Alí Chumacero, luminosa palabra
por Elvia Alaniz Ontiveros
Alí Chumacero (Acaponeta, Nayarit en 1918) es un poeta que le canta al silencio con palabras. Por eso ha logrado traer a la página la luz y la sombra de la pintura, fundar revistas, acoger suplementos literarios, prodigar la creación de otros, jóvenes y maduros en talleres y seminarios consagratorios y humildes.
De palabra breve y luminosa, Chumacero posee una obra breve y de gran influencia en nuestras letras. Dice Carlos Montemayor que su obra no se puede entender sino como “una vida dedicada al trabajo de construir para sí y para los demás ensayos, prosas, poemas que den voz a nuestra vida, a la conciencia profunda de individuos y pueblos”.
Poseedor de una poesía fina y litúrgica, su vena poética inicia en sí mismo, para hurgar en el otro. Enhebra imágenes con las que arrastra y es arrastrado por una estela de palabras. Chumacero es una figura cultural sin la que no se pueden explicar los movimientos culturales de finales del siglo XX en México.
Desde 1936, cuando aún vivía en Guadalajara escribía reseñas bibliográficas y trataba de hilvanar sus primeros poemas. Ese fue el inicio de una trascendental labor en el mundo literario mexicano donde ha fungido como un fundador de palabras propias y ajenas.
Cuando muy joven fue enviado a Guadalajara para completar su enseñanza primaria y permaneció en esa ciudad hasta concluir la preparatoria. Ingresó en 1937 a la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. A los 19 años junto con José Luís Martínez, Leopoldo Zea y Jorge González Durán fundó (1939) Tierra Nueva, revista que codirigió hasta 1942. Es en esta revista donde publica su primer poema “Poema de amorosa raíz” que más tarde formaría parte de su libro Páramo de Sueños (1944).
Reseñista y director ocasional de Letras de México e importante colaborador de El Hijo Pródigo (1943-1946). Participó en 1949 en la fundación de México en la Cultura, suplemento de Novedades dirigido por Fernando Benítez hasta 1961.
Becario de El Colegio de México y del Centro Mexicano de Escritores, ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua (1964) y le fueron concedidos los premios Villaurrutia (1984), Alfonso Reyes (1986) y Nacional de Lingüística y Literatura (1987).
Ha sido maestro de una importante generación de intelectuales y escritores dedicados a la producción editorial. Fue un eje central para la consolidación del Fondo de Cultura Económica y de otras ediciones publicadas incidentalmente como la célebre colección SepSetentas.
“Como simple profesional de las letras y persistente tipógrafo, puedo jactarme de que nunca he cejado en colaborar corrigiendo y aun rehaciendo renglones y párrafos de otros escritores, dice con humildad Chumacero. El interés por la obra ajena no es desinterés por la propia: todo fluye hacia un destino común. Tipógrafo más que literato, ser humano más que poeta, más cerca de la tierra que del follaje, el haber concurrido en estos menesteres me ha procurado la satisfacción sólo percibida por quienes sospechan que servir a los demás es tan respetable como servirse a sí mismo”.
Si bien la obra de Chumacero es breve, pues consta de tres libros: Páramo en sueños. Imágenes desterradas (1948) y Palabras en reposo (1956); no lo es su poesía que se alarga envuelta en un halo de erotismo y profanación. Sus poemas rayan en el hermetismo y en la dureza semejantes a un diamante explosivo, cuyas revelaciones surgen de la relectura. En la que la flor, la carne, la muerte o la mujer se enredan para hacer brotar imágenes musicalizadas y rítmicas (1944).
La imperfección del amor y del tiempo y la desolación, invaden su poesía y la transforman en una luz que busca las palabras precisas para decir casi en susurro, como una certeza, más que como una revelación “Más crueles que el amor, el tiempo y el olvido”.
Chumacero es un “impulsor, mediante las principales revistas literarias y culturales de México, de los escritos que sobre filosofía, historia, política, literatura y poesía conformaron el perfil de la cultura contemporánea de México”.