Entrevista a Emmanuel Carballo

 

A 80 años de la vereda literaria, crítica y sentimental de Carballo
Lourdes Salgado

Imponerse en la literatura mexicana no es fácil. Son muchos los caminos a seguir y las rutas por trazar para consolidarse. Alfonso Reyes, José Vasconcelos, José Gorostiza, Martín Luis Guzmán, Octavio Paz, entre muchos otros, lo supieron a la perfección. Su entrevistador, colega y amigo, Emmanuel Carballo (Jalisco, 1929), también lo sabe por experiencia propia, pues consolidarse como hombre de letras mexicanas ha sido un verdadero triunfo y un mérito inobjetable a través de sus 80 años de vida.

Ahora, tras ocho décadas en las que la creación literatura, propia y de ajenos, la crítica de ésta, los triunfos y sinsabores de su existir en el ámbito profesional y personal lo han hecho el hombre que es, Emmanuel Carballo, en entrevista para la Coordinación Nacional de Literatura del INBA, expresó sus más grandes alegrías, tristezas y sentir literario a través de un modo vivencial donde, según su experiencia y conocimientos, está convencido de que este quehacer retórico se trata, sin duda, de innovación:

“La literatura es cambio. Es como el agua, como un río; no debe repetirse dos veces. El agua que pasó hoy no la volverás a ver nunca, sino la que viene atrás; tienes que ir con la que viene atrás, que es de tu momento... que después, ya no es de nadie: es del futuro o es del pasado”, aseguró; y sin embargo, en cuanto a la literatura mexicana, considera que ésta ha sido oscilante, es decir, “en instantes ha estado arriba y ha sido magnífica, pero que no siempre está ahí; a veces se encuentra abajo, lo que la vuelve regular y, a veces, hasta mala o muy mala”.

En cuanto a la transformación que ha sufrido la literatura mexicana desde sus inicios como crítico literario, Carballo comentó que, en realidad, no ha habido gran cambio. Empero, exhorta a hablar de un México más nacionalista e independiente, “más de izquierda en la época de Cárdenas a una derecha que empieza con [Miguel] Alemán y que termina con [Felipe] Calderón, pero son cambios menores”, por lo que está convencido de que lo ocurrido sólo es “un desastre tras otro: la corrupción, la antidemocracia, los periódicos que no cumplen su función, la televisión está vendida, la radio, la prensa; no hay, para una gente que piense por sí misma y no pertenezca a un grupo de logias, de gente poderosa en lo económico, en lo político o en lo religioso, cabida” y, en exclusión de estos círculos, de modo satírico y sarcástico aseguró que “a mí no me han quemado porque se acabo la leña y el gas no me gusta”.

Aunado a esto, el ensayista y crítico literario aseveró que con la literatura no vamos a salvar el mundo ni a cambiar nuestro país y, con decepción, comentó que actualmente no puede decir que han salido novelas tan buenas como Pedro Páramo de Juan Rulfo, Al filo del agua de Agustín Yáñez o Los de abajo de Mariano Azuela, “obras que cambian la vida de muchos lectores, que se emocionan, se entusiasman y entienden mejor a los mexicanos, en sus partes buenas y malas pero hasta ahí”. También afirmó: “Nosotros no hemos hablado de los movimientos guerrilleros, ahora han sido tan pobres: Lucio Cabañas, Genaro Vázquez, el comandante Marcos, pues no da para una gran novela. Tienen movimientos bien intencionados, que harían un México mejor pero que no conmovieron al país. […]Entonces, por ahí no ha habido nada, no ha habido grandes líderes que conmuevan la conciencia cívica de los mexicanos”; pero con admiración reconoció que quienes sí han explotado estos aspectos mediante la creatividad son los cómics y algunas novelas de corte fantástico, ya que han aprovechado el mundo donde viven, “son habitantes de este momento del siglo XXI”.

Además, dice observar muchos talentos en la literatura mexicana joven, pero no genios: “todavía no digo: ‘este muchacho va a ser genial’, ‘[éste] va a hacer el Ulises de Joyce o la obra de Proust’, [éste] va a ser el T.S. Elliot en poesía o el Beckett en teatro”. Por esto, cree en la idea de que el lector debería tener el derecho de demandar al escritor cuando, tras leer alguna de sus obras, ésta no le ha dejado nada y le ha hecho perder el tiempo. En esos casos, el lector puede llegar a decir: “miren nada más cómo quedé, hecho un guiñapo por dentro, triste y aburrido”.

En México, país que está en los últimos lugares en comprensión de lectura, de acuerdo a evaluaciones realizadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), se dice con frecuencia que hay pocos lectores. A esta sentencia Carballo agregó “una cosa que no se ha dicho: ¿Por qué hay poco lectores? Porque los escritores no son muy buenos, […] aterra a la gente decir: ‘no hacemos las cosas bien’; ahora, la crítica literaria hace pasar por genios a escritores que simplemente son mediocres, no podemos hacerla en fútbol, en literatura, en artes plásticas, que también están a la baja, en todo andamos mal, pero muy mal”.

Empero, el autor de Ya nada es igual declaró la fórmula que lo consolidó como persona y crítico, la cual “además de tener talento, es una cosa que me ha traído muchos dolores de cabeza pero al mismo tiempo muchas satisfacciones: ser sincero y ser auténtico, decir lo que pienso, y no lo primero que pienso, sino una cosa que le doy vueltas y vueltas hasta que me convenzo de que lo que voy a decir es realmente lo que pienso, decir la verdad artísticamente: la crítica literaria”.

“Muchas personas se quejan de que no fueron grandes escritores porque yo escribí una nota diciendo que no era bueno y que les dio tanta tristeza que ya no escribieron. La culpa no es de Carballo, es de su talento; era muy escaso y no siguieron adelante porque no tenían nada que decir. Eso hay que reconocerlo”, aseveró el crítico, quien tiene la firme convicción de que no hemos innovado, ya sea por miedo, flojera o seguridad a tener ciertos lectores, en esta labor; “[el escritor piensa]: la crítica floja, los lectores flojos, me van a aplaudir, me van a dar dinero, me van a elogiar, ¿para qué cambio?”.

Para Carballo es indispensable que, en aquellos quienes ejercen la crítica literaria, haya un gusto único por ésta y verdadero conocimiento de cómo se hace y que no sólo se realice por encargo. Por esto, a quienes se inician en esta tarea les aconseja tener un interés genuino: leer no sólo el género de su interés sino, además, manuales de cómo se hace crítica; la historia de la novela, cuento y poesía; las reglas para crear personajes para hacer que su estilo funcione a través de la forma en que cuentan sus historias...

Sobre sus inicios en la crítica literaria, los cuales se debieron a su colaboración en la revista Ariel (creada en 1949, y de la que fue editor y director), comenta que se percató de que todos querían publicar cuentos, poemas, obras de teatro y ensayos, pero nadie deseaba hacer crítica, por lo que tuvo que empezar a hacerla él mismo. Entonces vio que no le disgustaba y se quedó con la sección porque consideraba que ésta era indispensable para que la revista estuviera completa.

Desde sus comienzos causó revuelo. Al decir qué le gustaba, qué no y por qué, se hizo celebre en pocos días, aunque pensaba que hacer esto culminaría  –según opiniones de ese entonces– en la entrega de su boleto de vuelta a Guadalajara: sería “su debut y despedida”... pero de eso hace ya 60 años.

Carballo reconoce que, en este trayecto, cometió errores al opinar sobre escritores quienes, desde su punto de vista, se harían importantes y no lo fueron, mientras que a otras personas no les hizo caso porque creyó que no tenían talento, pero –con el paso del tiempo y el elogio de la demás gente– los ha vuelto a leer y “veo que la gente tenía razón y el que estaba equivocado era yo”.

Con todo lo que sus 80 años significan, acepta su amor por la literatura que se está haciendo, por lo que piensa que ya no debe criticarla: “dejé de hacer crítica literaria porque amo la literatura y respeto a los escritores. Yo ya no entiendo muchas cosas por razones de mi edad, entonces leo pero ya no escribo en los periódicos. Ahora estoy dedicado a lo que se dedican los viejos, a escribir mis memorias”.

“Yo creo que la labor del crítico es leer y tener un poco el don, porque es un don, para decir: ‘este muchacho tiene futuro, este muchacho va a llegar lejos’; somos los privilegiados que tenemos ese don y yo lo tengo, lo tuve y me voy a morir con él”, declaró.

Con su objetividad característica, reconoce que, a pesar de ser autor de un gran número de obras, prefirió no volver a incursionar en géneros como la poesía (donde sólo figuran sus libros Amor se llama y Eso es todo) y el cuento (que probó con el volumen Gran estorbo es la esperanza). Esto se debe a que “si yo soy buen crítico, tengo que empezar a ser buen crítico conmigo mismo […] y si yo soy exigente, si yo no perdono la mediocridad, si no perdono el siete y medio o el ocho, sino [que exijo] del nueve y medio al 10... y yo estaba en ocho u ocho y medio (no era mal poeta pero tampoco un gran poeta), entonces mi mejor aportación a las letras mexicanas fue quitarle un poeta más”.

Además, Carballo está convencido que no se puede ser escritor sin conocer, por ejemplo, la Biblia, los libros sagrados de Oriente, chinos o hindúes, el Renacimiento italiano, a Shakespeare, o a Grecia, con Homero, los comediógrafos o filósofos como Platón, Esquilo, Eurípides y, mucho menos, considerarse un literato mexicano sin haber leído a Alfonso Reyes, su admirado maestro y colega, ya que éste último “es un escritor que te permite aprender a conocer tu idioma, a tratarlo con cariño, como si fuera un gatito mimado que le pasas la mano por el pelaje y dices: ‘ay, qué pelaje tan agradable’; así debe ser el idioma cuando se le sabe tratar cariñosamente”. Sumado a esto, piensa en “gente que se da de puñetazos contra el idioma cuando éste se te debe entregar, es como un orgasmo que llega en el momento justo de las dos partes, entre el lector y el escritor”.

Continuando con las recomendaciones literarias, Carballo confiesa que no le resulta tan sencillo sugerir autores a la ligera ya que, para él, aquellos que se pueden recomendar, sin reservas, son los escritores antiguos y clásicos. Sin embargo, considera que, sin duda, se debe conocer a personajes como Carlos Pellicer, en poesía; a Juan José Arreola o Juan Rulfo, en prosa narrativa, y muchos más como José Revueltas, Octavio Paz y Jaime Sabines.

Para el autor de Protagonistas de la literatura mexicana, hay lecturas y autores que, en definitiva, lo han marcado de por vida. Entre ellos, los cinco grandes de “El Ateneo de la Juventud”, por los cuales siente una admiración y respeto indiscutibles por la importantísima huella que dejaron en las letras mexicanas.

En el baúl de los recuerdos de Carballo hay anécdotas de todos los tipos y colores. Unas de las que más recuerda con alegría y entusiasmo son sus visitas, en compañía de Carlos Valdés, a la Catedral donde –contrario a lo que podría pensarse– no iban a orar o escuchar misa; sino a leer. Recuerda cómo “comprábamos una botellita de coñac de 10 pesos, que era casi muestra, y lo diluíamos –éramos tan ingenuos– en nieve de vainilla, la movíamos y nos dábamos traguitos mientras los canónigos rezaban. Ellos daban gracias a Dios de que existía el mundo todavía ese día, decían que iban a ir mañana para que siguiera existiendo... y nosotros nos poníamos a leer a los poetas malditos”.

Carballo se considera “un hombre que, en primer lugar, ha sido fiel a sí mismo, me ha costado mucho trabajo, he sufrido mucho, me han hecho el vacío durante muchos años pero me he acostumbrado a sentirme a gusto solo”.

Aunque no precisamente solo; por lo menos, no en todos los aspectos: Carballo está casado, desde hace 37 años, con la escritora Beatriz Espejo, a quien ama y admira con todo su ser. En su claustro materno (el pequeño cuarto de su casa de Cuajimalpa, en el que pasa horas haciendo algo de su labor en las letras mexicanas), tiene una fotografía de ella y, cuando la observa, es inevitable ver en su rostro el desasosiego que le produce “un retrato que me emociona tanto porque no la entiendo: todas las mujeres que yo conozco, [y hay una] que no entiendo, que vive conmigo y no la he descubierto, la tengo ahí y digo: ‘¡qué carajos pasa!’. Hay algo, algo que se me escapa”.

En las ausencias de su esposa –debidas a sus propios compromisos laborales– y a pesar de tener pasatiempos como la lectura o las caminatas, Carballo ha aprendido, de un modo muy peculiar y simpático, a disfrutarse: “mi mayor diversión soy yo mismo. Me he vuelto muy entusiasta de una sola persona, y esa persona soy yo. Ahora bien: entusiasta no quiere decir aplaudir, sino chiflar”.

Acerca de sus defectos, desde pequeño se crió como un niño mimado, considerado en alguna ocasión como “desesperante y desagradable”, características que, según el médico que expresó estas palabras, sólo podía quitárselas su madre. Pero “no me lo quitó, y ahora, gracias a eso, soy lo que soy. Hay que hacer de los defectos virtudes, porque si las virtudes son tan pocas y son tan aburridas, hay que huirles”.

Hoy por hoy, este consolidado crítico literario, sin tomar en cuenta las vicisitudes de la edad, se siente cada día más sabio “y cada día me siento menos capaz para hacer las cosas que hacía el día de ayer. Terrible, ¿no?”.

Después de todas las travesías en este recorrido que es su propia vida, no queda más que saber: ¿quién es, en realidad, Emmanuel Carballo a sus 80 años? Él responde: “un hombre que quiso ser auténtico y feliz, que quiso decir de la manera más directa lo que pensaba y la gente no lo comprendió: pensaban que era grosero, antisocial, y totalmente fuera de los cánones de la sociedad en que vivimos... O sea que estoy como desterrado en el mundo. Tengo 80 años de soportar ese mundo y ese mundo tiene 80 años de soportarme a mí; [pero] es peor para ellos que son muchos, y para mí es más fácil porque soy uno solo. Sin embargo, aquí estamos”, finalizó.

Emmanuel Carballo es ensayista, narrador y crítico literario. Estudió derecho en la Universidad de Guadalajara, además de haber sido profesor de literatura universal y gramática en dicha institución, en la escuela Vocacional y el Politécnico. Becario del Centro Mexicano de Escritores (CME), 1953-1955, y de El Colegio de México, 1955. En su amplio currículum se encuentran actividades como la conducción del programa radial “La Gaceta Cultural del Aire” y del televisivo “Invitación a la Cultura”; director literario de Empresas Editoriales, editor y director de Ariel; fundador y director [en colaboración con Carlos Fuentes] de la Revista Mexicana de Literatura; crítico literario y colaborador de Artes, Letras y Ciencias, El Día, El Gallo Ilustrado, La Cultura en México, La Gaceta del FCE, Punto, Revista Universidad de México y Excélsior, entre otros.

Sobre su labor literaria, ha incursionado en diversos géneros donde destacan obras como Gran estorbo es la esperanza (1954); Narrativa mexicana de hoy (1969); Eso es todo (1972); La novela mexicana del siglo XIX (1981); Ya nada es igual (1994); ¿Qué país es este? (1996); Notas de un francotirador (1990); 19 protagonistas de la literatura mexicana del siglo XX (1965) y Protagonistas de la literatura mexicana, (2005). Su vasta y meticulosa trayectoria literaria se ha visto consolidada, además de la calidad impregnada en la misma, con premios como el Iberoamericano Ramón López Velarde en 2005, el Nacional de Ciencias y Artes en Lingüísticas y Literatura en 2006, el Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez en 2006 y la Medalla Alfonso Reyes en 2008, otorgada por la UANL.