• Participarán los actores Laura Zapata y Arturo Rosales
  • El domingo 24 de enero al mediodía en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes; entrada libre

 

 

Para conmemorar los 30 años del fallecimiento de Juan Rulfo, los actores Laura Zapata y Arturo Rosales darán voz a algunos de los personajes del autor jalisciense con la lectura de fragmentos de sus obras, el domingo 24 de enero a las 12:00 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. La entrada será gratuita.

 

La tarde del 7 de enero de 1986 se dio a conocer la noticia: Juan Rulfo había muerto en la Ciudad de México. La conmoción no se hizo esperar entre propios y extraños, pues había partido el autor de “una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica y aun de la literatura”, como lo llegó a calificar Jorge Luis Borges. Había fallecido quien hizo hablar a los difuntos en su novela Pedro Páramo (1955), obra por la cual entró a la pléyade de los autores imprescindibles del arte universal.

  • Participarán los actores Laura Zapata y Arturo Rosales
  • El domingo 24 de enero al mediodía en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes; entrada libre

Para conmemorar los 30 años del fallecimiento de Juan Rulfo, los actores Laura Zapata y Arturo Rosales darán voz a algunos de los personajes del autor jalisciense con la lectura de fragmentos de sus obras, el domingo 24 de enero a las 12:00 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. La entrada será gratuita.

La tarde del 7 de enero de 1986 se dio a conocer la noticia: Juan Rulfo había muerto en la Ciudad de México. La conmoción no se hizo esperar entre propios y extraños, pues había partido el autor de “una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica y aun de la literatura”, como lo llegó a calificar Jorge Luis Borges. Había fallecido quien hizo hablar a los difuntos en su novela Pedro Páramo (1955), obra por la cual entró a la pléyade de los autores imprescindibles del arte universal.

 

Juan José Arreola, al enterarse de su muerte, dijo creer más en las letras de Sayula, lugar de donde era originario Rulfo, que en las universales. “Rulfo consagró la voz de la tierra. Nadie puede continuar su obra, ni él mismo se atrevió a hacerlo”, aseveró en ese momento. Y era cierto, pues se sabe de la existencia de un manuscrito titulado La cordillera, que sería su siguiente novela y nunca llegó a publicarse, ya sea porque estaba inconclusa o porque fue incinerada por el propio Rulfo, como cuentan algunos. También escribió El hijo del desaliento, que tuvo la misma suerte que la anteriormente citada, pero de la cual sobrevivió Un pedazo de noche, cuento publicado en la revista América por su amigo Efrén Hernández.

 

En 1935 llegó Rulfo a la capital e ingresó en el Colegio Militar, pero desistió tiempo después y cambió la milicia por la literatura. Trató de estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras pero, al no poder revalidar sus estudios, se conformó con ser oyente durante las clases. En 1936, Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno entró a trabajar al Departamento de Migración de la Secretaría de Gobernación, donde laboró durante diez años, tras los cuales decidió renunciar y comenzar a viajar por todo el territorio mexicano gracias a su nuevo empleo como publicista de la empresa de neumáticos Goodrich Euzkadi. Para este momento ya había trabado amistad con sus paisanos Juan José Arreola y Antonio Alatorre, quienes le publicaron algunos cuentos. Incluso se había desarrollado como fotógrafo, un ámbito poco conocido dentro de su trayectoria.

 

Las tempranas muertes de sus padres, mediadas solo por cuatro años entre una y otra, dejaron a Rulfo en el desamparo desde pequeño, por lo cual debió vivir en un internado de Guadalajara, donde tuvo sus primeros encuentros literarios gracias a la biblioteca del lugar. “Allí fui donde me sentí más solo y adquirí este estado depresivo que nunca me pude sacar de encima”, confesó alguna vez. También mencionó algo similar al haber dejado de trabajar para Goodrich tras cinco años de manera ininterrumpida de recorrer el país, “sin descanso, sin domingos, ni días feriados”, se lee en Noticias de Juan Rulfo de Alberto Vital. Renunció y la depresión volvió a llegar. “Me sentía desgastado físicamente como una piedra bajo un torrente”. Sin embargo, después comenzó su obra literaria más conocida: “Cuando escribí Pedro Páramo yo atravesaba un estado de ánimo verdaderamente triste”, se lee en el mismo documento.

 

Fue hasta los años cincuenta cuando Rulfo dejó todo por la literatura, tras obtener dos becas consecutivas (1952-1953 y 1953-1954) en el Centro Mexicano de Escritores, y a partir de ahí nació la leyenda. En 1953 fue publicado su libro de cuentos El llano en llamas, y en 1955, su novela Pedro Páramo. Estaba por cumplir 38 de edad cuando se editó ésta última. En 1958 escribió la novela breve El gallo de oro, pero fue publicada hasta 1980. La fama lo alcanzó rápidamente: invitaciones para hablar en el extranjero, reconocimientos, premios, reimpresiones de sus obras y estudios críticos sobre sus libros comenzaron a aparecer. Para 1959, sus dos títulos editados hasta entonces lograron vender un millón de ejemplares cada uno.

 

El mismo Rulfo se encargó de levantar tras de sí su propio mito. Muchos se preguntaban las razones de su silencio literario después de haber escrito tan magnas obras. En 1974 en Venezuela, durante una entrevista, atribuyó a la muerte de su tío Celerino su abandono de la escritura, pues era él quien lo proveía de historias para contar. Cierto o no, sus personajes llegaron a tomar camino por sí solos, y ahora Susana San Juan, doña Eduviges, Juan Preciado, Juvencio Nava, Macario y Anacleto Morones ya son conocidos en aproximadamente 90 países, gracias a la traducción a más de 50 lenguas diferentes que se han hecho de las obras del jalisciense, uno de los escritores nacionales más reconocidos en México y el extranjero.

 

El Instituto Nacional Indigenista fue el lugar donde Rulfo trabajó sus últimos 23 años de vida, consagrando su talento a otra de sus vocaciones: la antropología contemporánea y antigua de México. Su deceso ocurrió cuatro meses después de ser diagnosticado con enfisema pulmonar. Falleció en su casa de la Ciudad de México,  pero ante la noticia, Juan José Arreola afirmó que no había muerto: “Ha nacido con todos los que amamos la literatura”.

 

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