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Transfiguración de lo real

 

-Su fascinación por el realismo, el énfasis en lo verosímil a través de juegos que identifican al narrador con el autor han logrado despistar a más de un crítico que considera sus ficciones más reales que lo real y lo instalan en el cajón estrecho del desacreditado costumbrismo.

-Cuando la imaginación es fértil, lo deseado adquiere una realidad semejante a la de todos los días. Toda ficción es una transfiguración de la realidad para encontrarle un significado más profundo. Las cosas solo adquieren sentido por el modo en que son contadas. Sólo así pueden iluminar un sector de la realidad e interpretarla. No cuentas por contar, al menos no es mi caso. En el momento que escoges contar algo, ya le estas dando forma. La realidad en sí misma carece de orden: la realidad no tiene forma ni principio ni fin, se la otorga uno.

-¿Cómo elige qué cosa de la realidad merece contarse?

-No la elijo, me atrae o no me atrae. Hay cosas que no me atraen, que no me interesan. Que ni las cuento ni las leo. Hay munditos que no me gustan.

-¿Ordenar la realidad significa enjuiciarla?

-Uno siempre tiene un juicio sobre la realidad sino para qué la presentas. Contar significa hacer un juicio sobre algo y forzar a los lectores a hacerlo también. Aunque te niegues, en la narración están los elementos de juicio. En Flor Abismo, por ejemplo, pareciera que estoy haciendo caso omiso de las acciones que tienen lugar en la novela. Pareciera, insisto, que es un grupo de gente el que está hablando y nos cuentan algo que ellos no entienden. Aparentemente no hay juicio moral, no hay interpretación, sin embargo, bajo esa modalidad narrativa le estoy exigiendo al lector que sí lo entienda.

-Hay una moral inherente a la novela, al cuento, pero para muchos escritores la palabra moral es como un estigma del que quisieran desprenderse. Moralidad es una palabra que parece apestada en el medio literario.

-Esopo y La Fontaine son moralistas. Los fabulistas son los que realmente están haciendo proposiciones prácticas de moral sin moraleja. Pero no creo que el problema sea si existe o no una moralidad literaria. A mi no me cabe duda que existe. Pero el verdadero problema consiste en que no se sabe distinguir entre ética y moral. El orden ético de una narración es distinto a la moral de tal o cual personaje, que el lector más ingenuo suele confundir con la moral del autor del libro.

-Dice que toda ficción es transfiguración de la realidad, ¿esa realidad se transfigura porque se conoce o porque se desea conocer?

-Por lo general no tengo idea ni de lo que va a pasar ni de lo que quieren decir las obras. No hay en mi ese tipo de premeditación. Cada obra es una proposición distinta. Cuando has avanzado y tienes una obra completa, redondeada, empiezas a saber más o menos lo que es. Sabes lo que no se quiere decir, que es ya saber mucho. Pero es en el trabajo donde aquello se va afinando y se va develando y empiezas a encontrar sus sentidos. En El sol, yo tenía la anécdota pero no podía contarla, hasta que apareció la figura del ermitaño y me cambió la visión de la historia, se convirtió incluso en el pivote que mueve la novela.

-¿Pero surgió después de tener la anécdota?

-Bueno, la historia del ermitaño es una segunda anécdota en la novela, pero obviamente embonada y como complemento de la primera. Son cosas que se te aparecen en pedazos. Me pasó también con El norte. Había trabajado la novela pero no estaba realmente completa, tardó mucho tiempo en irse apareciendo, formulando. Tenía escenas sueltas, pero no me sabía toda la historia, traté de averiguarlo. Y no te digo inventando, sino averiguando.

-Dice averiguar y le digo que reconozco en sus trabajos la calidad de suspense y tensión propia de la novela policíaca, de la que por cierto es un frecuentador asiduo ¿me equivoco?

-No, desde niño frecuente el género. Pero supongo que es oficio, el saber cómo mostrar, cómo ocultar y cómo engañar con la verdad, es un oficio. Pero eso ya lo dice Lope, en El arte de hacer comedias: engañar con la verdad es dos veces más deleitoso. De Lope extraigo esa lección, ese texto que le menciono es un libro de artesanía, de cocina literaria, que siempre lo leen al revés porque es un texto muy sarcástico contra los críticos, no contra el público: yo soy un pendejo, parecer decir Lope, pero nada más he escrito como 400 obras y ustedes sí se las saben todas. No está haciendo pendejo al público sino a los críticos, por eso los críticos prefieren leerlo al revés. Tanto y de tal modo, que pensaban que se degradaba. Mientras, él era muy feliz con lo que hacía y les daba una muestra de arte nuevo, que por cierto, ya no es aristotélico. Creo que Lope es un hombre de oficio gigantesco, muy imitable. En realidad, mi obra El relojero de Córdoba es lopezca.