y, sin embargo, un escritor que podía establecer puentes muy cercanos y transitables con los lectores jóvenes”.