Emilio Carballido

Carlos Rojas

La aportación de Emilio Carballido (Veracruz, 22 de mayo de 1925) al teatro mexicano es invaluable. Lo mismo ha elaborado piezas teatrales que sirven como ejercicios didácticos para estudiantes, que ha desarrollado fantásticos relatos infantiles y piezas maestras que lo colocan en uno de los escalafones más altos del realismo y el costumbrismo mexicano.

Considerado uno de los pilares del teatro moderno, ha ido en contra de la idea de que el teatro debe ser didáctico. Por el contrario, afirma, “lo único didáctico posible es dar buenas obras, hermosamente preparadas, no hay otra. Para cambiar las estructuras sociales, es mejor un mitin que una obra de teatro. No podemos escribir predispuestos a denunciar algo. Si somos personas comprometidas y tenemos preocupaciones éticas, la obra va a reflejar automáticamente lo que somos y en quién creemos, pero también nos revelará rincones desconocidos de nuestro pensamiento.”

Como docente, ha sido generoso con sus alumnos -de entre los que destacan Sabina Berman, Juan Tovar y Oscar Villegas- y ha publicado numerosas antologías donde reúne lo mismo obras infantiles que piezas inéditas de jóvenes dramaturgos.

Como dramaturgo, ha apostado no sólo a montar sus obras en los grandes recintos con directores reconocidos, sino que también ha trabajado con jóvenes directores y compañías de teatro independiente, al igual que con compañías de pueblos indígenas.

Emilio Carballido se dio a conocer en las letras mexicanas a los 25 años de edad, cuando Salvador Novo decidió abrir la temporada de teatro de 1950 en el Palacio de Bellas Artes con Rosalba y los llaveros, obra de la que Carballido aún no tenía terminado el acto final cuando fue informado de que sería estrenada en el teatro más importante del país.

Su obra se estrenó con gran éxito, lo cual afirmaría Carballido, “me dejó estúpido y muy engreído”. Dedicó los siguientes tres años de su vida a presentarse en fiestas y reuniones de escritores. Después, en 1954, comenzó a trabajar en la Universidad Veracruzana, donde asegura “me alejé de tanta tontería”, y se dedicó a escribir de forma implacable, lo mismo piezas teatrales, que hoy suman más de 100, que relatos, guiones cinematográficos y televisivos, ensayos didácticos y de crítica teatral.

Nacido en Veracruz, llegó a vivir a la ciudad de México durante su primer año de vida y su infancia fue la que lo empujó al camino de las letras: “Me trajeron de brazos a la capital y mi infancia transcurrió en los barrios de La Lagunilla y en Santo Domingo. Querer escribir surgió en mí naturalmente, porque era un muchacho muy imaginativo, precoz e insoportable, que leía mucho y lo más natural para mí era escribir, ya que en mi casa, todos escribían: mi abuela, mi mamá, mis hermanos y mis tíos hacían versitos y cosas de ese estilo."

De esa abuela materna, que de niña había memorizado versículos completos de la Biblia y de la poesía griega, recibió los relatos orales que desataron su imaginación y que serían fuente de inspiración de muchas de sus obras.

Además, absorbió el estilo fantástico de las narraciones de Julio Verne, y siguió las aventuras de Sandokan, el Capitán Tormenta y los Piratas de Málaga de la mano de Emilio Salgari. Hizo un intento por escribir lo que se desarrollaba en su mente al momento de leer, y descubrió que “era una lata relatar y que era más fácil escribir diálogos y hacer acotaciones. Entonces lo que primero escribí de teatro, es todavía de chamaco, unos cuentitos a los que les hacia dibujitos; es decir, eran como una especie de cómics que yo dibujaba y dialogaba”.

Se inscribió en la facultad de Derecho y descubrió en esa misma época el teatro de Xavier Villaurrutia. Durante sus clases de derecho romano, escribió una obra de teatro; y en el transcurso de un examen, concibió La triple Porfia (que posteriormente mostró a Salvador Novo). Luego de presentar en Bellas Artes Rosalba y los llaveros, ya radicado de nuevo en Veracruz, escribió La danza que sueña la tortuga y Felicidad, obras que los críticos han colocado dentro de la corriente del realismo; y el magnífico libro de relatos veracruzanos La caja vacía. Comenzaba así, la carrera de uno de los dramaturgos más brillantes del país.

Asistió a la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM donde fue alumno de Rodolfo Usigli, Xavier Villaurrutia y Celestino Gorostiza; y obtuvo la Maestría en Letras especializado en Arte Dramático y Letras Inglesas. De entre sus compañeros, conoció a los que serían sus amigos inseparables y primeros críticos de sus piezas: Rosario Castellanos, Luisa Josefina Hernández y Sergio Magaña.

Gran admirador del teatro clásico, tanto universal como hispánico, Carballido defiende la vigencia e importancia de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz, Celestino Gorostiza, Calderón de la Barca y Fernández de Lizardi.

Algunas de sus piezas son material indispensable en las escuelas de teatro, como las obras en un acto que conforman la colección D.F. 26 obras en un acto, una serie de montajes, a manera de skecthes, que con humor, sencillez y una brevedad virtuosa, obligan a pensar en el comportamiento autodestructivo de la sociedad mexicana dentro de la cotidianeidad urbana.

Desde principios de la década de los 80, Emilio Carballido ha sido el centro de mesas de debate, homenajes y congresos en que se analiza el teatro en México y el mundo. Obras como Orinoco y Te juro Juana que tengo ganas han sido representadas en Francia, Alemania, Suiza, Bélgica, Estados Unidos, Israel, España, Colombia, Venezuela y Cuba. Carballido se considera a sí mismo heredero de una “generación de funcionarios cuerdos y generosos en México. Se puede decir que yo soy hijo de Bellas Artes, porque el INBA me lanzó en la época en que su director era Celestino Gorostiza”.

“Escribir” afirma Carballido, “es una comunicación profunda que uno mismo se hace o que proviene del exterior, no lo sabemos; es algo que muchos nombran inspiración, en fin, tiene muchos nombres... Pero nos damos cuenta que hay algo totalmente gratuito que no depende de la voluntad. Uno no escribe la obra que uno quiere, uno escribe la obra que se deja..."

Carballido es una influencia decisiva en la dramaturgia mexicana contemporánea. Ha incursionado en todos los géneros dramáticos, siempre imponiendo su estilo propio, que recrea formas de actuar e inquietudes que constituyen las preocupaciones humanas, y ante todo, las preocupaciones mexicanas, descritas con diálogos ágiles, sentido del humor, ternura y facilidad expresiva, con una visión siempre crítica de la realidad que rebasa los niveles locales y llega a altos niveles cualitativos.

En palabras de una de sus alumnas más destacadas, Sabina Berman, “si Carballido tuviera un escudo de armas, sería un chupamirto; esa ave incansable que va de flor roja en flor roja, de delicia en delicia, y sólo se detiene para clavarse en otra delicia y en sus viajes de hedonismo va esparciendo el polen que fecundan entre sí las delicias. Su método de vida es el placer, que generosamente siembra a su paso en público, alumnos y amigos”.

Como parte del esfuerzo que Carballido ha hecho por difundir el teatro y poner en un lugar privilegiado a las artes escénicas, fundó la revista Tramoya de la Universidad Veracruzana, una de las publicaciones teatrales más importantes de América Latina.

Como un tributo al teatro griego clásico, escribió Medea, obra con que abrieron las jornadas culturales de los Juegos Olímpicos de 1968, que cuenta cómo Perseo se enamora de Medusa cuando su deber es asesinarla.

Sus primeras obras han sido calificadas de realistas, como son Felicidad (donde narra la infeliz vida de un padre maestro de escuela y su relación con su esposa y su hija), El Relojero de Córdoba (tragicomedia de un relojero que será decapitado por un crimen que no cometió) y Rosa de dos aromas (que cuenta la desventura de dos mujeres que tratan de conseguir un millón de pesos para sacar de la cárcel al amante de ambas).

Orinoco – sobre dos mujeres que viajan a la deriva a través del río de ese nombre rumbo a una plataforma petrolera; El tren que corría –sobre un hombre que pierde un tren hacia la ciudad de Monterrey- y Yo también hablo de la Rosa son ejemplo del estilo picaresco que Carballido utiliza en sus piezas teatrales.

En su afán por entregar teatro de calidad, que vaya más allá de lo didáctico e invite a la reflexión, ha realizado piezas sobre personajes históricos, como Tiempo de ladrones, basada en la vida de Chucho el Roto, Cantata a Hidalgo y El álbum de María Ignacia, sobre la vida la Emperatriz mexicana Carlota de Habsburgo.

Una de las obras favoritas del dramaturgo es Fotografía en la playa, que cuenta la reunión de tres familias que viajan a la costa junto con sus criadas, en un viaje en el que descubrirán sus rencores ocultos.

Emilio Carballido es un buscador empedernido de historias, que escribe sobre la pobreza y la marginación, pero no lo hace con pesimismo o como un intento de aleccionar. Sus obras invitan a la risa seguida de la reflexión profunda y permiten que el espectador se descubra a sí mismo a través de la sorpresa: “El dramaturgo debe descubrir los mecanismos sociales y las causas profundas, tanto sicológicas, como los diversos determinantes que tiene el ser humano, y encontrar su sentido y relación con los valores generales.”

Dar presencia a lo popular en un montaje, afirma, no debe ser un sinónimo de teatro pobre: “Esa idea de poner cosas fáciles y mal puestas como cultura popular es peyorativo y acaba siendo una forma de desprecio al pueblo; pero sobre todo refleja la ignorancia de quienes creen que están haciendo una labor didáctica”.

Sobre la labor social que realiza el teatro, el dramaturgo, afirma Carballido, “debe dar verdad con belleza, sólo que, en ciertos momentos, hay verdades que es más urgente decir…debe también ser un ciudadano honrado, porque, si es un vividor comprometido con el régimen, no podrá escribir nada. El teatro es la voz del pueblo cuando se hace con sinceridad. Debe ser honesto. No hablar tan deprisa como los políticos. Reflexionar pues, para decir la verdad”.

En esa idea de que el teatro surga como una expresión del pueblo, ha trabajado con compañías de teatro indígenas como el hoy desaparecido Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena de Tabasco. (LTCIC).

Para Carballido, el teatro como una creación cultural, debe ser un vehículo que acerque a los hombres a su identidad, que fomente el sentido de pertenencia: “La cultura posee funciones mediatas; sirve para darle raíz a los pueblos, hacerlos impermeables a la penetración extranjera, darles orgullo de sí mismos, hacerlos portarse de manera más conveniente para conocer la realidad; asimismo, penetrar el universo que nos rodea, dar sentido de la existencia, mejorar la sociedad y volver más inteligentes a quienes se destina”.

Carballido plasma en cada una de sus piezas las emociones, las calles y los lugares públicos que frecuentamos a diario; sus personajes son gente de la clase media, amas de casa, cabareteras, maestros de escuela, que utiliza como vehículo para sembrar en el espectador inquietudes respecto a sus raíces culturales y obligarlo a defender su identidad.

En los foros en que se ha reconocido su trabajo, ha denunciado la falta de escrúpulos de los productores de teatro “que anuncian con bombo y platillo las comedias musicales extranjeras”, que sirven como una forma inconsciente de colonización:

“Nunca he temido tanto la falta de identidad como ahora que tenemos al enemigo en casa. La televisión comercial es sobre todo un instrumento de coloniaje, es una punta de lanza que trata de burlarnos la identidad, de hacernos sentir inseguros, de entregarnos al enemigo. Una meta del teatro en la actualidad podría ser resucitar la tradición teatral, demostrar que tenemos una cultura antigua.”

Para Emilio Carballido, uno de los ámbitos más olvidados de las artes escénicas es el teatro infantil, que recibe escaso apoyos gubernamentales y que debiera ser una prioridad en las políticas culturales para fomentar en los niños la fantasía:

“Durante la infancia el ser humano necesita encontrar modelos hermosos: por medio del cine, teatro, programas de televisión, se debería ofrecer moldes para que el niño creé sus propios juguetes fantásticos; pero si por el contrario, como ha sucedido, se le da un bote de basura, el niño creará basura, por ello se le deben dar estímulos bellos, formas fantásticas que le ofrezcan un desarrollo vigoroso, sano, lleno de ramos de flores y con posibilidades para que estas flores surjan del inconsciente.”

Algunas de las obras de teatro infantil que ha escrito son El manto terrestre, Las lámparas del cielo y la tierra, Dar es a todo dar y Apolonio y Bodoconio, pieza para títeres con la que realizó en los años 80 una gira por Europa.

Asímismo, ha publicado relatos infantiles tales como El gallo mecánico, sobre un gallo que vive en un taller mecánico; Los zapatos de fierro, historia que le contó su abuela y trata sobre una mujer condenada a usar zapatos metálicos y su recorrido por el mundo en busca del marido; y la entrañable relación que sostienen un niño pequeño y un caimán en La historia de Sputnik y David.

Realizó también la antología Jardín con animales, donde reúne obras de teatro infantil escritas por dramaturgos mexicanos.

Otro de los géneros en que Carballido ha incursionado con maestría es el relato. Las influencias que reconoce en su incursión a éste género son Maupassant, Chéjov, Pirandello y Katherin Mansfield.

De entre sus narraciones más destacadas está La veleta oxidada ( sobre una mujer que desea ser escritora), El norte (sobre una mujer guapa y prematuramente viuda que busca el amor) y Un error de estilo, (que narra la aventura de un oficial del ejército que escapa de su fusilamiento y se esconde en casa de una mujer que vive con su criada), Egeo (sobre el recorrido por ese mar griego en un yate solitario que hacen un homosexual, un hombre y una mujer) y el libro con tres relatos Flor de Abismo.

Emilio Carballido ha recibido a lo largo de los últimos 25 años, incontables reconocimientos a su calidad como dramaturgo. Ha sido director de Teatro del INBA, director de teatro en la UNAM, Premio Nacional de Literatura en 1996, ha recibido homenajes de todas las instituciones culturales y algunas universidades como la UNAM, la UAM y la Universidad Veracruzana. En 2002 ingresó a la Academia Mexicana de las Artes.

En diciembre del 2002, Carballido sufrió una trombosis cerebral que lo mantuvo en estado crítico en el hospital ABC por más de un mes. A raíz de ese ataque, ha sufrido trastornos del sueño y de movimiento motriz en sus extremidades, cosa que no ha impedido que continúe con su labor de creación literaria.

“La mejor obra que he escrito es siempre la más reciente”, afirma Carballido, quien a sus 80 años disfruta la vida del mismo modo que lo ha hecho desde que encontró su vocación de escritor: “Mira, la vida es para mí una ilusión, un frenesí, un sueño... Y los sueños, sueños son, como decía Pedro Calderón de la Barca y dice un servidor."