Vicente Quirarte: El elogio de la memoria
Amante y lector de la ciudad de México, Vicente Quirarte (1954) se ha dedicado desde su primer libro a trazar mapas poéticos, ensayísticos y narrativos en el papel más perdurable y frágil: la memoria. Director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM, Vicente Quirarte es poeta, dramaturgo, académico de la lengua y uno de los más prolíficos ensayistas de la literatura mexicana.
Los intereses de Vicente Quirarte oscilan entre la poesía y el ensayo, entre la narrativa y el teatro, entre la obra de los Contemporáneos y los monstruos ficcionales. Y en todos los campos busca ofrecer miradas serias y académicas, aún en contra de los horizontes comunes de los intelectuales.
En Del monstruo considerado como una de las bellas artes aparecen ensayos acerca de Frankestein, el vampiro, el hombre araña, Mary Shelley o el doctor Jekyll, seres excepcionales y cuyo hilo común es que son muestras de la otredad.
El interés de Vicente Quirarte por estos temas se entiende a través de un comentario de Rubén Bonifaz Nuño, para quien “la poesía es como echar relajo”. Cuando uno echa relajo lo hace con plena libertad y sin ninguna obligación, y se escribe poesía para ser más libre.
Quirarte es un poeta con quien el lector puede estar seguro de ser sostenido por el oleaje denso de la musicalidad; que las sorpresas harán aparecer a los animales desatados en las profundidades de la mente del escritor: encontrará en el modo de abordar los temas, la contundencia a veces muy amarga de las sombras, la melladura de sus filos, el óxido que los vuelve complejos.
Aunque la poesía sea el lugar donde flota como en el agua, en la prosa Quirarte es sorprendente, porque en ella tiene oportunidad de graficar su erudición ávida de detalles.
En Nuevos viajes extraordinarios trata de recorridos que poseen órbitas variables: viaja alrededor del espíritu incendiado por la sabiduría del tequila y el martini, y luego amplía sus alcances hasta las relaciones entre el cielo y la escritura de Saint-Exupéry, el París construido por Víctor Hugo, los esplendores de Jerusalén, para finalmente salirse de la atmósfera terrestre y entrar en la imaginaria de 2001: Odisea del espacio. A fin de cuentas literario.
“Como no puedo oler ni gustar ni sentir sino a través de las artimañas de la hechicera que llamamos Literatura, comienzo a invocar los nombres de aquellos que han construido Jerusalén al escribirla”.
En Nombre sin aire, juegan juntos, con intensa seriedad, dos extremos: la muerte y el erotismo, la piel y la falta de piel, el agua viva y su repentino y seco desfondamiento. Extremos de una misma cuerda, tensa por la factura que se logra en el lenguaje poético que inventa Quirarte para que sostenga, con cierta angustia, lo que la vida mata y lo que ella misma exalta.
Quirarte ha escrito ensayos puntuales, como son La poética del hombre dividido en la obra de Luis Cernuda, Perderse para reencontrarse: Bitácora de Contemporáneos y El azogue y la granada. Gilberto Owen en su discurso amoroso. Con el mismo detalle ha publicado textos de literatura cotidiana como los que conforman Enseres para sobrevivir en la ciudad, y ficciones que no prescinden de la realidad, como El amor que destruye lo que inventa e Historias de la historia.
En Prístina y última piedra, antología de poesía latinoamericana Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras consideran que “sustentada en un rigor formal, la escritura de Quirarte es una revisitación de tópicos culturales, (con)fundidos o no por su experiencia”.
En el 2003, Vicente Quirarte fue admitido como miembro numerario de la Academia Mexicana de la Lengua. Los requisitos establecen que quienes ingresen en la Academia tengan obra escrita, sean propuestos por tres miembros de la institución (en su caso lo promovieron Miguel León Portilla, Clementina Díaz y Pascual Buxó), sean ciudadanos mexicanos, nativos o naturalizados. El académico que ingresa tiene la obligación de hablar total o parcialmente sobre su antecesor. El “enorme privilegio” de ocupar la silla trigésimo primera de la institución lingüística fundada en 1851, que anteriormente perteneció al poeta Carlos Pellicer, motivó a Quirarte a escribir no sólo acerca de la obra del tabasqueño, sino sobre toda la generación literaria a la que perteneció: los Contemporáneos.
El discurso de Quirarte el día de su entrada a la Academia fue una emotiva y lúcida cavilación sobre ese “archipiélago de soledades” al que perteneció Carlos Pellicer. En él, Quirarte enlistó a la decena de poetas de este movimiento generacional surgido en la primera mitad del siglo 20 por orden de aparición: Carlos Pellicer, Bernardo Ortiz de Montellano, Enrique González Rojo, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Xavier Villaurrutia, Elías Nandino, Jorge Cuesta, Gilberto Owen y Salvador Novo.
Para Hugo Gutiérrez Vega, Vicente Quirarte “demuestra que la poesía es un género literario que brota de las entrañas y circula por los más recónditos parajes del misterio humano”.
En Zarabanda con perros amarillos el autor busca respuestas de sí mismo a través de la evocación de su hermano fallecido, Ignacio. Es un canto que brota de lo profundo para, en la superficie, encontrar el llanto, el dolor, el coraje que sobreviene a la muerte. A lo largo de 30 poemas conocemos a Ignacio, pero también nos reconocemos como personajes de ese destino.
La intensidad alcanzada por Quirarte nace de un sentimiento genuino, pero también de una contención, de un inmenso dolor dominado por la pericia formal, por una sabiduría poética que encuentra las palabras justas y las imágenes necesarias para expresar la pena y derrotar la invencible muerte por el tiempo preciso en el cual la lectura de los poemas sobrepasa los límites de lo real y mantiene vivo a lo ya pasado.
El lector atento, el escritor certero y el paseante que es Quirarte convergen en una reconstrucción de las muchas ciudades que conforman la Ciudad de México en Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México 1850-1992.
“Toda ciudad tiene su libro y algunas no pueden pensarse sin la relación con el escritor que las simboliza”, afirma Quirarte, que en Elogio de la calle recrea el transcurrir de los paseantes y novelistas por las calles, lugares públicos o en las banquetas, para abordar los diálogos que cada creador establece con una ciudad convertida en personaje, y así otorgarle a la vagancia un lugar dentro de las bellas artes.
La odisea del hombre por la calle remite a los salones de baile, los cafés, las estaciones, plazas, cines o puentes como el de Nonoalco, que lo mismo aparecen en Nueva burguesía, de Mariano Azuela, o en La región más transparente, de Carlos Fuentes. Su intención es que el lector identifique en cada calle, en cada muro, un acumulador de energía de los escritores que han vivido y escrito sobre ellos.