Este martes 29 de marzo de 2011 se cumplen 5 años de la muerte de Salvador Elizondo. Nacido en la Ciudad de México el 19 de marzo de 1932, Elizondo es una de las voces más originales y vanguardistas de la literatura mexicana. De su obra sobresale Farabeuf o la crónica de un instante, libro que le mereció el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para escritores, 1965. A continuación un breve fragmento:
Este martes 29 de marzo de 2011 se cumplen 5 años de la muerte de Salvador Elizondo. Nacido en la Ciudad de México el 19 de marzo de 1932, Elizondo es una de las voces más originales y vanguardistas de la literatura mexicana. De su obra sobresale Farabeuf o la crónica de un instante, libro que le mereció el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para escritores, 1965. A continuación un breve fragmento:
Abriría la puerta inmediatamente después de que se produjera el ruido de las tres monedas al caer sobre la mesa y la vería de espaldas. En sus ojos se habría grabado la imagen de ese momento, de ese espacio donde la luz mortecina del atardecer se iba coagulando en torno a los objetos como la sangre que brota apenas de la incisión hecha en el cuerpo de un cadáver y vería todas las cosas que allí se encontraban como si fuera la primera vez que entraba en el salón. Junto a la puerta del pasillo la mesilla de hierro con la cubierta de mármol. Encima de la mesilla, colgada del muro, la copia, al tamaño, de un famoso cuadro en el marco del cual relucía una plaquita de bronce con el título grabado en letra inglesa: incomprensible por estar escrito en una lengua desconocida. Entre las dos ventanas el tocadiscos que giraba en la penumbra difundiendo insistentemente el estribillo de una canción anticuada y obscena. Iría hasta la mesilla sobre la que dejaría sus guantes después de habérselos quitado cuidadosamente. Era preciso no decir ni una sola palabra. Absorbería mentalmente cada uno de estos objetos poniendo toda su atención en ellos, en la luz que los iluminaba y olvidaría momentáneamente el rostro de esa mujer que lo esperaba inmóvil sin volverse hacia él, que lo esperaba sin que él conociera su verdadero rostro, su rostro de aquel momento que tal vez fuera para entonces –si las monedas habían caído en la disposición de tres yang o de dos yang y un yin– el rostro de otra y no de la que él había conocido, esa mujer cuya voz lo había llamado angustiosamente a su lado por teléfono. Apoyado a un lado de la pequeña mesa con cubierta de mármol, podía ver su rostro reflejado en el enorme espejo que pendía de la pared opuesta y podía ver el reflejo de la figura de la mujer, de espaldas al espejo, en la misma forma en que esta representación hubiera surgido en la mente de alguien que pretendiera describir el momento de su llegada a aquella casa. Perdió entonces la noción de su identidad real. Creyó ser nada más la imagen figurada en el espejo y entonces bajó la vista tratando de olvidarlo todo.