El tríptico de carnaval
En 1984, Pitol muestra con más claridad que nunca su proyecto literario, consistente en rescatar el estilo picaresco español, añadiéndole el ingenio verbal y el sentido mexicano popular, además de una estructura formal muy próxima a la escuela del formalismo ruso.
En la época de madurez del autor, sus personajes acceden de dos formas distintas a la novela: Una es cuando regresan de experiencias fracturadas, solos y agobiados por el resentimiento; la otra, es el inmiscuirse en vidas poco generosas, en personajes que deambulan olvidados por todos y de todos.
Sobre ese fracaso al que quedan sometidos sus personajes, Pitol declara: “Toda la vida está destinada al fracaso porque toda vida culmina con la muerte. Ahora, el acercamiento a ese final definitivo es una ruta donde se interpolan constantemente los elementos de la vida y el recuerdo de la muerte; cada día es un acercamiento de alguna manera al fracaso y me parece que el fracaso contiene un elemento moral superior, una carga superior a la de los triunfadores, porque el fracaso hace pensar en una existencia que tuvo varias opciones. La del triunfador es una existencia monológica, lineal”.
Así, con su segunda novela, El desfile del amor (Premio Herralde de Novela 1984), basada en una nota roja del periódico, Pitol hace una comedia de equívocos que es a la vez un fresco histórico de la decadencia de la Ciudad de México hacia finales de los años 40 y una novela detectivesca, que recrea un desfile de personajes excéntricos en búsqueda de una verdad imposible de alcanzar.
Posteriormente, en 1989, Pitol fue intervenido de una enfermedad de la vesícula mientras vivía en Praga. Sintiéndose morir, recurrió a la literatura y al humor para seguir adelante. A partir de la escena de que fue testigo en un bar de Georgia, donde varios hombres defecaban y charlaban entre sí en las paredes del bar, construyó la anécdota que resultaría en su novela Domar a la divina garza.
En ella, Dante C. de la Estrella, alcohólico, de origen humilde y obsesionado con el dinero y el poder, que desprecia el arte y es incapaz de entenderlo, narra el acontecimiento más importante de su vida: haber conocido a Marietta Karepeitz, una traductora experta de la obra del escritor ruso Gogol.
En Domar a la divina garza, Pitol recurre al elemento escatológico tanto en su consistencia excrementicia como sagrada, además de que incluye, como un homenaje a uno de sus escritores predilectos, Nicolai Gogol, el aliento carnavalesco, trágico y grotesco del escritor ruso.
Posteriormente volvería vivir a México luego de 28 años de peregrinar y alimentarse de las culturas del mundo. Apenas llegar, viviendo cerca de la Plaza de la Conchita en Coyoacán, se le detectó una depresión aguda, de la que escaparía de nuevo con el recurso de la literatura. Sobre esa forma de saneamiento, Pitol asegura:
“Siento que escribirme es sanearme de los fantasmas que de repente penetran en uno. Yo escribo las novelas siguiendo tonos de voz. Para mí es muy importante, al crear los personajes, diferenciar un modo verbal de otro, que en conjunto, constituyan una música verbal. Entonces me siento acechado por esos timbres de voz, por sus gestos.”
Fue así como concibió la que sería su primera novela con tema y espacio absolutamente mexicanos; La vida conyugal (1991) (que sería llevada al cine por Carlos Reygadas). En esa novela divertimento, Pitol hace una parodia del matrimonio y la vida en pareja, cerrando así el tríptico que él mismo denominaría El carnaval, que consta de El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal.
“El mundo es barroco”, diría Pitol para justificar el estilo y la importancia de su Tríptico de carnaval, construido en forma de novela, pero cuyos personajes y trama se mueven constantemente por la estructura teatral, “con elementos aparentemente muy lineales, despojados de prestigio y grandeza, que van delineando ciertos bosquejos extremos, cierta radicalidad de movimientos muy operísticos y que corresponden quizá a una necesidad del barroco. Llevar la emoción a su más alto grado de tensión. Hacer emerger, a través del gesto, el rostro y la máscara al mismo tiempo”.