La materia de los sueños

por Carlos Rojas Urrutia

El ejercicio literario ha sido el mecanismo mediante el cual Ignacio Solares (Ciudad Juárez, Chihuahua, 1945) intenta disipar las preocupaciones religiosas y místicas que le han acompañado desde la infancia. Aún hoy, esas mismas incógnitas que plantea el elemento ominoso que rige las leyes del destino persiste en la mente del escritor, lo que lleva a Solares a la reflexión de ser “un escritor que jamás ha crecido”.

Su literatura está marcada por la sustancia de los sueños, donde asegura, se encierra el infierno personal; y declara que un escritor debe hacer que su trabajo “vaya del inconsciente al papel, sin pasar por la conciencia”; una idea que confluye con las teorías psicoanalíticas de la expresión del inconsciente, materia por la que el autor ha demostrado verdadera pasión; sobre todo, por las ideas del inconsciente colectivo de Carl Jung y del autoanálisis de Freud.

Sobre ese inconsciente que permite al artista iniciar el proceso creativo, Solares afirma: “El artista pasa por momentos en que observa, en que se ve fingir. Lo mejor es escribir como sin darnos cuenta, como en un sueño, sin el papel del escritor que está escribiendo, porque esa es la trampa, esa es la careta. Sólo cuando el escritor es libre es cuando respiran sus sueños acumulados”.

Acompañó a su padre en su afición por la literatura y por la fiesta taurina. Ambas actividades evocan al escritor a su infancia y declara: “no reconozco más patria que la niñez”. Solares recibió una formación católica con la orden de los jesuitas que le marcó profundamente. De niño, se encerraba en el sótano de su casa a ejercer ese íntimo trabajo que es la literatura, y se cuestionaba a sí mismo sobre la existencia de Dios. A los 20 años le entregó a Luis Spota el primer artículo que vería publicado. Entonces decidió ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, institución a la que quedaría ligado permanentemente.

Sus lecturas preferidas eran las de autores como Chesterton, Greene y Mauriac, cuyos personajes se debatían entre su fe, las instituciones religiosas y el misticismo. Además, los autores que incitaban a la búsqueda del infierno personal y humano, como Aldous Huxley (“el único escritor al que hubiera querido conocer de veras”).

La infancia de Solares quedó también marcada por la influencia del alcohol en su entorno. Su padre sufría de ataques de delirium tremens (delirios alucinatorios provocados por el consumo excesivo de alcohol) y varios de sus familiares murieron por enfermedades relacionadas con esa adicción.

A mediados de los 70, Ignacio Solares asistió a un curso de psicoanálisis impartido por Erich Fromm. En 1979, luego de haber publicado un pequeño libro de relatos fantásticos (El hombre habitado, 1975), una novela (Pureta del cielo, 1976) y realizar su primera incursión en la dramaturgia (género al que Solares recurre con frecuencia) con su obraen un acto El problema es otro —donde retoma la importancia de los diálogos en la pieza dramática  y explora el autoconocimiento de los seres humanos—, Ignacio Solares realizó el reportaje literario Delirium tremens, que sería el inicio de su posicionamiento en las letras mexicanas.

En ese reportaje, Solares reúne 110 testimonios de alcohólicos recluidos en sanatorios psiquiátricos que sufren de alucinaciones, en una reflexión que sumerge al lector en el mundo del alcohólico y le descubre las similitudes de las visiones que padecen los enfermos, así sea de alimañas que les recorren el cuerpo, o de un sentido religioso, como la aparición de ángeles y demonios. La publicación fue comprada por el IMSS para utilizarse como parte de las terapias de rehabilitación en las reuniones de Alcohólicos Anónimos.

Sobre ese reportaje, uno de los textos más apreciados por el autor debido a que cumplió con una labor social inesperada, dice creer “más en los locos que en los cuerdos. Creo que la salvación del mundo está más en ellos que en la gente racional, en los políticos calculadores y fríos”.

Ese mismo año, escribió como colofón y fuga hacia la literatura sobre ese mismo tema del delirio alcohólico la novela Anónimo, donde aborda la escisión del humano para narrar dos historias que son la misma: un hombre despierta atrapado en un cuerpo que no reconoce como suyo; ese mismo hombre, colocado en otro plano de tiempo, es el empleado de un banco que busca la respuesta a su insatisfacción vital en la lectura de la Biblia, para establecer una relación distante con los otros seres del mundo.

En Anónimo, Solares reafirma su conflicto de católico creyente que rechaza la institución de la Iglesia Romana por sus métodos arcaicos y busca la verdadera fe en los sucesos extraordinarios, que ocurren al margen de lo “normal”, pero que descubren nuevos conflictos personales, materia prima de su escritura:

“Creo en cualquier manifestación de lo extraño del espíritu. Creo en todas las fugas posibles. Lo único que no soporto es la realidad tal cual es. Creo que el escritor está marcado por esa necesidad constante de inventar un mundo, de salirse de este mundo. La literatura tiene que ver más con la infelicidad que con la dicha. La escritura está relacionada directamente con la frustración. Escribir es un reflejo de la desesperación personal. El escritor está profundamente a disgusto con su realidad. Sólo a partir de ello concibo la creación literaria”.

Sobre sus temas literarios, que necesariamente reflejan las preocupaciones del autor, Solares dice escribir “cuando algo entra, cuando algo invade mi interior, se posesiona de mí, y entonces sí hay que sacarlo. Es como un sueño, no sé si un mal sueño o un buen sueño, pero hay que trasladarlo. Huyo de mis libros como el asesino del lugar del crimen y recuerdo su composición como un proceso profundamente doloroso. Le huyo tanto a escribir que repudio la máquina y no tengo horario para nada. Cuando me pongo a escribir, trato de terminar lo más pronto posible para salir de eso.”

Para Ignacio Solares, “en la vida hay trascendencias descendientes: el alcohol y las drogas, y ascendentes: la literatura, la religión y la participación política y social. Nunca nos vamos a conformar con ser lo que somos: bípedos que caminan en una ciudad enloquecida. La gran condena del ser humano es tener una sola vida y contar con capacidad para ver miles; por eso me dedico a la literatura”.

Paradójicamente, la fascinación de Ignacio Solares por lo misterioso fue el elemento que le acercó a una de las vertientes más sólidas de su literatura: la historia. Un día descubrió que Francisco I. Madero era un médium escribiente (los espíritus se comunicaban con él a través de la escritura) al que le fue ordenada la misión de llevar al país por el rumbo de la democracia y la justicia, con la sentencia de que él mismo moriría como mártir para culminar su obra.

Solares tuvo acceso a los cuadernos en que Madero había plasmado sus revelaciones, material con el que escribió Madero, el otro (1989), una novela que arranca en el momento en que Madero muere asesinado y aborda la vida del héroe mexicano desde el misticismo, analizando sus escritos como si fueran sueños que van develando su personalidad de mal político pero creyente ferviente de la libertad.

”Las estatuas de nuestros héroes me aterran. Hay que derrumbarlas aunque sea con literatura”, diría Solares en su intento por abordar desde una perspectiva más humana y literaria a los héroes de la historia. Dos años después, realizaría un nuevo acercamiento al espiritismo de otro personaje de la revolución en La noche de Ángeles (Premio Literario Internacional Diana/Novedades 1991), donde se embarca en la vida de Felipe Ángeles, hombre admirador de la fe de Madero y cercano al ex-presidente, que gustaba de la literatura religiosa, que luchó junto al ejército de Villa y que moriría fusilado él mismo dando la orden de abrir fuego.

Continuando con ese acercamiento a la historia de México, Solares recibió de manera misteriosa y fortuita un libro del que conocía su existencia pero que pensaba imposible encontrar, donde estaban los escritos de Plutarco Elías Calles en sus últimos años de vida, cuando afirmaba ver en su oficina apariciones de fantasmas. La anécdota sirvió para escribir la obra de teatro El jefe Máximo (Premio Julio Bracho 1992), una pieza de dos personajes encerrados en un despacho: el mismo Calles y el padre Pro —al que el ex-presidente ordenó asesinar—, que se transforma en Zapata y Villa para reclamar al fundador del Partido Revolucionario Institucional por sus métodos para gobernar y las decisiones tomadas.

Sobre la posibilidad que ofrece el simbolismo de la  literatura para “llenar los huecos de la historia con imaginación”, sin por ello dejar de ofrecer un panorama real y válido de los acontecimientos, Solares reflexiona:

“Me impresiona que la física moderna llegue a conclusiones terribles: empieza a ver el universo más como un gran pensamiento que como un problema mecánico. Eso que técnicamente es muy difícil de entender, creo que el poeta lo sabe desde hace siglos. Hemos llegado ahora a la luna, pero el poeta habita en ella desde hace siglos. Es en ese sentido en el que creo que lo simbólicamente verdadero puede en cierto momento darte una visión más cercana a la realidad que los hechos históricos”.

En la pieza dramática Desenlace (1992), el autor enfrenta su problema directo y personal con la figura de Dios, que plasma en las tribulaciones de una pareja mexicana y católica de clase media, que se cuestiona si sus movimientos son vigilados por un ser superior, representado en el texto como la presencia del público, que encarna la figura divina.

En 1993 Ignacio Solares fue nombrado Director de Teatro y Dramaturgia de la UNAM. Anteriormente, había adquirido la experiencia periodística siendo director del suplemento La Cultura en México de la revista Siempre!; jefe de redacción de la revista Plural; colaborador en Diorama de la Cultura, Hoy (nueva época), La Cultura en México y Quimera, entre otros.

Ese año escribió El gran elector (Premio Sor Juana Inés de la Cruz y Premio Juan Ruiz de Alarcón), una sátira política de tres personajes: un presidente enloquecido que representa el totalitarismo presidencial; Domínguez, su asistente, que representa la burocracia servil; y un hombrecito de cuya presencia sólo se percata el presidente, que representa ese sistema priista incorpóreo que rige el rumbo del país. La creación de El gran elector se dio en estructuras simultáneas, una como pieza dramática y la otra como novela.

La dramaturgia y la narrativa son los dos caminos en que Ignacio Solares ha volcado sus inquietudes sobre la muerte, la vida después de la muerte, la inquietud del hombre ante la certeza de su sustancia mortal y la creación artística. En 1994, montó dos obras de teatro con esa misma temática.

En Infidencias retoma la vida de una pareja que se reencuentra en la muerte, dentro de su misma habitación y con los mismos conflictos que enfrentaban antes de morir, en un espacio y tiempo inmóviles que se acercan a la reflexión del infierno de Sartre en A puerta cerrada. Tríptico (Premio al mejor autor 1995), la otra pieza que Solares estrenó ese año, aborda las cavilaciones de un escritor que crea a distintos personajes en la pantalla de su computadora y deja que sus historias transcurran en múltiples posibilidades.

Ese mismo año, publicó la novela Nen, la inútil (Premio José Fuentes Mares 1996), donde Solares retoma la vena histórica de su literatura, esta vez, en una narración ambientada en el México prehispánico, que recrea las costumbres aztecas al momento de la llegada de los españoles.

Nen, una india con poderes de premonición, levitación y adivinación, es entregada por su familia al emperador Moctezuma y a la llegada de los primeros soldados españoles es salvajemente violada por uno de ellos. La novela culmina cuando ambos personajes realizan un acto sexual amoroso, sin la violencia del primer encuentro, en un simbolismo del sangriento encuentro de las dos culturas y su posterior comunión en un nuevo país.

En 1995 publicó un volumen de cuentos realizados a lo largo de los últimos 30 años. Muérete y sabrás reúne relatos cortos sobre la experiencia de morir, de conocer vidas pasadas, de introspección y experiencias oníricas, siempre teniendo como marco la ciudad de México. Uno de esos cuentos, El sitio, sería posteriormente retomado para realizar una novela.

La infancia de Ignacio Solares transcurrió en Ciudad Juárez, Chihuahua, donde el autor conoció las diferencias a cada lado de la frontera. Por un lado, la opulencia de El Paso, en Estados Unidos, y por otro la pobreza y marginación de su ciudad natal. Además, convivía con el choque de ideologías de sus abuelos, uno que había formado parte de la elite militar de los Dorados de Villa; el otro, había sido defensor del régimen porfirista.

Como un ajuste de cuentas a esas memorias, escribió Columbus (1996), que recrea el ataque de Villa a esa pequeña ciudad en 1916, con lo que pretendía iniciar una guerra contra los Estados Unidos para reconquistar los territorios perdidos.

En 1998, Solares fue nombrado director de literatura de la UNAM y recibió el Premio Xavier Villaurrutia por El sitio, novela en la que extiende la anécdota de un cuento incluido en Muérete y sabrás. Un sacerdote alcohólico narra el sitio que sufren él y los vecinos de su edificio en la Condesa, que un día amanece tomado por los militares. Las voces de personajes que aparecen en sus novelas anteriores fluyen a medida que el sitio se extiende en el tiempo y sin explicación alguna, a manera de relatos como La autopista del sur de Cortázar o Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, donde la conciencia humana llega a situaciones límites que descubre las facetas más malignas y egoístas.

Sobre la anécdota de El sitio, Ignacio Solares declaró en la presentación: “El vivir enclaustrados es una condena que padecemos en el mundo actual y sobre todo en esta ciudad; somos exiliados en nuestra propia casa y el encierro es producto del terror que nos da asomar la cabeza fuera de la casa porque de inmediato nos ponen una pistola. No es muy diferente contagiarse de una infección como La peste de Albert Camus a salir de tu casa y que padezcas la violencia que hoy día priva no sólo en el DF sino en todo el país”.

En el año 2000, la hija de Solares le mostró su inquietud por estudiar psicología, pretexto con que el autor escribió el ensayo Cartas a una joven psicóloga, donde expone brevemente las bases de la teoría del psicoanálisis en 12 cartas dirigidas a su hija. En esa misma temática, montó la obra La moneda de oro ¿Freud o Jung? (2002) donde hace debatir a ambos pilares del psicoanálisis.

Al año siguiente, Solares desarrolló una experiencia que le había dejado conmovido cuando de joven ejercía su carrera de periodista: al cubrir la remodelación de un cine, encontró emparedada una billetera de mujer que contenía dos pesos y una credencial con un nombre desconocido. A partir de esa idea, escribió El espía del aire, una novela corta que transcurre en 1945 (año en que nació el autor), y es la búsqueda de un periodista de esa mujer dueña de la credencial.

Tres años después, continuando con esa búsqueda de fenómenos paranormales y reencontrándose con sus recuerdos de infancia, visitó la sierra tarahumara. Como resultado de ese viaje escribió No hay tal lugar, sobre un jesuita que busca el pueblo de San Sóstenes, lugar donde los tarahumaras con enfermedades terminales se dedican a meditar y morir.

En 2005 Solares fue nombrado director de la Revisa de la Universidad de México, UNAM y publicó su más reciente novela, La invasión, que transcurre primero en la crónica que realiza Abelardo de la invasión norteamericana, y otra narración que sucede durante la invasión misma.

Ignacio Solares continúa en su ejercicio literario “buscando encontrar la cara del demonio”; y sobre la función de la literatura en la vida, afirma:

“Yo creo que la literatura no tiene función social y quizá no sirve para nada; y por lo mismo, es un acto esencialmente espiritual. Quizás esta actividad tiene que ver con la idea junguiana del inconsciente colectivo y quizá de veras el escritor está cumpliendo con una función que no sabe, porque está jalando cosas que están por ahí en el ambiente. La verdad es que mientras haya temas hay esperanza. Ya que no podemos cambiar de país hay que quedarnos aquí para ver qué sucede”.