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Formas permanentes de la infancia

—¿La infancia sería un tema de esas Hebras?
—¿Qué es un tema? Es una necesidad, más que un tema, y una necesidad porque está dentro mí, me fascinan los niños. No tanto los niños como su mirada que no dura mucho tiempo, hasta los siete años. Antes de los siete todavía te hacen miles de preguntas, mi nieta me pregunta: ¿es verdadero de verdad? Cuando le hablo de que hay ángeles y brujas ella dice que ángeles puede que sí pero brujas no, y le digo ¿por qué no?, todo pertenece al mundo de la imaginación. Ella pregunta que ¿qué es la realidad? ¿qué es lo “verdadero de verdad”? Y yo le digo: todo aquello que tú puedas imaginar, eso es verdad, eso es la realidad: lo real, vamos a decirle así, porque la palabra que ella utiliza en hebreo es que si es real de verdad, verdadero de deveras. La exploración del “tema” de la infancia te propone el problema de lo real y de la imaginación. Y en este sentido, todo lo que puedas imaginar es real, porque no me vas a decir que una pesadilla no lo es cuando te levantas con taquicardia y lleno de sudor, cómo no va a ser real, si lo estas viviendo. Todo lo que seas capaz de imaginar es real. Y mientras mayor contacto tienes contigo mismo, con tus sensaciones, con tus necesidades, con lo que quieres, mayor capacidad tienes de crear personajes o de inventar temas.

—Esa mirada que dices reconocer en los niños recuerda otro de tus “temas”, la fugacidad...
—Cuando era 25 años más joven tenía una obsesión verdaderamente enfermiza por la fugacidad, y lo exploré en mi libro La fugacidad como método de escritura. Allí trato aquellos escritores que se ocupan del tiempo. Llegó un momento en que el tiempo y la fugacidad dejaron de importarme, y lo que empezó a preocupar fue el espacio. No te lo puedo explicar, fue algo que descubrí en Jerusalén, quizá por el lugar donde vivía o por la ciudad misma donde bajas, subes y recorres diferentes tiempos: de pronto estás a nivel de la época de los turcos y luego bajas al nivel de los cruzados y luego al de los romanos y luego hasta Herodes, pero bajas realmente. Entonces, tuve una conciencia distinta del espacio. Pero lo más fascinante, donde el tiempo realmente dejó de importarme en lo absoluto, fue en la India, en el sur de la India porque allí entras al túnel del tiempo.

Al niño no le importa el tiempo porque no es consciente de eso, se despierta y se levanta, es algo natural. A pesar de que la tecnología está tan avanzada y de que mi nieta, por ejemplo maneja una computadora, cosa que yo no hago, si le muestro un cuarzo y le digo adentro hay luz, adentro hay energía, hay un jardín, entonces vuelve al ¿y por qué? ¿y de qué está hecho? ese ¿por qué? que no te lo va a contestar la tecnología más avanzada. Rilke lo dice: no pierdas al niño que hay dentro de ti, porque en cuanto pierdas a ese niño ya perdiste todo. Hay una lectura del tarot donde todas las cartas te piden que rescates a ese niño que se encontró con algo que no lo dejó ser, ni lo dejó desarrollarse, abrirse. La mayoría de las lecturas muestran ese reclamo.

No se necesita ser psicólogo para saber que algo nos frustra la plena expansión de nuestra capacidad de asombro. Y eso lo tiene Rilke, lo tiene Pavese, Pessoa, Virginia Woolf en sus personajes de Las olas. Es eso lo que yo llamo “la niñez”, porque finalmente no es verdad que un niño llegue como una hoja en blanco. Además, como yo creo en las reencarnaciones, entonces tú llegas con lo que Hugo Argüelles llama el casting metafísico, ya traes tu guión escrito, tú verás cómo te sale.