La herida iniciática
“El primer párrafo viene como resultado de una herida emocional”, afirma Sergio Pitol, que se imaginaba que su vida se conduciría a escribir dramaturgia, por esa pasión suya por el teatro y la ópera. Fue así que comenzó a tomar un curso con Luisa Josefina Hernández sobre estructura del teatro griego. Ahí, descubrió que lo más natural en él era escribir monólogos largos, párrafos extensos de pensamientos de los personajes. En 1957 publicó su primer cuento, Victorio Ferri cuenta un cuento, en los Cuadernos del Unicornio de Juan José Arreola.
Después publicaría cuatro libros de relatos más, Los climas (1966), No hay tal lugar (1967), Del encuentro nupcial (1970) e Infierno de todos (1977), distintas ediciones donde reciclaría e iría corrigiendo y adecuando sus textos, pero sobre todo, trataría de hacer un ajuste de cuentas con la atmósfera veracruzana donde había transcurrido su infancia. Una literatura construida por y para el recuerdo:
“Mi literatura está fundamentalmente tejida de recuerdos. No es una virtud: es una deformación. Mi proceso creativo está muy ligado a la atención que le presto a las evocaciones. Busco el pasado y lo alimento”.
Luego de un viaje a Venezuela, donde Pitol vivió por primera vez la emoción del viaje, (“si veía un tren, me subía a el”) a partir de 1961, Sergio Pitol vendió sus libros y sus cuadros, compró un pasaje para llegar a Europa y comenzó el periplo de 28 años en que transcurriría por ciudades como Londres, Praga, Moscú, Varsovia, Venecia, Budapest, Pekín y muchas más, ejerciendo los oficios de traductor y agregado cultural.
Publicaría además, en 1972, su primera novela, El tañido de una flauta, una reflexión sobre el arte a partir de un grupo de personas que observan una obra de teatro cuyo título es el mismo que el de la novela. Es esta una novela que le tomó a su autor más de 10 años en cristalizar.