Con la mesa Reflexiones sobre el cuento finalizó el mes de Amparo Dávila, ciclo que celebró sus 90 años de vida
Hay que entrarle a su narrativa sin encasillarla, coincidieron los escritores Fernando de León, Julieta García e Iliana Vargas
“Circular por la obra de Amparo Dávila es sumirse en una narrativa inclasificable, por ello, al acercarse a ella, sería bueno hacerlo sin pensar qué tipo de literatura es, sin encasillarla”.
Así coincidieron los escritores Julieta García, Fernando de León e Iliana Vargas el día de ayer en la Sala Adamo Boari durante la mesa Reflexiones sobre el cuento, actividad que cerró con el mes de Amparo Dávila, ciclo que la Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes le rindió a la escritora zacatecana por sus 90 años.
Durante la mesa, los participantes resaltaron que la narrativa de Dávila se sujeta a la poética de lo no dicho. Afirmaron que en sus cuentos pesa lo que no se dice, lo oculto, porque de ahí es donde viene el terror y la “aparente” resolución. Esto lo podríamos señalar como una poética de lo no dicho. Sus monstruos son monstruosos porque nunca se pueden describir, porque no sabemos cómo son, de dónde vienen; como sucede, por ejemplo, en El huésped.
Explicaron que a la también poeta difícilmente se le puede ubicar en una tradición, incluso, dentro de lo fantástico. “Habla de ese terror cosmogónico como Lovecraft, está lo innombrable de Francisco Tario o Felisberto Hernández, hay un juego con la palabra como en Jorge Luis Borges. Difícilmente se puede decir quiénes fueron los autores que la formaron, sin embargo, como en Henry James, hay esa duda sobre la realidad, en donde lo fantástico se torna un problema psicológico”, compartió Fernando de León.
Detallaron que, como autora, cumple a cabalidad con la tradición del cuento fantástico, donde convive lo onírico, lo sobrenatural y lo ominoso. Sin embargo, en su obra se levanta una visión crítica. Por ejemplo, El último verano es un cuento que utiliza esa poética de lo no dicho, del ocultamiento.
“Dávila juega con la decencia y el sentido del caos. A sus personajes les pasan cosas horribles cuando algo debe ser ordenado, y en el momento en que ese orden se rompe, los protagonistas se sumergen en una melancolía tan profunda que nos duele”, expresó Julieta García.
“Quizá esto se deba a que fue una autora a quien todavía le tocó vivir dentro de una educación decimonónica: originaria de Zacatecas, se traslada a San Luis Potosí donde acude a una escuela de monjas. Ella tan inteligente, en ese mundo tan constreñido en que creció, tuvo que descubrir salidas, y quizá escribir fue una manera de salvarse. Ella, a sus 90 años, sigue siendo una persona muy libre, muy vital y lúcida”, agregó la también editora.