Un todoterreno
Carlos Fuentes es un escritor de raza, pero también es más que eso. Como Paz o como Carlos Monsiváis, diez años más joven que él, es lo que en el futbol se conoce como un jugador polivalente o un todoterreno, un destino que los hombres de letras no suelen evitar en las últimas décadas y que, a juzgar por los resultados, no tienen por qué evitar. Igual que Paz, Fuentes tiene antecedentes como editor: ahí está como prueba la Revista Mexicana de Literatura, que funda con Emmanuel Carballo en 1956, o, poco antes, su paso por la Revista Universidad de México, en los días de Jaime García Terrés. Como el propio Paz o como Mario Vargas Llosa, tiene fuertes aficiones teatrales. Como Carlos Monsiváis, es un cinéfilo de corazón.
Esta faceta, la del cinéfilo, merece más atención de la que suele dársele. En 1964, adapta con Gabriel García Márquez “El gallo de oro”, una pieza de Juan Rulfo que dirige Roberto Gavaldón. En 1965, adapta un relato suyo, “Cantar de ciegos”, para un filme de Juan Ibáñez, Un alma pura. En 1966, colabora nuevamente con García Márquez nada menos que un western, Tiempo de morir, que dirige Arturo Ripstein, y en 1967 vuelve a Rulfo cuando colabora en la adaptación de Pedro Páramo, de Carlos Velo. Las participaciones en el cine se le acumulan a lo largo de las décadas bien como autor de la obra original, bien como guionista, hasta alcanzar un estatus al menos cercano al de una superproducción en 1989, cuando se estrena Gringo viejo, de Luis Puenzo. Con Gregory Peck y Jane Fonda en calidad de protagonistas, la película, como es sabido, es una puesta en escena de la novela publicada por Fuentes en 1985, sobre la desaparición de Ambrose Bierce, un notable cuentista y humorista norteamericano, en el México de la Revolución, a la que decide unirse en la parte final de su vida sólo para abismarse en un misterio jamás resuelto.
La más citadina de las obras fílmicas en las que intervino Fuentes, y toda una pieza de culto, es una en la que sin embargo no lleva crédito: Los caifanes, de Juan Ibáñez, estrenada el año 67. La historia, más que conocida, tiene como protagonistas a un joven de clase alta, Enrique Álvarez Félix, a su novia, Julissa, y a un grupo de amigos de la fiesta surgidos de los estratos bajos que los involucran en una noche de desenfrenos por la ciudad de México. El guión está firmado por Juan Fernando Pérez Gavilán, de cuya autoría no hay, desde luego, por qué dudar, pero la mano de Fuentes se ve a las claras. El regodeo en la lengua popular, el contraste entre ricos y pobres, la mirada empática aunque no condescendiente hacia las clases populares, el humor entre irónico y calculadamente arrabalero y, sobre todo, el retrato de la urbe como un monstruo fascinante y atroz son recursos muy vivos en La región más transparente que una década después, en plenos sesenta, son replanteados en una obra llena de recursos creativos, aunque no económicos.
Ahí, en el cine, un complemento ideal para la literatura, como enseña el propio Fuentes, el dandy viajero se adueña otra vez, en alguna proporción, de una ciudad que nunca termina de atraparlo pero que él ha sabido atrapar con un pie en ella y otro fuera.