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La escritura como ejercicio de salvación existencial
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“Siempre he creído que el recuerdo per se es una ficción”, Érika Mergruen
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Miércoles 22 de agosto, 19:00 horas, Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes
¿Cómo se convierte un recuerdo en una ficción? ¿De qué manera se puede narrar un testimonio sin faltar a la verdad, pero dándole estructura narrativa o dramática? ¿Por qué tomar las propias vivencias para convertirlas en textos que serán leídos por extraños? De esto y más se charlará en esta presentación del ciclo México escrito por mujeres.
En entrevista, las tres autoras que participan en esta actividad respondieron estas preguntas a su aire. Esther Hernández Palacios comentó que en el caso de Diario de una madre mutilada (Premio Bellas Artes de Testimonio Carlos Montemayor 2011) no se basó en el recuerdo para escribir, ya que su libro es un “diario”. Fue escribiendo día con día lo que pasaba con una pluma varias veces en una jornada. Era una pluma de gel que se deslizaba rápidamente sobre el papel de una libreta de pasta dura sin espiral para no caer en la tentación de arrancar la hoja si no estaba contenta con lo que escribía.
Como no eran recuerdos lo que Hernández Palacios asentaba a raíz de una difícil experiencia, sino sólo la traducción a palabras de sus sentimientos, pensamientos, reflexiones y juicios no era difícil ser fiel a la verdad. Puntualizó que “no había mediación entre lo que me pasaba y lo que escribía. La única mediación era que, al traducir en palabras lo que pensaba y sentía, se separaba de la vivencia y la convertía en discurso”.
Por último, afirmó que “el dramatismo estaba en lo que sucedía, y claro mi dolor dejaba de ser mi dolor: al plasmarse en el papel se convertía en la representación de mi dolor”. La autora dijo que traducir su dolor y plasmarlo en una representación para sacarlo de sí, compartirlo con el papel y la pluma, le permitió seguir viva. Cuando escribió su diario no pensó en que fuera a darlo a conocer: “lo escribí como un ejercicio de salvación”.
Por su parte, Berta Hiriart considera que los recuerdos siempre nutren la escritura de ficción. Pueden o no estar en primer plano pero no hay modo de escapar de las referencias de la memoria. Algunos escritores han hecho el experimento de enlazar las palabras y partir únicamente del presente. Se trata de un juego, a veces interesante, otras, francamente aburrido. No da para gran cosa. Piensa que los humanos son en gran parte la suma de lo vivido.
“También somos nuestros sueños, anhelos, pensamientos, sin embargo ¿de dónde surgen estos si no es de las experiencias pasadas?”, inquirió la dramaturga y narradora. Considera que el escritor de ficción no tiene un compromiso con la verdad, entendida al modo del historiador o del periodista. Su trabajo no consiste en dar un testimonio fiel de la realidad, sino en crear algo nuevo partiendo de los elementos que la realidad le brinda.
Berta Hiriart cree que sólo la autobiografía cuenta las vivencias propias de manera directa. Quien la escribe intuye que lo ocurrido a lo largo de su vida o en cierto periodo de ella puede interesar a otros. Por lo demás, las confesiones abordan circunstancias que no son ajenas al resto de los mortales. Otros géneros, en cambio, sólo tocan los recuerdos de soslayo. Una novela, un cuento o un texto dramático no buscan contar una experiencia; sino trazar o delinear personajes verosímiles que transmitan una vivencia significativa.
Berta Hiriart también escritora de obras para niños dijo que algunos de sus textos han surgido de una noticia periodística o por haber sido testigo de algún hecho pero, en cambio, otras sí están tejidas básicamente a partir de experiencias personales: “En Adiós, querido Cuco mi recuerdo [por la muerte de mi mascota] está ahí, sin duda, con toda su carga emocional, pero la historia que cuento no es la mía porque entonces yo no entendía lo que me estaba sucediendo. Todo era confusión, dolor y miedo por la posibilidad de mi propia muerte o la de mis papás. En la obra mencionada, en cambio, hay un orden, un proceso de toma de conciencia. Me parece que para eso se escribe, y también se lee: para darle a los hechos del mundo, a los recuerdos, un cauce manejable”.
Por último, para Érika Mergruen, ganadora del Premio DEMAC 2001-2002, Autobiografías, Diarios y Testimonios de Mujeres Mexicanas, por La ventana, el recuerdo como relato, externó que no hay una fórmula para convertir un recuerdo en una ficción, pero al plasmarse en palabras deja de ser un recuerdo propio: “Siempre he creído que el recuerdo per se es una ficción”.
Las versiones de una misma anécdota en una familia escrita por cada uno de sus integrantes serán distintas porque todo depende del punto de vista. Ocurre lo mismo en la literatura: depende de quién narra, desde qué perspectiva, qué momento se cuenta y qué voz se toma.
Para finalizar la entrevista, la narradora y poeta Érika Mergruen afirmó que lo relevante de recuperar los recuerdos para que se vuelvan ficción y lleguen a ser literatura es porque sirven para tomar distancia: “uno se vuelve el propio testigo de su propio recuerdo sin cargas morales, sin decir si algo estuvo bien o mal, simplemente al reproducir la vivencia y lograr que el lector viva lo que tú viviste aunque no tenga un recuerdo parecido, se logra el propósito de la ficción”.