Índice del artículo

El orden implacable de la poesía

 

El poema ¿Qué es lo vivido? Lo escribió tras la muerte de su marido. “Creo que un poema así siempre responde a un interrogante muy profundo, a una especie de problema anímico. Yo me sentía como fragmentada, no encontraba mi lugar, ni nada, y fui a Zacatecas. Y al regresar de Zacatecas encontré una forma de expresar ese poema.”

¿Qué tiene dentro un poeta?

— Tiene una gran necesidad de entender el mundo, porque tiene un gran amor a la vida. Es como resolver un rompecabezas, porque uno llega a la vida sabiendo que va a morir, y que en este corto lapso tiene que descubrir para qué vino, quién es, de dónde viene, hacia dónde va. La mayor parte de estas respuestas, a mis ochenta y dos años, no las he encontrado. Pero sí he tratado de ver con la mirada más profunda, lo que ocurre, lo que cambia, lo que queda. Dentro de mí hay una necesidad todavía de seguir averiguando qué pasa. Además tengo alegría de vivir, necesidad de conocer más. Ya que sólo una vez estamos en la vida, hay que aprovecharla.

— ¿La poesía es entonces una actitud ante la vida, aunque uno no escriba?

— ¡Claro que es una actitud ante la vida!, y desde que abres los ojos. Mi mamá le escribió una carta a mi papá porque él no estaba cuando yo nací en Aguascalientes, y mi papá estaba viajando porque era agente del Ministerio Público. En la carta le decía mi mamá: “Ya tienes una nueva hija. Es morena, pero tiene los ojos muy vivos.” No los tuve grandes, pero vivos sí.

—El papel que para usted tiene la poesía, ¿ha cambiado a lo largo de todos estos años dedicados a escribir poemas?

— Yo creo que ha cambiado, pero nunca ha dejado de ser un interés profundísimo. Ha cambiado porque cada vez tengo más necesidad de comunicar y comunicar bien. Comunicar con un trabajo constante para que la palabra sea transparente.

— ¿Escribe cada vez más?

— Sí, escribo cada vez más, no sé si cada vez mejor.

La ciudad y el viento es la única novela publicada de Dolores Castro. Pero en su tiempo, recibió una crítica tan feroz que la hizo pensar “yo no soy para escribir narrativa.” Sin embargo, Lolita cuenta: “últimamente un investigador de Estados Unidos me dijo que le había gustado mi novela, y Severino Salazar, un zacatecano, me dijo ‘yo escribí mis novelas porque leí La ciudad y el viento'.”

—Usted ha impartido muchos talleres para jóvenes, ¿piensa que ha cambiado la forma en que los muchachos de ahora se acercan ahora a la poesía?

— Lo que veo es que hay una multitud de muchachos que se acercan a la poesía, porque ese caos en el que vivimos invita a tratar de resolverse. Pero a veces muchos muchachos se acercan a la poesía en una forma que no es la mejor, que es el desahogo. Y los que se acercan en esta forma generalmente es porque no leen suficiente; porque para poder escribir poesía se necesita también leerla. Uno va construyéndose como poeta y como persona con una tradición que le respalda. Y si uno conoce esa tradición a través de la lectura, puede situarse en el ayer, en el antier, o en el antes de antier.

Quizá sea imposible pensar la poesía mexicana sin la influencia de Dolores como maestra de incontables alumnos. Entre los que le vienen a la mente en el instante, recuerda a Raúl Tapia, que todavía toma clases con ella; a Edna Ochoa, que está terminando un doctorado en Estados Unidos y a Raquel Olvera, quien a su vez dirige el taller de percepción poética Cardo.

También recuerda con cariño a Mauro Ramírez, ganador del premio Nezahaulcóyotl el año pasado quien “tiene una fuerza expresiva realmente extraordinaria”. Dos cuadros suyos se encuentran en la casa de la maestra. Uno muestra unos alcatraces, y otro es un retrato de la propia Lolita.