Su obra publicada
Dolores Castro empezó a publicar sus poemas en la revista Poesía de América dirigida por Efrén Hernández y Marco Antonio Millán. Su primer libro publicado El corazón transfigurado (1949), fue una separata de esa misma revista.
En la colección de Los epígrafes de Reyes Navares publicó Siete poemas (1952). Ese mismo año apareció Dos nocturnos.
El esposo de Rosario Castellanos le pidió para publicar La tierra está sonando (1959), “mi primer libro del cual respondo, aunque le haría pequeñas correcciones”, dice. Es un conjunto de poemas breves con un hilo conductor común “el enfrentamiento a una realidad tangible y áspera. Son como pequeñas iluminaciones, vivencias de un sentido más profundo que encontré de pronto para mi vida”, explica la propia autora.
Los poemas de Cantares de vela (1960) “no quisieron ser poemas femeninos ni feministas, pero sí creo que tienen el sello de la vida de una mujer. No quisieron ser poemas femeninos porque escribir pretendiendo ser femenina es una coquetería inútil, porque una mujer escribe como mujer.”
Soles (1977) tiene tres partes. Una de ellas habla sobre vivencias inmediatas, y otra fue escrita tras los acontecimientos de 1968, como una búsqueda de aproximación a la realidad mexicana.
Además, es autora de los libros de poemas y antologías Qué es lo vivido (1980), Las palabras (1990), Poemas inéditos (1990), y No es el amor el vuelo (1995).
También escribió el ensayo Dimensión de la lengua y su función creativa, emotiva y esencial (1989) y es autora de la novela La ciudad y el viento (1962). Esta obra la empezó a escribir en 1954, tras su matrimonio con Javier Peñalosa, “Al final andaba jugando carreras: quién nacía primero, si la novela o el hijo, ya estaba a punto de dar el último grito y la última teclada.”
Para ella, “la literatura es la historia del hombre por dentro; si uno la olvida está olvidando esa parte de la historia de la cultura que es el cultivo del hombre...La literatura considera lo que ocurre, pero de una manera más permanente.”
“Para toda persona la vida es un torbellino. Mediante la poesía se puede tener el lujo de cantar y girar y ascender o descender con él...Si se recorre el laberinto a la vez que se aprende a cantar, le ocurre a uno como a los niños que silban en la noche mientras tratan de controlar el miedo a la oscuridad. La música produce luz, sobre todo la música en la palabra, en la poesía...” Y concluye: “La mayor parte de mi felicidad, se la debo a la literatura.”