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La lucha con la pantera

—El erotismo ha sido uno de los temas constantes en su trabajo, “Barcarola”, por ejemplo, publicado inicialmente en la Revista Mexicana de Literatura, fue un escándalo. Era un tema que no solía abordarse en la literatura mexicana...

—Sí fue un poco escandaloso. Pero no me gusta hablar de temas, cuando me refiero al cuento, porque da la sensación de que es un discurso sobre algo. Que yo recuerde, por lo menos en lo que se refiere a esos años, sólo existen tres cuentos o tres textos literarios que tratan el incesto, sobre todo sin maniqueísmo moral, sin acusación ni tema de culpa ni nada de eso: “La palabra sagrada” de José Revueltas, “Tajimara”, de Juan García Ponce, y el mío. En una época nos peleábamos Juan García Ponce y yo por demostrar quién había tratado primero el asunto. Quizá él lo publicó antes, no lo recuerdo bien, pero nos peleábamos por la primer paternidad del asunto. Debo decirte que no es un cuento de ideas: yo ni defiendo ni ataco el incesto, a mí el incesto como la homosexualidad y como esas cosas, no me parecen ni cosas atacables ni defendibles, sólo son aspectos de la condición humana. Con “Barcarola” simplemente sentí el deseo de escribir ese cuento. Uno descubre lo que quiere a medida que uno hace las cosas. Por lo menos es mi caso. Quizá por ese miedo de tratar a las muchachas que me gustaban, quería imaginarme a mí mismo como muchacha. Es decir, fue como entrar en una muchacha y eso fue quizá lo que me animó a escribir el cuento. Pero fue también un estímulo musical, un estímulo de segunda categoría como lo es la Barcarola de Offenbach. Sin embargo, para mí era una obsesión auditiva. Un cuento como “La lucha con la pantera” es una muestra de que aún aquellos que se quieren sentir muy refinados, están cargados de los más diversos niveles culturales, desde el comic hasta el mambo y el cine. No es gratuito que partiera de una película de Fritz Lang para escribir “La tumba india”.

—¿Su cuento más conocido?

—Sí porque es quizá el más experimental y ese sí creo que tuvo cierta novedad en el momento. Que yo sepa no existía ningún cuento, por lo menos de habla española, tampoco sé en otro idioma, en que una misma historia se contara tres veces de modo distinto, como yo lo hice. Desde un principio me propuse experimentar con ese material. En Radio Universidad me pidieron que escribiera un cuento y le diera un tratamiento radiofónico. Se me ocurrió que podía ser como un cuadro cubista en que un rostro está desplegado en sus diferentes planos. Es un cuento que ahora detesto porque es el casi el único que escogen en todas las antologías. Se ve que sí llamó la atención, de eso estoy cachetonamente vanidoso pero al mismo tiempo es un cuento que me ha aprisionado como una cárcel porque todo mundo dice ahora: De la Colina, los que saben quién soy yo, ah, “La tumba india”. A Cristopher Domínguez le pregunté por que antologó “La lucha con la pantera”, un cuento que actualmente veo muy retórico, y me dijo que por no meter “La tumba india”.

—¿Y por ejemplo, “Las Malabé”?

—Es un cuento muy curioso porque en realidad es una anécdota sucia, elaborada con materiales del recuerdo —sucia en el sentido que es un cuento pornográfico que me contó Álvaro Mutis de algo ocurrido en Colombia a un personaje homosexual. Ese relato me sugirió como personaje a un hombre rico, homosexual y muy vigilado por sus hermanas. Un ser por el que en realidad sentí compasión y creo que el cuento quizá lo refleja un poco. Recordé también mi experiencia de Santo Domingo, del mar tropical, ciertas experiencias físicas muy gratas como el calor, la humedad... Luego estaba la fuerte influencia de Conrad que tenía en ese momento. Yo fui de los primeros conradianos en México, ahora todo mundo es conradiano hasta “los jugadores de fútbol”. “Los Malabé” es un cuento extraño como el de “La cabalgata”, porque en realidad no empleo elementos autobiográficos pero sí de mi ámbito vital.