El pasado domingo 31 de octubre, dentro del ciclo Protagonistas de la Literatura Mexicana. María Luisa "La China" Mendoza, acompañada por escritores, editores y artistas cercanos como Beatriz Espejo, Carmen Parra, Joaquín Díez-Canedo y René Avilés Fabila, en compañía de Miguel Sabido, como moderador, fue reconocida por su enorme trayectoria como narradora. "La China" Mendoza pronunció las siguientes palabras a modo de agradecimiento:

El pasado domingo 31 de octubre, dentro del ciclo Protagonistas de la Literatura Mexicana. María Luisa "La China" Mendoza, acompañada por escritores, editores y artistas cercanos como Beatriz Espejo, Carmen Parra, Joaquín Díez-Canedo y René Avilés Fabila, en compañía de Miguel Sabido, como moderador, fue reconocida por su enorme trayectoria como narradora. "La China" Mendoza pronunció las siguientes palabras a modo de agradecimiento:

Entre los muchos deberes de la vida, como abrocharme los botones por la mañana o desprenderme para siempre de alguien bienamadísimo, está ir—del verbo ir—a una presentación propia a fuerzas, porque es un honor, por disciplina, por agradecimiento, porque te lo has ganado. Se es escritor aprendiendo a oír a los demás aunque sea hablar de ti. Pero, me pregunto, qué ocurre si digo no, si me niego a asistir, no me lo perdonaría jamás, no sé cómo podríanse vivir los primeros días…es como perder un avión o llegar tarde a tu matrimonio. Además tampoco lo creería alguien si se enterara del desplante soberbio, diría, inusual, tonto…Ella es así, conflictiva, volcán en erupción ¿quién se cree?.  Tampoco nadie aceptaría bien a bien  mi timidez irrefrenable, educada para no existir, silencia y bien sentada…si alguna vez en la infancia hablé digamos de más y dije lo que realmente se me antojaba decir aunque fuera en el juego, las reclamaciones, regaños, castigos, memorias pasaron de reprimendas a culpas eternas…¿te acuerdas cuando...dijiste, pegaste, gritaste, perjuraste etc.?

Me califican barroca, es cierto el nacimiento en el cuadriculado, polifónico, laberintico Guanajuato, como su nombre lo indica, me prepararon para la falta de mesura y los demás lo intuyeron, entonces fue el demonio del ser con la demencialidad de la alegría, el vencimiento con el sol y la luna y las ganas de contar tal cual lo que pasaba abajo de mis balcones. Así fui lo que soy, esta mezcla de siciliana y carmelita descalza. Ahora de vez en vez me enfrento con tales disyuntivas, o Dios o Diablo, por eso lo escrito por mí es un estallido de luz con sus tormentas de lágrimas, y así no se hace juego con los muebles de mis compañeros de la vida literaria… mis mermas son más que los contrafuertes.

Amén de haber nacido en unas témporas que para qué les cuento. Mis padres se casaron en la útima misa públicas ejercida en el pueblo, salió la pareja del templo de Belén en Guanajuato, por un caminito de campesinos con calzones blancos y machetes. Mi madre, que siempre fue la víctima del terror de sus alrededores y la estupefacción de ser ella el punto nodal, perdió hasta el misterio que la rodeó siempre y su carita sibilina, secreta, dejó ver por primera vez sus sentimientos de niña aterrorizada.  Mi  padre en cambio, como un duque con su sombrero de copa bajo el brazo, parecía en esa película perdida para siempre, la satisfacción de llevarse a la muchacha del sortilegio muy del brazo. Luego nací yo ahora sí que “entre campanadas centrífugas y silbatos febriles”. En plena revolufia y dentro de la educación más católica de los personajes dignos de Pérez Galdós… antes digan que me he atrevido a tanto, desde las niñas yeguas finas y sus lomos brillantes negro azabache, hasta ser reporterita audaz, pintora de telones en el Sur de Norteamérica, enviada especial al mundo entero sin saber idiomas y con un inglés deshilachado menor al de Katty Jurado. Mis subidas a la tribuna en la cámara de Diputados es otro  cantar de pura valentía a calzón quitado. Soy una Pípila que come con cubiertos.

Según pasan los acelerados años cada vez me gusta menos hablar en público, ni en privado. Lo primero lo venzo por hambre. Lo segundo lo practico por las caras vistas de mis amigas cuando emito sonidos. Es decir que debo oír lo inimaginado sobre mí, y  yo no tengo permiso para dar una que otra coz defensiva. Mi refugio es escribir, hoy con unos trabajos de Hércules en la computadora. Creo que allí es cuando más sola me siento. Tengo que pagar para reaprender. Hoy estoy ante ustedes hablando sin piel, encuerada como los antiguos aztecas se dejaban pelar y sus cueros iban a dar a otros cuerpos más necesitados. Poco a poco he sido descarapelada, y me duele mi continente con el aire. No sé ya decir nada porque creo ya no necesito nada, ni lo deseo. El tiempo de pedir la beca Guggenheim pasó a la historia, las ganas de casarme también, ni siquiera ser una de las la ancianas coronadas que tuve en la vida que contemplar, una tras otra. No deseo tampoco el clásico traje Lapidus anhelado, con mis medallas del Congreso de mi tierra me conformo. Me gustaría guardar el silencio sigiloso de Toledo, el grandísimo pintor, la ausencia tenaz irreductible del gran escritor Manuel Echeverría, y la clausura sacerdotal de antes, perteneciente al callado ayerJosé Emilio Pacheco. Hay profesionales declarantes, irreductibles firmantes, insustituibles consagrados. Mi pasmo de madurez me defiende. Ni quiero ni me importa. He escrito diariamente durante cincuenta y seis años seguiditos sin tropiezo ni siquiera cuando mi madre moría o yo era tenazmente operada sin pasmar por desgracia. Escribir me es natural, como hacer mi cama, jugar con mi perro y enamorarme neciamente malgre´tout . A mí no me hace falta anunciar voy a escribir la gran novela . Ya la escribí, sin el final feliz operístico. Creo, lo que me enseñaron, todo creo entre mis innúmeros tercos tatuajes.  Católicos, nacionalistas, de justicia social…y así y todo no merecí ni siquiera el premio Villaurrutia,  negándoseme con la obscena crueldad de los enemigos inmerecidos. Desde allí empezó la debacle.

Pero este día frío de casi invierno, me ha sido privada la voz divina para dar las gracias a los míos, inmerecidos, hermosos como leones de zoológico, reyes de mi infancia…me hubiera comprado de estar enterada, un vestido nuevo porque no me iban a pegar, trastocando a Héctor Azar, quien fue mi hermano más enojado y más leal, sino porque mi ángel de la guarda movió al aire sus alas más rápido que de costumbre (últimamente sólo me contempla muy compungido de ni por lo menos salvarme del pecado mortal.)  Mi ángel está decepcionado de mi no pedida santidad virginal. Me porto muy bien, no me acompaña a beber o a desmelenárnos juntos. Somos el hastío. Estas fiestas de verano son inesperadas y divinas. Gracias a Carmen, a Beatriz, a Miguel, a Joaquín y a René. Ni que fuera premio Nobel… Suya por siempre, muchachos.