El instante perpetuo
Sus lecturas sobre el erotismo de Bataille y Ezra Pound permitieron a Elizondo construir su novela Farabeuf. Pound le encaminó hacia el descubrimiento de ciertos aspectos de la cultura china que tendían a complementar esa otra inquietud, más profunda, que acerca de este pueblo maravilloso había despertado en él la foto de un supliciado.
Farabeuf o la crónica de un instante es considerada la novela capital del escritor, y nació de una fotografía encontrada en Les Larmes d´Eros de Bataille; el propio Elizondo lo explicó en su Autobiografía (1966):
“Esa imagen se fijo en mi mente a partir del primer momento que la vi, con tanta fuerza y con tanta angustia, que a la vez que me iba dando pauta casi automática para tramar en torno a su representación una historia, turbiamente concebida, sobre las relaciones amorosas de un hombre y una mujer, me remitía a un mundo que en realidad todavía no he desentrañado totalmente: el que está involucrado con ciertos aspectos de la cultura y el pensamiento de China”.
En Farabeuf o crónica de un instante (1965), la imagen de un hombre atado a un poste, cuyos miembros han sido estirados según técnicas tradicionales – Leng T´che-, permite que la escritura, los sentidos e interpretaciones posibles graviten. Los personajes, el doctor Farabeuf y una enfermera llamada Melanie, se pierden en la fascinación que propicia el aniquilamiento.
A partir de la foto del supliciado, se emprende una intensa indagación en la naturaleza el recuerdo, del amor, del tiempo y de la muerte. Se mezclan los rituales arcaicos con las fantasías científicas, se encuentran entre sí los límites de la trasgresión, lo erótico, lo violento... todo esto para plantear preguntas angustiantes sobre la identidad y el deseo.
Inspirado en la técnica del montaje de Sergei Eisenstein, donde mediante la proximidad de dos imágenes de cosas concretas se puede crear, en el espectador, el surgimiento de una idea absolutamente abstracta, Elizondo logró desdoblar la imagen del supliciado y convertirla en una secuencia, en una repetición de una imagen que fuera a la vez fascinante y terrible.
Así transcurre Farabeuf: el tiempo, ante la proximidad de la muerte, crea otro tiempo: el del momento que se detiene. De esa manera el erotismo y el horror se confunden, los límites que separan el placer del dolor son inciertos.
Con esta obra, Elizondo logró encontrar coincidencias entre el principio de montaje eisensteniano y el carácter abstracto que posee la escritura china; cayó en cuenta de que los chinos desde hace siglos habían conseguido en la escritura de sus caracteres ideográficos exactamente los mismos resultados que Eisenstein había buscado en sus películas.