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Esther Seligson, la escritura revelada

por Miguel Ángel Quemain

Sí, Esther Seligson, es como una semilla enamorada capaz de soñarse germinando. Sabe que no vemos las cosas tal como ellas son, que las vemos como nosotros somos, pero inscritas en ese torrente inefable de la reciprocidad universal, por eso su literatura, enamorada del tiempo y de las obras del tiempo, se nos presenta como memoria del futuro, inteligencia numinosa que arde en la luz del aforismo, de la prosa breve que no suscribe un género preciso, de la escritura que es cifra, llave y puerta.

Autora de un solo libro, en el sentido jabesiano del término, Esther Seligson (México, D.F., 1941) sabe que la tradición es una elección, una red de afinidades espirituales, pero también herencia, marca indeleble sobre la piel y el hueso de sus textos. Hija del mundo, sus búsquedas y hallazgos han enriquecido a la literatura mexicana con el signo del viaje, de la diversidad de miradas, con ese continuo irse lejos, porque sabe, como lo dice el Tao, que ir lejos significa retornar.

Ajuste de cuentas, libro escrito en la transparencia de un adiós, Hebras (Ediciones sin nombre, 1996) se integró con textos que fueron escritos en España durante 1990 “durante un espantoso verano tórrido, con una temperatura hasta de 42 grados que te dejaba líquido en las calles. Fue un verano muy especial que correspondía a mi estado de ánimo y escribí casi de lo que vi, de lo que viví, de lo más cotidiano, algo que nunca había hecho antes.

“Mi literatura siempre era como un diálogo con mis propios sentimientos, con mis propias sensaciones, y dirigido generalmente a un interlocutor. Aquí no, aquí era tomar como pinceladas de la realidad, personajes, situaciones. Muchas de esas cosas, me pasaron a mí, como lo de la gitana, fue verdaderamente aterrador. Hay algo literal en esos textos, cosa que nunca me había ocurrido. Siempre me decía, cuándo voy a llegar a escribir algo que no sea a partir del dolor, a partir de la experiencia amorosa personal, que también es perfectamente válido, porque nadie tiene por qué enterarse qué hay detrás de lo que uno escribe”.

El libro se llama Hebras, porque así son las vidas humanas que nos rodean, partes de un todo inasible que al menos la escritura ciñe: “cada vida humana, la más insignificante en apariencia, es digna, como decía Virginia Woolf en Las olas, de que le escribas una novela, puedes hacer una novela de cualquier personaje con el que te cruzas en la calle, basta que empiece a hablar un poquito”.

“Los personajes que están en la calle son los de Hebras, los otros, los de Indicios y quimeras como Eurídice, Antígona, Electra, o la Pénelope y el Ulises de Sed de mar creo que son desdoblamientos míos, son todos mis yoes, todas mis búsquedas. En cambio aquí en Hebras no, mis nietas, por ejemplo, son absolutamente reales. En el texto “Luciérnagas en Nueva York” estoy viéndolas crecer. Textos sobre mis nietas tengo muchos, no publico todo porque en cada encuentro con ellas escribo algo más, es una forma de mirarlas crecer y cómo crecí yo misma, no es el texto de una abuela que simplemente se asombra, sino que a través de ellas me pregunto cómo es posible que ese niño que hay en ti se pueda perder, que se termine esa capacidad de asombro, de la maravilla de nombrar por primera vez. Otros personajes de Hebras son reales también porque los vi en la calle, aunque les inventara la historia. La realidad es lo que nosotros inventamos, lo que vivimos y cómo queremos vivirlo. Por eso no creo en la subjetividad y la objetividad”.
Con los personajes sucede lo mismo, es la ambición de saber más, la curiosidad que viene de la infancia, el eje de las exploraciones: “desde niña he sido muy curiosa, siempre me ha fascinado la vida ajena, me encantaría hacerme invisible y poder entrar en la vida de las personas, por un momentito. Me gusta adivinar, por eso me encanta la astrología, la mitología y la acupuntura. El escritor es eso, jala hebras de aquí y de allá para componerse una realidad, para hacer un mosaico, un caleidoscopio, como sucede en Las metamorfosis de Ovidio, que son miles de pequeñas historias.

Entre sus principales obras están: Tras la ventana un árbol, relatos, 1969, Otros son los sueños, novela, Organización editorial Novaro, Col. Los nuevos valores, premio Xavier Villaurrutia, México, 1973, Tránsito del cuerpo, prosa, La máquina de escribir, México, 1977, Luz de dos, cuentos, Joaquín Mortiz, serie del volador, México, 1978, De sueños, presagios y otras voces, UNAM, Diálogos con el cuerpo,relatos, Artífice ediciones, México, 1981, La morada en el tiempo,novela,Artífice ediciones, México, 1981, Segunda edición en Raya en el Agua, México, 1992, Sed de mar, relatos, Artífice ediciones, México, 1987, Indicios y Quimeras, relatos, Universidad Autónoma Metropolitana, Col. Molinos de Viento, Narrativa, No. 60, México, Isomorfismos, novela, Difusión Cultural, UNAM, México, 1991, Hebras, Ediciones sin nombre, México, 1996.

Desde hace prácticamente diez años gran parte de sus obras están accesibles en Ediciones sin nombre. José María Espinasa, poeta y editor escribe que “la densidad de su novela La morada en el tiempo (2004) se desdobla en la intensidad de Simiente (2004) o en la claridad del díptico narrativo formado por Toda la luz y Jardín de infancia. Ediciones sin nombre también ha publicado Isomorfismos (1999) y sus ensayos La escritura o el enigma de la otredad (2000) y Notas sobre Cioran (2003) así como la traducción de En su blanco principio de Edmond Jabés”. Su libro más reciente es Alba marina (2005), un libro de ¿creación o poesía? Que “representa un mayor refinamiento aún en la búsqueda de esa escritura ritual que otros libros de Esther Seligson ya anunciaban”


Formas permanentes de la infancia

—¿La infancia sería un tema de esas Hebras?
—¿Qué es un tema? Es una necesidad, más que un tema, y una necesidad porque está dentro mí, me fascinan los niños. No tanto los niños como su mirada que no dura mucho tiempo, hasta los siete años. Antes de los siete todavía te hacen miles de preguntas, mi nieta me pregunta: ¿es verdadero de verdad? Cuando le hablo de que hay ángeles y brujas ella dice que ángeles puede que sí pero brujas no, y le digo ¿por qué no?, todo pertenece al mundo de la imaginación. Ella pregunta que ¿qué es la realidad? ¿qué es lo “verdadero de verdad”? Y yo le digo: todo aquello que tú puedas imaginar, eso es verdad, eso es la realidad: lo real, vamos a decirle así, porque la palabra que ella utiliza en hebreo es que si es real de verdad, verdadero de deveras. La exploración del “tema” de la infancia te propone el problema de lo real y de la imaginación. Y en este sentido, todo lo que puedas imaginar es real, porque no me vas a decir que una pesadilla no lo es cuando te levantas con taquicardia y lleno de sudor, cómo no va a ser real, si lo estas viviendo. Todo lo que seas capaz de imaginar es real. Y mientras mayor contacto tienes contigo mismo, con tus sensaciones, con tus necesidades, con lo que quieres, mayor capacidad tienes de crear personajes o de inventar temas.

—Esa mirada que dices reconocer en los niños recuerda otro de tus “temas”, la fugacidad...
—Cuando era 25 años más joven tenía una obsesión verdaderamente enfermiza por la fugacidad, y lo exploré en mi libro La fugacidad como método de escritura. Allí trato aquellos escritores que se ocupan del tiempo. Llegó un momento en que el tiempo y la fugacidad dejaron de importarme, y lo que empezó a preocupar fue el espacio. No te lo puedo explicar, fue algo que descubrí en Jerusalén, quizá por el lugar donde vivía o por la ciudad misma donde bajas, subes y recorres diferentes tiempos: de pronto estás a nivel de la época de los turcos y luego bajas al nivel de los cruzados y luego al de los romanos y luego hasta Herodes, pero bajas realmente. Entonces, tuve una conciencia distinta del espacio. Pero lo más fascinante, donde el tiempo realmente dejó de importarme en lo absoluto, fue en la India, en el sur de la India porque allí entras al túnel del tiempo.

Al niño no le importa el tiempo porque no es consciente de eso, se despierta y se levanta, es algo natural. A pesar de que la tecnología está tan avanzada y de que mi nieta, por ejemplo maneja una computadora, cosa que yo no hago, si le muestro un cuarzo y le digo adentro hay luz, adentro hay energía, hay un jardín, entonces vuelve al ¿y por qué? ¿y de qué está hecho? ese ¿por qué? que no te lo va a contestar la tecnología más avanzada. Rilke lo dice: no pierdas al niño que hay dentro de ti, porque en cuanto pierdas a ese niño ya perdiste todo. Hay una lectura del tarot donde todas las cartas te piden que rescates a ese niño que se encontró con algo que no lo dejó ser, ni lo dejó desarrollarse, abrirse. La mayoría de las lecturas muestran ese reclamo.

No se necesita ser psicólogo para saber que algo nos frustra la plena expansión de nuestra capacidad de asombro. Y eso lo tiene Rilke, lo tiene Pavese, Pessoa, Virginia Woolf en sus personajes de Las olas. Es eso lo que yo llamo “la niñez”, porque finalmente no es verdad que un niño llegue como una hoja en blanco. Además, como yo creo en las reencarnaciones, entonces tú llegas con lo que Hugo Argüelles llama el casting metafísico, ya traes tu guión escrito, tú verás cómo te sale.


La imaginación transfronteriza

—Cuando los críticos y los estudiosos se refieren a ti dicen: “su literatura judía”, o “Esther Seligson pertenece a las escritoras judeo-mexicanas” ¿tu crees en eso, eres una escritora judía?
—Eso es una estupidez, quien lo dice no entiende absolutamente nada, es como decir literatura gay, literatura feminista, no creo para nada en esos estancos. Evidentemente no puedo negar que mi cultura es judía, pero lee Sed de mar, quítale Esther Seligson, y a ver qué chingado judaísmo hay ahí, no hay nada. Ahora en Isomorfismos, por ejemplo, ahí el personaje se llama Don Jesús, es un chaman, pero toda su filosofía es la de un talmudista. A mí me fascina ese entreverar, porque finalmente la búsqueda es la misma. No puedo decir que mi literatura sea judía porque hay elementos de la mitología griega, del hinduismo y del taoísmo, soy una lectora apasionada del I ching, del sufismo y de miles de cosas.

Ahora, evidentemente no voy a negar que soy judía, me molesta que me pongan en las antologías de escritoras judías, de antologías de escritoras judeo-mexicanas, en antologías de escritoras, punto. Primero, considero que mi literatura es más mexicana que judía y eso lo señalaron hasta en Jerusalén. Evidentemente el treinta por ciento del español que hablamos en México son palabras en Náhuatl, digo, el treinta por ciento y eso por irme por lo bajito. Nadie escribe el español como escribe un mexicano. Soy una escritora mexicana, por supuesto que sí. Me encanta el español que hablamos en México, un texto como El meteoro, en Hebras por ejemplo, yo quiero ver que lo traduzcan, pues no. Mi español es suficientemente complejo para que no lo puedan traducir.

—Sin embargo, “El entierro”, una de las prosas que forman “El jardín de la infancia“ sí es una verdadera discusión con la concepción judía del suicidio, desde el propio judaísmo.
—Sí es espantosa: pero fíjate, la discusión está entre la visión que tienen los judíos sirios, árabes como yo les digo, y los judíos ashkenazi. Ese texto surgió en un seminario que yo daba sobre Shakespeare; estábamos hablando de Hamlet y del suicidio, entonces  comenté que entre los judíos ashkenazi, o sea los centroeuropeos, al suicida se le entierra al lado de la barda del panteón que es tierra non santa, igual que a los cristianos. En la clase había una chica de la colonia siria, entonces me dijo que ellos los entierran boca abajo. Me pareció tan monstruoso, una interpretación del precepto muy aterradora. De por sí me parece horrible que al suicida no le den los consuelos, sea cual fuere la religión, me parece monstruoso porque quién tiene derecho a juzgar lo que el hombre hace. Si la Providencia Divina es toda compasión como lo dicen el hinduismo, el budismo y todas las religiones, yo creo que Su compasión tendría que ser mucho mayor hacia un suicida que hacia un gordo que se muere de muerte natural o aunque sea de cáncer. Yo quiero que me incineren y que echen mis cenizas, cosa que el judaísmo no permite, al Tíbet, si es que no me toca morirme por ahí. Toda esa interpretación fanática de los preceptos religiosos me produce un rechazo espantoso, rechazo todas las ortodoxias, empezando por la judía.


La cifra de la escritura

—Has intentado hacer de un libro una cifra, o has descubierto que sin proponértelo un libro tuyo encierre una cifra, sea un anuncio, un ajuste de cuentas; pero con esa fuerza que tiene lo simbólico en la vida personal de un escritor.
—Yo creo que todos los libros son ajustes de cuentas, esto no tiene remedio, y como dice el epígrafe de Hebras “todo libro se escribe en la transparencia de un adiós”, por lo menos en mi caso. Cuando armo un libro quiere decir que esa etapa ya se acabó. Son ajustes de cuenta contigo mismo por más que esté dirigido a un fulano o a una fulana. Y si son una cifra, yo me doy cuenta posteriori, mis libros siempre están armados a posteriori, salvo La morada en el tiempo, salvo Otros son los sueños, que fueron escritos de una sola sentada.

—En Hebras, el aforismo es uno de los corazones del libro, un ejercicio que aparentemente es para filósofos exiliados de la filosofía.
—De esos no me preguntes, salen solitos. Me divierten mucho. Tengo muchos, según parece soy muy alburera y tengo sentido del humor; me encantaría poder escribir algo que no fuera tan serio, y que fuera más de risa y creo que el aforismo se presta. Ahí ha de ser, por supuesto, alguna influencia cioraniana, aunque desde luego tampoco es consciente. No creo que Cioran haya influido en mi literatura para nada. Me encantan, por ejemplo los textos chiquititos de Kafka, tiene un Prometeo que es extraordinario; muchos de los aforismos que tengo en este libro vienen después de leer a Kafka, casi siempre son reflexiones a posteriori de algo que se me ocurrió y como yo llevo un diario entonces los escribo.


La escritura revelada

—¿Asociación y lucidez van juntos?
—Bueno toda la literatura es eso. Lo que me dio la perspectiva de mi propia escritura y de mi propio mundo de asociaciones fueron Gaston Bachelard y el Talmud, pero no los descubrí hasta ochenta. Hasta ochenta yo era muy rígida muy cartesiana en mi manera de dar clase, de escribir ensayo. Y después Bachelard me ayudó a darme todos los permisos. Por supuesto que van juntas lucidez y asociación, no se me había ocurrido pero tienes toda la razón. La literatura, y que me perdonen, no está escrita para los ignorantes, lo siento muchísimo, de ninguna manera, un inculto no puede leer nada. Cuánta gente me dice es que escribes muy difícil, es que no te entiendo, es que qué quisiste decir aquí. Un día me llamó un estudiante de letras que me dijo: “leí tus libros y hay cosas que no entendí y quisiera que me explique”. Le contesté, pues si no entiendes no leas ni escribas nada sobre mí, yo no tengo por qué explicarles nada, háganse de cuenta que estoy muerta. La literatura es de todos, menos de los ignorantes, por supuesto.