Memoria del homenaje en Bellas Artes
El martes 22 de septiembre de 2015, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, el Instituto Nacional de Bellas Artes, en colaboración con la Academia Mexicana de la Lengua, rindió homenaje al destacado escritor e investigador veracruzano Miguel Capistrán, mejor conocido como “el historiador de la literatura mexicana”, quien además de traer a México a Jorge Luis Borges en 1973, fue amigo y colaborador cercano de importantes autores, como Salvador Novo y Luis Mario Schneider. Autoridad en el tema de Los Contemporáneos y en la crítica cinematográfica, fue nombrado en 2011 miembro de número por la Academia Mexicana de la Lengua para ocupar la silla VI. Lamentablemente falleció el 25 de septiembre de 2012, unos días antes de leer su discurso de ingreso a dicha Institución. Participaron en el homenaje: Felipe Garrido, Adolfo Castañón, Vicente Quirarte y Michael Schuessler, en ese orden. En esta sección se reproducen los textos leídos por Adolfo Castañón, Felipe Garrido y Michael Schuessler.
Miguel Capistrán: un flautista en el cementerio
por Adolfo Castañón
I
Son bien conocidas las pirámides de Teotihuacán, Palenque y Chichén Itzá. En cambio los nombres de Manuel Gamio, Laurette Séjourné, el sacerdote Antonio Solís, Alberto Ruz Lhuillier, Edward H. Thompson, los arqueólogos que las descubrieron, lo son mucho menos. Sucede lo mismo en el ámbito de las letras. Jorge Luis Borges, Alfonso Reyes, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Alí Chumacero son nombres bien conocidos. El de Miguel Capistrán está asociado a ellos como el de Manuel Gamio y Laurette Séjourné a Teotihuacán. Aparece como una contraseña entre iniciados: Miguel Capistrán Lagunes nació el 8 de mayo de 1939 —8 de mayo, día en que en Francia se celebra el natalicio de Juana de Arco— y falleció el 25 de septiembre de 2012 a los 73 años. No llegó a tomar posesión del sitial que le tenía reservado la Academia Mexicana de la Lengua como sexto ocupante de la silla sexta, que antes ocuparon Edmundo O’Gorman, Manuel Romero de Terreros o Francisco del Paso y Troncoso. Fue Miguel Capistrán el editor, con Luis Mario Schneider, de la Obra de Jorge Cuesta, con Alí Chumacero de las de Xavier Villaurrutia y Gilberto Owen, y él solo de la de José Gorostiza, de quien fue amigo. A él se le debe que Alfonso Reyes se le haya aparecido en sueños a Borges y que éste haya decidido venir a México, luego de contarle esa aparición a Leonor Acevedo de Borges, su madre de noventa años, quien le insistió en que viniera, según cuenta el mismo Capistrán en Borges y México (1999).
La primera vez que vi impreso el nombre de Miguel Capistrán fue con el de Luis Mario Schneider en las portadas interiores de los cuatro tomos de color gris donde la Universidad Nacional había publicado las Obras de Jorge Cuesta en la colección Poemas y Ensayos, dirigida por Jaime García Terrés.[i] Ahí estaban los cuatro volúmenes encuadernados en rústica de 19.4 centímetros por 12.3, ahí estaba Cuesta. Dichas obras serían reeditadas más tarde por Ediciones de El Equilibrista[ii] y luego por el FCE con nuevas transcripciones.[iii]
La deslumbrante obra de Jorge Cuesta Porte-Petit eclipsó, al menos para mí, durante algunos años, la vida y los trabajos de Capistrán, el hombre que no solamente salvó a Cuesta del olvido, sino el muchacho entusiasta que se las arregló para traer a Jorge Luis Borges dos veces a México, el coleccionista de objetos, afectos, manuscritos, precisiones, como, por ejemplo, la de que Gilberto Owen y los demás contemporáneos no pertenecieron en realidad al grupo de la revista del mismo nombre, sino al de la compañía de teatro y revista Ulises, el discreto abogado de la causa homosexual en México (México se escribe con j, en colaboración con Michael K. Schuessler), el amigo y secretario de Salvador Novo durante ocho años, el confidente de José Gorostiza, el cómplice de Alí Chumacero, el bonne vivant, el hombre divertido que aparece muchas veces en las páginas del diario público de Novo, yendo a la casa lujosa de las hermanas Galindo en compañía del escritor Roberto Páramo, el curioso escritor que publicó algunos ensayos eruditos y noticiosos en la revista Espejo,[iv] dirigida por Luis Spota en tiempos de Gustavo Díaz Ordaz, en fin, el lector de Oscar Wilde que tenía el pudor mundano de aparecer como alguien no muy trabajador, más bien como una suerte de dandy criollo vestido con ropa casual y boina deportiva, aunque fuese una hormiga industriosa en las hemerotecas, un periodista tumultuoso, el bibliófilo, el bibliómano, el restaurador, la “futura eminencia gris” como lo llamó Salvador Novo.
Tuve la fortuna de conocerlo desde diversos ángulos. ¿Las últimas veces que lo vimos? En las sesiones de la Academia Mexicana de la Lengua, donde hizo buenas migas con la astrónoma Julieta Fierro, a quien le gustaba tomar el taxi con él al final de las sesiones para enhebrar la conversación interrumpida, y donde hizo donaciones curiosas y selectas extraídas de su acervo personal. El acervo completo, que se entrega este día, consta de 77 cajas conformadas por miles de documentos de diversa naturaleza como fotografías, postales, dibujos, periódicos o recortes de periódicos, artículos de revistas o libros, documentos legales, correspondencia, manuscritos, mapas, programas e invitaciones, folletos, diapositivas, etc. y, por supuesto, libros, alrededor de 3200 libros, que fueron inventariados por el equipo de los Acervos de la Coordinación Nacional de Literatura del INBA.
Sé cuánta amistad le profesaba Alí Chumacero, hasta el punto de encargarle que hiciera la edición de las Obras completas de Xavier Villaurrutia que se encuentra todavía, lamentablemente, inconclusa (al parecer está cuidando de ella Sergio Téllez-Pon). Capistrán desaparecía de tanto en tanto, como recuerda Salvador Novo: “Recado urgente y sos a Miguel Capistrán: si no has de terminar el trabajo, devuélveme rápidamente las herramientas. Quedan muy pocos días para entregarlo. ¡sos!”[v] Sé que Carlos Monsiváis le profesaba una estima y respeto no solamente heredados por Salvador Novo. A Monsiváis se le debe, como el mismo Capistrán dice, la insistencia de rescatar los textos para cine de Xavier Villaurrutia, Crítica cinematográfica.[vi]
Alicia Reyes abrió las puertas de la Capilla Alfonsina para que ahí se realizaran las honras fúnebres de Miguel Capistrán. De ahí que se pueda decir que dijo su último adiós en clave de Reyes. Tenía muchos amigos dentro y fuera del país. Amigos conocidos y desconocidos, secretos y notables, políticos, actores, escritores y alguno que otro aprendiz. Es innegable su tarea. Lector, amanuense, copista, coleccionista, editor, concentrador y distribuidor de noticias. Es innegable también la generosidad que ahora nos permite realizar este acto de aceptación de su legado.
II
Miguel tuvo conocimiento desde niño de la figura de Jorge Cuesta Porte Petit. Uno de sus amigos de juego en los años de primaria, según contó el mismo más tarde, fue Juan León Cuesta Izquierdo, medio hermano menor del poeta: “El padre de Miguel dejó el plato de lado y lo miró de arriba abajo: ‘Tú vives en el portal de la Gloria, eres […] sobrino de Jorge, el poeta que murió en busca del elixir de la eterna juventud’”.[vii] Las palabras del padre se le quedaron grabadas y le revelaron la existencia de un personaje misterioso que desde esos años, Miguel tendría unos diez, atraería su atención, hasta que décadas después lograría publicar, junto con un investigador argentino, Luis Mario Schneider, las obras del poeta y ensayista, el más triste de los alquimistas: Jorge Cuesta (1903-1942), el “perro de presa de los Contemporáneos”, como lo llamaría Ermilo Abreu Gómez, el valiente que se había decido a firmar la polémica de la Antología de la poesía mexicana moderna, confabulada por Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Bernardo Ortiz de Montellano en 1928, el editor de la revista Examen, que fue objeto de un sonado proceso por defender Cariátide, la novela de Rubén Salazar Mallén, documentado por Guillermo Sheridan en su libro Malas palabras, el autor de El plan contra Calles, folleto que le costaría una golpiza, el primero en escribir sobre Octavio Paz, pero sobre todo el autor de una obra ensayística y crítica que renovaría la literatura mexicana e hispanoamericana y que todavía está en espera de ser valorada en su dimensión propiamente filosófica.
Uno de los méritos indiscutibles de Capistrán es el de haber desenterrado de la fosa común de la hemeroteca los artículos dispersos de Jorge Cuesta, proponiendo las primeras transcripciones de esos preciosos documentos. Con José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Luis Mario Schneider, pertenece a una generación de autodidactas audaces, de raros criollos en busca de otros raros, de coleccionistas insólitos o de lo insólito que se encarnizaron a lo largo de sus vidas bien vividas y leídas en las canteras bravas de los no siempre ordenados archivos mexicanos. A esa generación seguirían otras: por ejemplo, la representada por Guillermo Sheridan en México, y Louis Panabière en Francia, autor de itinerario de una disidencia. Jorge Cuesta (1983), traducido por A. Castañón, ambos estudiosos de Jorge Cuesta o por investigadores más jóvenes como Pável Granados, con quien Capistrán editó El edén subvertido. Poemas de la Revolución Mexicana (2010).
Sergio Téllez-Pon, un amigo y seguidor suyo y de Antonio Alatorre, consignaría en el articulo “Miguel Capistrán, el último contemporáneo”[viii] que “A principios de los sesenta, Capistrán se encontró en la Biblioteca Nacional con un joven investigador argentino llamado Luis Mario Schneider”, quien también andaba hurgando en los anaqueles en busca de textos de Jorge Cuesta, “así que decidieron unir esfuerzos para publicar las obras del poeta en cuatro tomos (UNAM, 1964)”. A su vez, la forma en que Luis Mario Schneider se encontró con la obra de Jorge Cuesta fue evocada por Capistrán en una de sus últimas entrevistas: “De lo inesperado de la revelación gran ejemplo es la anécdota del primer encuentro entre Luis Mario Schneider (1931-1999) y Jorge Cuesta en la porteña ciudad de Buenos Aires. Schneider se encontraba paseando por la ciudad, cobijado por la noche y las estrellas o contemplando el asfalto. Una corriente de aire, una maldita e insignificante corriente de aire, levanta un periódico anónimo que se precipita sobre la cara del porteño. Sorprendido por la violenta zarandeada y fuera del trance de la cotidianeidad leyó, como esperando las palabras del Oráculo. Encuentra unos sonetos. Al final: Jorge Cuesta. Pocos días después, y gracias a un librero de confianza, se enteró de todo lo que sabía hasta el momento: un poeta loco que se suicidó. Punto. ¿Cómo llegan hasta ahí esos sonetos? ¿Quién publicó en patria tan lejana ese texto cuando aquí, especialmente en la provinciana Córdoba se luchaba por borrarlo de la historia, por eliminar su huella y hacer de la existencia anécdota marginal? ¿Esa mañana despertó Schneider pensando en ese momento? ¿Supo ahí mismo que terminaría por visitar tierra mexicana para rastrear los pasos del misterioso personaje?”[ix]
III
Los contemporáneos por sí mismos[x] es, de todos los libros editados por Miguel Capistrán, quizá el más emblemático, sugerente, personal y bien armado de cuantos publicó. De hecho, cabría imaginar que a los once amorosos y eruditos ensayos que reúne este espigado volumen de 227 páginas, faltaría añadir, con el tiempo, los otros ensayos que Miguel publicó después, como son, por ejemplo, la “Nota editorial y otras apuntaciones en torno a la poesía y la prosa de José Gorostiza”, incluido en el volumen que recoge Poesía y prosa de José Gorostiza, publicado por Siglo XXI en 2007.[xi] Los once textos reunidos en este libro fueron publicados entre 1967 y 1994 en revistas de difusión —como la de la Universidad o la de Bellas Artes— semanarios y periódicos como La Cultura en México de Siempre, Proceso, La Jornada. Solamente uno de ellos, “El caso de don Alfonso y Novo”, fue publicado en una revista académica especializada, la Nueva Revista de Filología Hispánica[xii]. Otro fue publicado previamente como prólogo al libro de Xavier Villaurrutia y el cine. Capistrán era, en palabras de Salvador Novo, un “penetrante husmeador de hemerotecas”,[xiii] “una implacable rata de hemeroteca. Da con las noticias y piezas literarias más insólitas. Y en busca de las calaveras y sus orígenes (que él fija en el Pensador Mexicano) ha ido a dar con las anónimamente escritas gran tiempo ha por José Juan Tablada, de quien aparte los epigramas repentinos tan repetidos, ya se sabía que era el autor del irreverente Tenorio maderista; y por otro escriba contemporáneo y homónimo mío que entre 1922 y 1923 —¡pronto hará medio siglo!— se botó la puntada de colaborar en un curioso periódico semanal llamado El Chafirete.”[xiv] Por eso Novo mismo decía que Capistrán sabía mejor que él la historia misma de sus publicaciones. Sergio Téllez-Pon cuenta que cuando Capistrán estaba trabajando en la búsqueda de inéditos de Villaurrutia, un día por accidente, de visita en la casa de las hermanas de Villaurrutia, apareció una carpeta al mover uno de los muebles de la recámara donde el hermano menor del poeta había guardado algunos papeles depositados en el sótano de la casa de la Colonia Roma. Eran las páginas de los periódicos donde se habían publicado las reseñas cinematográficas de Xavier Villaurrutia que finalmente alimentarían el libro publicado por la UNAM y cuyo prólogo se reproduce en Los contemporáneos por sí mismos. Capistrán fue armando un archivo sobre los Contemporáneos y sobre Xavier Villaurrutia en particular, que se perdió en 1985 con el temblor. En ese terrible sismo murió Rosa Capistrán junto con su hijo. Elena Poniatowska lo recuerda “Tenía una cita con Miguel Capistrán para irnos a Veracruz el 19 de septiembre porque yo iba a dar una conferencia (…). Todo quedó cancelado porque me dio una noticia espantosa: que el edificio donde vivía su familia [‘su hermana Rosa Capistrán y su hijo’] se había colapsado y ya los estaban velando en una funeraria sobre la calle de Álvaro Obregón”.[xv] Los contemporáneos por sí mismos es un libro, es un cronotopo de esa generación que se llamó así por alusión a una publicación francesa de 1825: Biographie nouvelle des contemporains, ou dictionnaire historique et raisonné de tous les hommes qui, depuis La Révolution Française, ont acquis de la célébrité, según precisiones de Salvador Novo y de Capistrán, quien hace ver que ese libro es una suerte de biografía de “eux mêmes” [de ellos mismos] como lo es el suyo. En ese libro-caracol está cifrada nuestra ciudadela literaria, arquitecto de esa construcción es Miguel Capistrán y su vida misma está entrelineada en esa partitura. No se puede visitar un sitio arqueológico, por ejemplo Teotihuacán, sin pensar en los arqueólogos, como Manuel Gamio o Laurette Séjourné, no se puede leer a ciertos autores como Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, José Gorostiza o Salvador Novo sin pensar, por ejemplo, en Miguel Capistrán. Intermediario, curador, paseante entre dos mundos. A Miguel Capistrán y su obra habría que dedicarle los mismos esfuerzos que él ha dedicado a las de Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, José Gorostiza, entre otros.
[i] Jorge Cuesta, Poemas y ensayos, prólogo de Luis Mario Schneider, recopilación y notas de Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider, 4 tomos, México, UNAM, 1964.
[ii] Jorge Cuesta, Obras, recopilación de Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider, edición de Miguel Capistrán, Jesús R. Martínez Malo, Víctor Peláez Cuesta y Luis Mario Schneider, 2 tomos, Taller del Equilibrista, 1994.
[iii] Jorge Cuesta, Obras reunidas, ed. de Jesús R. Martínez Malo, Víctor Peláez Cuesta; colab. de Francisco Segovia, México, FCE, tomo I, 2003; tomo II, 2004; tomo III, 2007.
[iv] Véase, por ejemplo, el artículo “De México y los extranjeros en el Siglo XX”, Espejo. Letras. Artes e Ideas de México, número dos/segundo trimestre. 1967, pp. 143-167.
[v] Salvador Novo, La vida en México en el periodo presidencial de Luis Echeverría, prólogo de Sergio González Rodríguez, México, Conaculta (Memorias Mexicanas), 2000, p. 355.
[vi] Xavier Villaurrutia, Crítica cinematográfica, recopilación, selección, introducción y notas de Miguel Capistrán, México, Dirección General de Difusión Cultural, UNAM, 1970, 308 pp. , 14 de junio de 2013, en http://revistareplicante.com/miguel-capistran/
[viii] Sergio Téllez-Pon, “Miguel Capistrán, en último contemporáneo”, El Universal, 27 de septiembre 2014. , 09/2012, en: http://blogperformance.blogspot.mx/2012/09/las-afinidades-irremediables-partir-de.html#.VfrihdJ_NHw
[x] Miguel Capistrán, Los contemporáneos por sí mismos, presentación de Gustavo Fierros, 3ª serie de lecturas mexicanas, 1994, 227 pp.
[xi] José Gorostiza, Poesía y prosa, edición de Miguel Capistrán, prólogo “La poesía de José Gorostiza” por Jaime Labastida, México, Siglo XXI, 2007.
[xii] Miguel Capistrán, “El caso de don Alfonso y Novo”, Nueva Revista de Filología Hispánica, t. XXXVII, núm. 2, 1989, p. 339-363.
[xiii] Salvador Novo, La vida en México en el periodo presidencial de Gustavo Díaz Ordaz, t. II, México, Conaculta (Memorias Mexicanas), 1998, p. 408.
[xiv] Salvador Novo, La vida en México en el periodo presidencial de Luis Echeverría, prólogo de Sergio González Rodríguez, México, Conaculta (Memorias Mexicanas), 2000, 135-136.
[xv] Michael K. Schuessler, Elenísima, ingenio y figura de Elena Poniatowska, México, Planeta, 2003.
Anexo
Algunas otras menciones de Capistrán por Novo:
- 22 de enero de 1966: “Los que están en cuclillas, también de izquierda a derecha, son los siguientes: […] Miguel Capistrán, un muchacho muy talentoso que empieza a escribir o a ver publicadas sus investigaciones literarias”. (Salvador Novo, La vida en México en el periodo presidencial de Gustavo Díaz Ordaz, t. I, prólogo de Antonio Saborit, México, Conaculta, Memorias Mexicanas, 1998, p. 123)
- 12 de noviembre de 1966: “Nos falta una sola clase para concluir el segundo y último semestre de este seminario de historia de la ciudad de México cuya impartición me ha puesto en contacto con un grupo no sólo simpático, sino distinguido, selecto, de estudiantes de letras. Como al parecer en toda la Universidad, las muchachas están en mayoría. En el grupo de diez o doce, sólo hay tres varones: el muy serio y formal Luis Terán, de quien no he visto aún nada publicado, y Roberto Páramo y Miguel Capistrán, que contrastan: Roberto delgado y rubio, Miguel gordito y moreno. […] Miguel es un investigador formidable. Él preparó la edición universitaria de la obra, tan dispersa, de su coterráneo Jorge Cuesta, y dio con textos que nadie conocía. Maneja la hemeroteca con familiaridad y descubre datos y fechas inéditos en cualquier investigación que emprenda”. (Ibid., p. 209)
- 10 de diciembre de 1966: “El sábado 5 de noviembre cumplí un año de haber sido honrado por el señor presidente con la designación de cronista de la ciudad. Mis alumnos lo recordaron […] resolvieron celebrarlo con una reunión para la cual la mamá de Carmen Galindo brindó amablemente su casa, a quien invitó a cenar a todo el grupo. Cerca de las ocho pasaron por mí Roberto Páramo, Luis Terán y Miguel Capistrán, y llegamos en los Jardines del Pedregal a una mansión fabulosa”. (Ibid., p. 220)
- 10 de diciembre de 1966: “El interesado que haya, llegado hasta aquí con su lectura, bien puede aventurarse la lista de nombres, mañana eminente, de los que conformamos el team de futuros cronistas […] el crítico Miguel Capistrán, futura eminencia gris”. (Ibid., p. 222)
- 30 de septiembre de 1967: “La cena en casa de las chicas Galindo fue más numerosa de invitados importantes: los Torres Bodet, los José Luis Martínez, Arnaiz y Freg, los Salinas Lozano, y naturalmente la nueva ola a que pertenecen las muchachas Carmen y Magdalena: Miguel Capistrán, Roberto Páramo, Luis Terán, José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis, Luis Guillermo Piazza…” (Ibid., p. 299)
- 8 de junio de 1968: “El día del maestro se acordaron del suyo y decidieron comer con él no los Arpíos, que me tienen muy olvidado y apenas uno que otro me telefoneó, como Dantés y Rosamaría, sino Carmen y Malena Galindo, Miguelito Capistrán, Roberto Páramo y Luis Terán”. (Salvador Novo, La vida en México en el periodo presidencial de Gustavo Díaz Ordaz, t. II, México, Conaculta, Memorias Mexicanas, 1998, p. 374)
- 25 de septiembre de 1968: “El miércoles tuve el gusto de que comieran conmigo cuatro jóvenes de El Heraldo: Gabriel Alarcón Jr. […] Nicolás Sánchez Osorio […] Neuvillate […], y el penetrante husmeador de hemerotecas que es Miguel Capistrán”. (Ibid., p. 408)
- 4 de diciembre de 1968: “Para las siete treinta había yo citado a junta a los miembros de la mesa directiva de la Asociación de Escritores de México. Sólo asistieron Edmundo Valadés y Miguel Capistrán”. (Ibid., p. 435)
- 30 de abril de 1969: “Miguel Capistrán había ido conmigo, parte él del jurado de los juegos”. (Ibid., p. 493) [Sobre un viaje a Tuxtla Gutiérrez, “Donde se consagraba a la memoria de B. Traven una serie de ceremonias que incluían los juegos florales”]
- 30 de abril de 1969: “La mañana del viernes se presentaba trágica. En el hotel no había luz para afeitarse con eléctrica, ni agua para siquiera un buche. Capistrán se lanzó a la alberca, yo me conservé en mi jugo”. (Ibid., p. 494)
- 1º de julio de 1970: “El primero en informarme, todavía vagamente, de que ‘Valdés Peza había sufrido un accidente’, fue Miguel Capistrán”. (Ibid., p. 587)
- 17 de marzo de 1971: “Y hoy disfrutaré de otro mundo estimulante. Mis Galindas Carmen y Malena Galindo me van a llevar a comer al Delmonico’s del Pedregal con otros alumnos de nuestro curso de historia de la ciudad: Roberto Páramo, Luis Terán y Miguel Capistrán. Para no salirles tan caro, les obligaré a tomar aquí el aperitivo”. (Salvador Novo, La vida en México en el periodo presidencial de Luis Echeverría, prólogo de Sergio González Rodríguez, México, Conaculta, Memorias Mexicanas, 2000, p. 43)
- 14 de abril de 1971: “Con los papeles que dejó a su muerte [José Juan Tablada] en las manos abaciales de José María de Mendoza (con todas las atrocidades que debe haber guardado, pero que el Abate, siempre celoso de las imágenes respetables para la “posteridad”, debe haber inquisicionado, expurgado para el seminario que dirigía en la UNAM) ha habido muchos líos, discusiones, acusaciones, aclaraciones y declaraciones entre Conchita, viuda y heredera del Abate, y Miguel Capistrán, investigador minucioso)”. (Ibid., p. 52)
- 25 de agosto de 1971: “Y sea el segundo que después de años de no incidir en viajes, y de escudarme para conjurarlos en la prohibición médica de probar más altura que la mía, ni respirar otro que el esmog alojado a mis mermados pulmones: cuando he debido decepcionar a más de un potencialmente generoso anfitrión resuelto a transportarme más allá del D.F, el inderrotable Miguel Capistrán transfirió el teléfono desde cuya bocina me saludaba, a la voz persuasiva, cortés, del seguramente joven licenciado secretario particular del señor gobernador de Veracruz, en cuyo nombre me invitaba”. (Ibid., p. 105)
- 1º de septiembre de 1971: “Y Miguel Capistrán se apuntó un diez con la conferencia-discurso con que dio a conocer, in situ, la historia, decadencia y nueva grandeza del edificio en que le escuchábamos y vimos al licenciado Moya Palencia felicitarle”. (Ibid., p. 110)
- 10 de noviembre de 1971: “Decididamente: Miguel Capistrán (no kin to other Capistranos, ni aludido en When the willows come back to Capistrano) es una implacable rata de hemeroteca. Da con las noticias y piezas literarias más insólitas. Y en busca de las calaveras y sus orígenes (que él fija en el Pensador Mexicano) ha ido a dar con las anónimamente escritas gran tiempo ha por José Juan Tablada, de quien aparte de los epigramas repentinos tan repetidos, ya se sabía que era el autor del irreverente Tenorio maderista; y por otro escriba contemporáneo y homónimo mío que entre 1922 y 1923 —¡pronto hará medio siglo!— se botó la puntada de colaborar en un curioso periódico semanal llamado El Chafirete”. (Ibid., p. 135-136)
- 21 de febrero de 1973: “(Y siguen los paréntesis: si alguien sabe de Miguel Capistrán y de Luis Terán —promesas de la literatura mexicana demasiado afectos a quedarse en promesas— favor de suplicarles que se comuniquen conmigo a la más urgente brevedad.)” (Ibid., p. 346)
- 12 de diciembre de 1973: “Luego, el viernes, Televisa iba a discutirse con una comida a Jorge Luis Borges, a que Miguel Capistrán, que ha actuado como su manager desde su importación, invitó a veintitantas personas ilustres. El hecho de que el convivio fuera en la Capilla facilitaría nuestro encuentro, que no pudo efectuarse; ni ahí, donde según mi capitán todo lo que Borges comió fue un poco de consomé con arroz; ni en la otra Capilla, la Alfonsina; ni ayer domingo, cuando muy a deshoras me habló Miguel para peguntar si podrían traer a Borges a saludarme”. (Ibid., p. 169) ?
Buscador de tesoros. Homenaje a Miguel Capistrán
por Felipe Garrido
I
Señoras y señores:
Es profundamente significativo que este homenaje a don Miguel Capistrán sea el marco para hacer pública la entrega de su archivo a la custodia de la Academia Mexicana de la Lengua. Ese archivo, obra de toda su vida, da fe de su más honda vocación: la del buscador de tesoros.
En un ambiente conservador, en una niñez y una adolescencia que fueron difíciles para Miguel y sus cuatro hermanas, un espacio de libertad y gozo eran las lecturas de la abuela paterna, “que leyó muchas cosas”; las del abuelo, que leía sobre todo diarios; las del tío Carlos, hermano menor de su padre, que eran cuentos de Las mil y una noches.
No deslumbraron al niño los zafiros ni las perlas ni el oro de Alí-Babá; lo deslumbraron las palabras y lo que las palabras permitían urdir. Según se lo contó a Michael K. Schuessler:
Ahí me di cuenta de que todo ese universo que yo tenía desde muy pequeño, de imaginar cosas y de inventar, de hablar con un amigo imaginario, tenía una razón de ser en la literatura. Cuando llegué al kínder a los seis, vi que en verdad existía ese mundo, sobre todo el de las hadas. A partir de ahí, yo empecé también a inventar historias. Incluso mi papá decía: “A ver, cuéntame un cuento; a ver, invéntate uno”. Me encantaba.
Aquella fascinación creció cuando, a los seis años, ingresó al Centro Escolar Cervantes —de republicanos españoles— y allí supo del autor del Quijote, y cantó con sus compañeros “La Tarara”, de Lorca. Dice su hermana Francisca que de niño Miguel tenía sus mejores juguetes en unas tijeras y los periódicos que encontrara: había comenzado a buscar. A Sylvia Navarrete, en una entrevista, Capistrán le contó que tenía once años cuando rescató un montón de papeles y dibujos que había tirado a la basura una señora amiga de su mamá, la madre de Xavier Villaurrutia, el poeta, que acababa de morir. A eso dedicó su vida.
II
La manía de descubrir objetos preciosos y ponerlos al alcance de otros anima el trabajo de todo investigador, todo editor, todo promotor de la cultura. Capistrán se interesó en el patrimonio cultural de su estado: organizó muestras, conferencias y homenajes; dirigió y asesoró museos, formó talleres literarios.
Con el tiempo dirigió su curiosidad a horizontes mucho más amplios. Como asesor cultural y productor de varios programas de televisión, coordinó la participación de escritores como Borges —a quien trajo a México en 1973 y 1978— Paz, Cosío Villegas, García Ponce, Elizondo, Monsiváis, Le-Clézio, Mailer, Vargas Llosa, Sábato, Sontag, Moravia, Calvino y otros. Uno de esos programas fue “Diálogos de la Lengua”, creado para conmemorar el primer centenario de la Academia Mexicana de la Lengua. Diseñó y produjo para Imevisión la serie “Testimonios”, donde presentó, entre otros, a Borges, Arreola, Dámaso Alonso y Carballo.
Aquello fue espectacular y pasajero. Su huella más visible es Borges y México (Plaza y Janés, 1999), que tiene tres secciones: 1) Borges y Reyes (con textos de Domínguez Michael, Yates, Mejía Sánchez, Deschamps, Reyes, Capistrán y Borges), 2) Autores mexicanos sobre Borges (con textos de Arreola, Cardoza y Aragón, Castañón, De la Colina, Elizondo, Fuentes, García Ponce, García Terrés, Glantz, Krauze, Lizalde, Maples Arce, Monsiváis, Montemayor, Monterroso, Mutis, Ortiz de Montellano, Pacheco, Paz, Pitol, Poniatowska, Alicia Reyes, Rossi y Villaurrutia), y 3) México en la obra de Borges, de Sandro Cohen. De Capistrán son la compilación, el prólogo, las notas, la bibliografía y el enorme poder de convocatoria. En 2012 reapareció como Borges en México, bajo el sello de Random House Mondadori. El 29 de julio, cuando fue presentado el libro, María Kodama se quejó de que Poniatowska incluyera en su colaboración poemas que no había escrito Borges. El libro fue retirado y repetido, sin las páginas de Poniatowska. Capistrán quedó limpio; a nadie se le ocurrió responsabilizarlo de lo que había escrito cada uno de los autores. Hombre amable y discreto, su mayor preocupación fue sostener la entrañable amistad que tuvo siempre con Elena Poniatowska.
III
Nuestra mayor deuda con Capistrán es que, desde la Hemeroteca Nacional y el Instituto de Investigaciones Bibliográficas (UNAM), donde fue investigador, haya impulsado los trabajos de numerosos estudiosos, gracias a los cuales hoy podamos leer, completas, las obras de Cuesta, Villaurrutia, Owen y José Gorostiza.
Casi siempre Capistrán trabajó en equipo. Y esto es algo más que le debemos: el escrupuloso cuidado con que siempre reconoció lo que debía a los demás. Doy un ejemplo. En 2007 Siglo XXI publicó Poesía y prosa de José Gorostiza, editada por Miguel Capistrán y Jaime Labastida, con la colaboración de Martha Gorostiza. Leo los Reconocimientos:
Para Porfirio Martínez Peñaloza, Luis Mario Schneider, Edelmira Ramírez, Armando Ramírez Domingo y Guillermo Sheridan porque sus hallazgos o investigaciones han hecho posible la integración del acervo que conforma la producción poética de José Gorostiza.
Reiterados para quienes desde la primera edición de la Prosa de J.G. (incluido el propio autor que de manera tan animosa participó en el proceso) con sus orientaciones o materiales contribuyeron a conformar el volumen: María Teresa Villaurrutia, Natalia Cuesta P.P., María del Carmen Ruiz Castañeda, Emmanuel Carballo, Teresa Silva Tena, Margarita Villaseñor, Eduardo Luquín, José Luis Martínez, José Emilio Pacheco, Manuel Calvillo y en particular para Alí Chumacero.
Por lo que toca a la presente salida de la obra gorosticiana, va también un agradecimiento vivo, profundo, para Martha Gorostiza Ortega, Paloma Gorostiza Otero, Alicia Reyes y la Capilla Alfonsina, Guillermina Fuentes, Adela Pinet, Tayde Acosta Gamas, Víctor Díaz Arciniega, Carlos Monsiváis (que rescató el texto sobre las Rubaiyat); asimismo un reiterado agradecimiento a Arturo Cantú por su generosa aportación del texto de Muerte sin fin cuyo establecimiento logró tras largos años de trabajo y va aquí también un muy especial recuerdo a su memoria. Asimismo para Rodolfo Rojas Zea y otro agradecimiento para Pablo Ortiz del Toro por su ayuda para la integración de la bibliohemerografía.
Igualmente gratitud especial para el Archivo Histórico de la Secretaría de Educación Pública de cuyos fondos procede el texto sobre el Teatro de Orientación.
Una especial expresión de gratitud a la retentiva de Jaime Labastida merced a la cual el documento sobre el Palacio de Bellas Artes salió nuevamente a la luz en la única fotocopia resguardada por el INBA, y cuya localización y envío hay que agradecer a Daniel Leyva, subdirector general de dicho Instituto. Lo mismo respecto al doctor Vicente Quirarte, director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM porque gracias a su intervención fue encontrado, en la Biblioteca Nacional, un ejemplar del informe sobre la construcción del Palacio de Bellas Artes dictado por Gorostiza, lo que hizo posible la nitidez requerida para su producción en esta edición.
IV
Conocí a Miguel Capistrán en la UNAM, en 1961, cuando pasé de Arquitectura a Filosofía y Letras, para estudiar Letras Españolas. Él había hecho lo mismo, animado por Emilio Carballido, con la diferencia de que había pasado en Arquitectura tres años en lugar de uno, como yo.
Coincidimos con algunos grandes maestros y fuimos trabando una amistad basada en aprendizajes compartidos. Antonio Alatorre, Margit Frenk, Miguel León-Portilla, Margarita Quijano insistieron en que no debíamos abrir la boca si no teníamos, decía Alatorre, “los pelos de la burra en la mano”. Sergio Fernández y Margo Glantz nos incitaron a buscar otras perspectivas, diversas a las acostumbradas. Julio Torri tenía 72 o 73 años, pero ya estaba gastado; yo tuve la fortuna de descubrir sus textos a tiempo, y más de una vez pude hablar con él en su casa.
“Otro maestro —dice Capistrán entrevistado por Schuessler— fue Luis Rius, de los exiliados españoles. Todavía estaba más o menos joven, era el guapito. Entrar a sus clases era toda una odisea porque desde antes de la hora las chavas estaban en la puerta para ganar los primeros lugares.” Al igual que Miguel, sufrí el embate de las devotas de Rius, que era un hombre hermoso y en plenitud —acababa de cumplir treinta años—; tuve que seguir sus clases desde las filas que nos dejaban las compañeras, al fondo. Una vez todos sentados, Rius sacaba un cigarro —en ese tiempo algunos maestros fumaban en clase— y mientras lo retacaba contra la cajetilla dejaba vagar la mirada por la explanada central hasta que el silencio era total. Entonces comenzaba a fumar y a leer —Hernández, Cernuda, Machado, Alberti, Lorca… los poetas del 27— y completaba la tarea de seducción, porque lo hacía mejor que nadie. No hacía falta más. Las inflexiones de su voz bastaban para que nosotros penetráramos en el significado y en el sentido de los versos.
Esa fue la lección esencial de nuestros mejores maestros. Alatorre, Frenk, León-Portilla, Quijano, Fernández, Glantz, Rius nos enseñaron a leer. A leer, como decía otra gran maestra que compartimos, María del Carmen Millán, “con los ojos abiertos”.
V
Intentaron, pues, nuestros maestros, enseñarnos a leer. También nos hicieron ver que lo primero que hace falta para leer es contar con textos sólidamente establecidos. Hay autores, editores, traductores, herederos atentos a que la obra se conserve, tal como es, al alcance del público; otros son descuidados. Por toda clase de razones, lo que algunos escriben queda disperso en revistas y periódicos que a su vez pueden estar perdidos; en ediciones extraviadas; en archivos… Sacar a la luz esos materiales, comparar versiones, establecer cuándo fueron escritos y publicados; limpiarlos de las intervenciones de correctores y editores, de los descuidos del propio autor… Ésta es la tarea a la que dedicó su vida Miguel Capistrán. Comenzó muy pronto. Primero, con Cuesta.
Cuesta era cordobés —le contó Capistrán a Schuessler— y yo soy de Córdoba, y en la primaria tenía un amigo, Juan León Cuesta, sobrino de Jorge. Yo iba a su casa o él iba a la mía para jugar o hacer la tarea. Así conocí la casa de los Cuesta. Me fascinaba, por sus dimensiones y por la biblioteca, que no era la de Jorge Cuesta, sino la de un cuñado suyo, casado con su hermana Natalia.
Un día Juan León fue a mi casa a hacer la tarea y mi mamá lo invitó a cenar. Lo presenté y mi papá dijo: “Ah, tú eres nieto de don Ernesto, hijo de Juan, el más chico de los Cuesta”. Luego dijo otra cosa que me marcó para siempre: “Y eres sobrino de Jorge, el poeta que murió buscando el elíxir de la eterna juventud”. Eso me impactó. Quise saber quién era y qué había hecho. Yo tenía diez años. Me decían: “No. Estás muy chico para saber muchas cosas”.
En 1964 —Capistrán estaba en la Facultad— apareció Jorge Cuesta. Poemas y ensayos. Prólogo de Luis Mario Schneider. Recopilación y notas de Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider (UNAM). Treinta años pasaron para que esta tarea culminara en Jorge Cuesta. Obras. Recopilación de Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider. Edición de Miguel Capistrán, Jesús R. Martínez Malo, Víctor Peláez Cuesta y Luis Mario Schneider (Ediciones del Equilibrista, 1994).
El interés por publicar a Cuesta venía desde 1942, a poco de morir el poeta, cuando un grupo de amigos intentó dar a conocer su obra completa; “trabajo —escribió Capistrán— que fue sólo promesa y dio como resultado la dispersión de sus papeles”. Ahora es posible, agrega:
que la poesía y el pensamiento crítico de Cuesta encuentren lectores que lo aprecien en su justa dimensión: la del hombre que inauguró una posición sostenida en la única moral que pregonó: la de la honestidad intelectual y de la conciencia crítica, hiperlúcida y clara, desvinculada de otros intereses que no fueran los de crear, promover y difundir la cultura no de México, pues para Cuesta la cultura no estaba determinada geográficamente, sino de la cultura en México.
Palabras que bien le cuadran al propio Capistrán.
Siguió Villaurrutia. En 1966, publicado por el Fondo de Cultura Económica, Xavier Villaurrutia. Obras. Prólogo de Alí Chumacero. Recopilación de textos por Miguel Capistrán, Alí Chumacero y Luis Mario Schneider. Bibliografía por Luis Mario Schneider. Y en 1970, editado por la UNAM, Xavier Villaurrutia. Crítica cinematográfica, donde Capistrán fue autor de la recopilación, la selección y la introducción. El prólogo lo armó a partir de las respuestas de Villaurrutia a un cuestionario que le sometió una radioemisora, de notas del poeta sobre crítica cinematográfica y otras entrevistas, “sin alterar jamás la redacción original y sólo dándoles una secuencia”.
Luego Gorostiza: Prosa. Recopilación, introducción, bibliografía y notas de Miguel Capistrán. Epílogo de Alfonso Reyes (Universidad de Guanajuato, 1969). Capistrán advierte:
La recopilación de las obras de Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia ha precedido en mi tarea de investigador al trabajo que se agrupa en este volumen. Ya que esos escritores me condujeron al rastreo de la obra de los Contemporáneos, es a ellos, a Cuesta y a Villaurrutia, a su memoria, a la que dedico esta otra aproximación a la obra del grupo sin grupo.
Sin embargo, lo hace también al Centro Mexicano de Escritores, del que fue becario en 1967-1968; a María Teresa Villaurrutia, Natalia Cuesta, María del Carmen Ruiz Castañeda, José Gorostiza, Emmanuel Carballo, José Luis Martínez, Alí Chumacero, Eduardo Luquín y José Emilio Pacheco.
Un segundo libro fue Poesía y prosa de José Gorostiza (Siglo XXI, 2007), del que ya hablé.
En cuarto lugar, Gilberto Owen, Obras, publicado por el FCE en 1979. Edición de Josefina Procopio. Prólogo de Alí Chumacero. Recopilación de Josefina Procopio, Miguel Capistrán, Luis Mario Schneider e Inés Arredondo.
VI
Después de haber animado esas cuatro monumentales recopilaciones, el interés de Capistrán por el “grupo sin grupo” lo llevó a armar, con textos sueltos de muchos de ellos, una amplia y aguda visión de lectura obligatoria para conocer a la generación completa: Los contemporáneos por sí mismos, con presentación de Gustavo Fierros (Conaculta, 1994).
Con motivo del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, Capistrán y Pável Granados publicaron El edén subvertido. Poemas de la Revolución Mexicana (Conaculta, INBA, UANL, Jus, 2010), que también lleva a los Contemporáneos. Dice la introducción:
Quien lea estas páginas se enterará de que los poetas que vivieron la Revolución Mexicana generalmente rehuyeron tratar el tema, y que la Revolución se convirtió en un tema poético diez, veinte, treinta años más tarde. […] Es cierto que los Contemporáneos escribieron sobre este asunto (Pellicer, Novo, González Rojo), pero lo hicieron cuando ya había publicado sus poemas Miguel N. Lira. El poeta que resolvió por su cuenta la complejidad de los sentimientos que entraña la Revolución […] Con respecto a la novela de la Revolución Mexicana, estos poemas guardan una diferencia central: no pretenden ser un testimonio. No dicen así fue. Dicen algo más aventurado: así pudo ser, y aún, así debió haber sido.
VII
En México se escribe con J (Planeta, 2010), el último de sus libros, creo, Capistrán presenta, con Michael K. Schuessler, una visión calidoscópica de la cultura gay, que algo tiene que ver con los Contemporáneos. Los textos son de los coordinadores, más Luis Zapata, José Ricardo Chávez, Víctor Federico Torres, Sergio Téllez-Pon, Braulio Peralta, Teresa del Conde, David Torrez, Víctor Jaramillo, Álvaro Cueva, Tareke Ortiz, Nayar Rivera, Pável Granados, Juan Carlos Bautista, Alejandro Varderi, Alejandro Brito, Salvador Novo, José Joaquín Blanco, Carlos Monsiváis y Enrique Serna. Van desde una crónica del célebre baile de los 41, un texto precursor que Capistrán publicó en Contenido, en 1974, hasta la gaydad en la literatura, el cine, el video, la plástica, la fotografía, la música y sus intérpretes; la vida social. Schuessler afirma que el propósito del libro es informar a todo tipo de lector, a un público que puede pertenecer a cualquier comunidad y tener cualquier orientación sexual.
VIII
Los méritos de Miguel Capistrán fueron reconocidos en 1997 por el Ayuntamiento de Córdoba, que lo nombró Ciudadano Distinguido. En 2000 el Centro Cultural y Social Veracruzano de México lo nombró Veracruzano Distinguido. Tres años después el Ayuntamiento de Córdoba, la Universidad Veracruzana y el Instituto Veracruzano de Cultura le otorgaron el Premio Jorge Cuesta. En 2011 la Academia Mexicana de la Lengua lo eligió como miembro de número. No alcanzó, sin embargo, don Miguel Capistrán, a leer su discurso de ingreso, que estaba programado para el 9 de octubre de 2012, pues falleció dos semanas antes, el 25 de septiembre.
Queda pendiente algo esencial. Hoy me he referido a sus libros. Pero Capistrán publicó además artículos y ensayos en El Mundo de Córdoba, Excélsior, El Heraldo de México, El Universal, El Día, Unomásuno, La Jornada, Reforma, La Vida Literaria, Espejo, Revista de la Universidad, México en la Cultura, La Cultura en México, Nueva Revista de Filología Hispánica, Vuelta, Contenido, Biblioteca de México y seguramente en otros periódicos y otras revistas. Es paradójico que ese trabajo se encuentre disperso. Alguien debería recogerlo. ?
Capis, el memorioso
por Michael K. Schuessler
I
Miguel Capistrán, “nuestro historiador de la literatura mexicana”, como alguna vez lo bautizara Héctor de Mauleón, nos dejó hace ya tres años —el 25 de septiembre del 2012— y con su partida se desvaneció un universo de conocimientos, anécdotas, efemérides, recuerdos, datos, en suma, una visión privilegiada —diría yo única— del mundo cultural mexicano. Hasta el día de hoy, Elena Poniatowska se refiere a Miguel como “una enciclopedia andante” porque, según la escritora, “lo sabía todo, todito”. Miguel no dejó “escuela” propiamente dicho, pero jóvenes investigadores como Pável Granados reconocen su influencia y la asesoría brindada por este ser generosísimo que era en vida Miguel Capistrán Lagunes. Para retar al olvido y la indiferencia, Miguel dejó una obra compacta pero diversa que incluye su controvertido libro sobre Borges, a quien trajo a México en dos ocasiones (1973, 1978) y que detalla los pormenores de su estancia en este país. Recuerdo que en una ocasión Miguel me narró la primera conversación telefónica que sostuvo con Borges, y como cuando le preguntó al maestro del laberinto si podían conversar un día, Borges lo paró en seco: ¿Conversar? ¿No querés decir platicar? Miguel también era un apasionado del acontecer diario y alguna vez me comentó que antes de que la diabetes hiciera estragos en su vista, se leía por lo menos cuatro periódicos al día, actividad digna de quien también dedicó parte de su vida profesional a la Hemeroteca Nacional donde —me lo puedo imaginar— aparte de atender e investigar, también Miguel se perdía en las revistas culturales y suplementos literarios que hallaba a cada paso: Contemporáneos, El Universal Ilustrado, La revista Moderna, etc. etc.
Sin embargo, y como muchos de ustedes seguramente saben, su gran pasión fue dirigida hacia Los Contemporáneos, el “grupo sin grupo”, “el archipiélago de soledades” que incluía entre sus adheridos más destacados a Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, y, su predilecto, Jorge Cuesta. Al lado de estos destacados escritores, Miguel siempre me recordaba que también existió un grupo de “pintores contemporáneos”, como Manuel Rodríguez Lozano, a quien Miguel visitó un día en su departamento cuando éste estaba demasiado enfermo para atenderlo, su discípulo trágico Abraham Ángel, y otros más cuyas obras eran en desafío abierto a lo que llamaba Villaurrutia el “jicarismo mexicano”, mejor evidenciado a través de los kilómetros y kilómetros de pintura mural elaborado por los “tres grandes” muralistas mexicanos: Siqueiros, Rivera y Orozco. Miguel también era gran defensor de Antonieta Rivas Mercado, de quien el “Capis” reconocía mucho más que las exorbitantes dimensiones de su bolsillo: ella fue quien impulsaba el teatro experimental en México y lo hizo desde un palco de su teatro Ulises, donde se presentaban obras de Jean Cocteau y otros dramaturgos europeos por primera vez en la capital mexicana, lo cual quiere decir por primera vez en el país: así fue como escritores (y actores) como Villaurrutia y Novo establecieron contacto con este movimiento dramático que tanto influyó en sus obras.
Debido a su precoz inscripción al mundo de las letras, durante ocho años en que fue su asistente, Capistrán gozó de una productiva amistad con uno de los más prominentes miembros de los Contemporáneos, Salvador Novo, quien un buen día proclamó al joven Miguel su apto heredero como cronista de la ciudad de México (como se pueden imaginar, Carlos Monsiváis se indignó) y a quien le confió detalles íntimos de su vida personal, y la de sus amigos escritores, artistas, actores, e intelectuales. Hasta el día de hoy recuerdo con asombro como Miguel me describía la casa de Novo, su biblioteca, su archivo, su pasión culinaria, y también la imagen marchita de joyas literarias, como la correspondencia que Novo mantuvo con su amigo Federico García Lorca, cuidadosamente encuadernada en un tomo de piel marrón y ahora un —muy importante— misterio para resolver: ¿Dónde quedó ese libro? Esta formidable iniciación en las letras mexicanas le encaminó a Miguel hacia muchos proyectos, en particular al rescate de obras de los autores de esta generación, como las de Jorge Cuesta (UNAM, 1964), Xavier Villaurrutia (FCE, 1966), José Gorostiza (Universidad de Guanajuato, 1969), Gilberto Owen (FCE, 1979) y, en últimas fechas, la poesía y prosa de José Gorostiza (Siglo XXI, 2007).
Sin embargo, este doctor honoris causa no se limitó a preparar ediciones y rescatar poemas de periódicos y revistas de la época, largo tiempo olvidados. Durante varios años, fungió como Investigador de Tiempo Parcial en la Hemeroteca Nacional, adscrita al Departamento de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM, y más adelante fue nombrado Encargado de Asuntos Culturales del Gobierno del Estado de Veracruz, donde también fue Director del Museo de la Ciudad. En Córdoba, su querido “terruño”, a donde me llevó en compañía de mi mamá hará unos diez años, Miguel resultó clave en la preservación de lo poco que quedaba en pie de sus monumentos históricos, incluyendo la que fue alguna vez casa de la familia de Jorge Cuesta.
Miguel Capistrán es también autor de varios libros monográficos, entre ellos, La crítica cinematográfica de Xavier Villaurrutia (UNAM, 1971), Los contemporáneos por sí mismos (Conaculta, 1994), y Borges en México (segunda edición, Lumen, 2012). Qué bueno sería que algún editor recopilara sus obras completas, como se ha hecho en fechas recientes con las de Elena Poniatowska, Margo Glantz, Octavio Paz, etc. De hecho, aquí hago un llamado a las autoridades culturales de este país para que se ocupen de la obra dispersa de este singular escritor e investigador mexicano cuyos textos todavía se esconden en vetustas revistas y empolvados periódicos de la época. Y Miguel, ¿por qué no guardó todo lo que escribió como hacen otros escritores? Porque casi todo lo perdió en el sismo de 1985 cuando Miguel y su familia sufrieron inenarrables pérdidas.
Otra detalle de nuestro multifacético amigo: durante su gestión como director del programa televisivo “Encuentros”, Capistrán fue pionero en el género de las entrevistas por televisión y en este contexto trajo a México a celebrados escritores e intelectuales: Norman Mailer, Gore Vidal, Ernesto Sábato, Susan Sontag, y Mario Vargas Llosa, así enriqueciendo el mundo cultural del México de medio siglo.
Desde que Miguel partió para otros lares, nada es igual, pues ya no lo acompaño a sus museos favoritos para disfrutar de sus siempre originales comentarios sobre el simbolismo en México, el art nouveau, la Revista Moderna, el Ateneo Mexicano, entre tantos otros temas que Miguel dominaba como pocos. ¿Y los libreros de viejo? ¿Y los chachareros de la Lagunilla, de la Zona Rosa y de Avenida Cuauhtémoc? ¿Notarán la ausencia de un señor risueño y bigotudo con un gorrito y lentes que cuelgan de una cuerda, blandiendo un simple bastón metálico? Ignoro la respuesta pero desde mi orfandad intelectual sigo esperando que suene el teléfono y que sea mi gran tocayo en la otra línea, llamando para compartir un chisme recién salido de Conaculta, para consultarme sobre alguna palabra en inglés, hacer planes para nuestro siguiente encuentro. Recuerdo que la última vez que conversamos —platicamos, quiero decir— decidimos celebrar juntos el día de nuestro compartido “santo”, pero mi amigo, el “Maese Capistrán” decidió irse antes, tal vez en busca de Jorge Cuesta y el elixir de la eterna juventud o para presentarles a los ángeles su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, honor que lamentablemente ya no le tocó en vida.
Para terminar, quisiera compartir con ustedes una “conversación de ultratumba” entre mi maestro y yo. Resulta que en el 2011 decidí entrevistar a Miguel en varias ocasiones con la idea de convertir nuestras pláticas en un pequeño volumen o al menos una entrevista por entregas. Él estuvo de acuerdo y con gusto contestaba mis preguntas, a veces ingenuas, a veces acertadas, desde una mesa del Konditori, del Péndulo, del Café la Parroquia, o de uno de los ubicuos Sanborns en donde muchas veces nos sentábamos para platicar largo y tendido. Como Miguel era capaz de hablar solamente de Novo por más de dos horas seguidas, y sobre Cuesta incluso más, en lo que sigue les voy a leer solamente algunos de los fragmentos más sugestivos de nuestros diálogos que, confieso, siguen hasta el día de hoy ya que lo invoco a cada rato cuando me esfuerzo por escribir en “buen castellano”, a no decir “a través” sino “por medio”, “inadvertido” en vez de “desapercibido”, entre muchos más “tics”, digamos capistranos, que él instauró en mí.
Empecemos pues, desde un principio, cuando Miguel descubrió que había libros y autores que creaban mundos fantásticos, inasequibles:
Miguel, ¿me podrías contar un poco sobre tu juventud en Córdoba y tu llegada a la ciudad de México?
Miguel Capistrán: Tuve una niñez y adolescencia como la de todo mexicano en provincia, con muchas limitaciones y con muchos problemas, y sobre todo padecí de un ambiente muy conservador. En una palabra, era muy represivo en muchos aspectos y como se dice muy bien con aquella expresión de “pueblo chico, infierno grande”, pues no dejó de marcarme, aunque de todas maneras lo recuerdo todo como una experiencia de las más memorables obviamente, porque fue un periodo no solo de formación sino de descubrimiento. Y además, también, para referirme a maestros, desde que entré a la escuela, que fue oportunamente una escuela de maestros republicanos, que fundaron una escuela en Córdoba, el Colegio Cervantes. Y ahí, desde el primer día de ingreso, ya tuve mi primer contacto con la literatura en serio, con una de las figuras que luego ha sido uno de mis grandes ídolos, que es Federico García Lorca, porque en las canciones que teníamos en el kínder, cantábamos algunas de Lorca, entre ellas la que más recuerdo, que todos los compañeros de la época lo recuerdan, que era “La Tarara”.
Dentro de este ambiente provinciano, ¿tuviste algún maestro, algún estímulo en particular, una biblioteca?
Bueno, digamos que mi primera maestra, o quien me incitó a la lectura, fue mi abuela paterna porque ella leyó muchas cosas, ya que mi abuelo era muy buen lector. Y, sobre todo, desde toda la vida él fue lector de periódicos, sobre todo de El Imparcial, que era el periódico de la época. Mi tío, el hermano de mi padre, iba todas las tardes a la estación del ferrocarril en Peñuela [Veracruz], donde está mi casa, a recoger el periódico. Y además él siempre le leía a mi abuela cuentos de Las mil y una noches y a mí también. Y sobre todo ahí me di cuenta de que todo ese universo, esa atmósfera, que yo tenía desde muy pequeño, de imaginar cosas y de inventar, de hablar con un amigo imaginario, tenía una razón de ser en la cuentística, en la literatura, y cuando descubrí los primeros cuentos de hadas en todo este mundo imaginario, ya lo había imaginado desde mi perspectiva individual a los muy pocos años. Yo tendría cuatro, cinco años, y cuando ya llegué al kínder a los seis años, pues vi que sí había un correlato con lo que era mi propia intuición que sí existía ese mundo, sobre todo el mundo de las hadas. Entonces, a partir de ahí, yo empecé también a inventar mis propios cuentos; incluso luego mi papá me decía “a ver, cuéntame un cuento, a ver, invéntate uno”, porque me encantaba. Pero en fin, ya cuando llegó el momento de ver en realidad qué tenía que estudiar, pues sí, toda mi inclinación humanística, digamos, me orientaba a buscar algo que tuviera que ver con las artes, la literatura, en fin. Y buscando qué carrera me podía dar todos esos elementos, consideré que era arquitectura, porque reunía cuestiones prácticas y era una de las “Bellas Artes”.
¿Cuál fue la reacción de tus padres cuándo les dijiste que ibas a dejar Arquitectura?
Yo no sabía cómo plantear el asunto a mi padre, entonces de alguna manera bastante habilidosa empecé a ir con un psicólogo. Además conocí también por esas épocas a Emilio Carballido, dramaturgo que era paisano de Córdoba. Fue como en 1960, y un amigo me llevó a conocerlo; desde entonces yo seguí frecuentando a Emilio. Pensé en estudiar psicología y también economía pero pues obviamente iba yo a fracasar igual. Afortunadamente Carballido vio que yo tenía un gusto serio por la literatura y me hizo ver que la iba yo a regar totalmente y me aconsejó que sí entrara yo a letras, no para aprender a escribir ni para hacer todo eso, sino simplemente para desarrollar toda una profesión y así empecé, por ejemplo, a asistir a conferencias, que fue donde en una lectura que hizo el maestro Novo en Bellas Artes de su libro de poesía fui, y ahí lo vi por primera vez, pero no me le acerqué.
¿Entonces cuándo tuviste el primer contacto con Salvador Novo?
Lo vi por primera vez en 1958. Yo leía, desde Córdoba, sus columnas que publicaba en la revista Mañana y en la revista Hoy, que eran “Cartas a una amiga”, y a mí me fascinaba todo el ambiente que describía él, por ejemplo de que estaba ensayando una obra que iba a montar en su teatro “La Capilla” y de que había ido a la sesión de la Academia, que había estado con Dolores del Río, que era su vecina. Entonces todo ese mundo a mí me seducía desde Córdoba, y era una de mis grandes ilusiones conocerlo, igual que Alfonso Reyes, pero a Reyes no lo pude conocer ya. Mi primer encuentro con el “Maese Novo” fue cuando ya salió la edición de las obras de Jorge Cuesta y yo se las llevé, porque Novo era uno de sus amigos; estaba ahí, en la entrada de “La Capilla”, sentado en un jardincito que había, tomando el sol. Llegué yo y se los entregué pero fue un diálogo muy corto y yo estaba impresionado de hablar con él. No tenía yo manera de hacer diálogo, según yo. Ya después, pasando el tiempo, cuando yo me metí en el mundo de la investigación y cuando se le celebraron sus sesenta años de vida (1964) y como parte de esas celebraciones se hizo la edición de sus libros que recogieron todas sus columnas periodísticas con el título de La vida en México en la época de Ávila Camacho, escribí una reseña en forma de carta y en la carta le puse muchas de esas cosas que ya sabía yo de él por mis investigaciones sobre Cuesta en la Hemeroteca. Después vimos a Novo en La Capilla, en su despacho, y ahí fue cuando le dijo el editor Rafael Giménez Siles que viera lo que había yo había escrito. Novo se quedó impresionado y dijo: “esto vale mucho la pena de publicarse”. Entonces tomó el teléfono y habló a Raúl Noriega, que era el director del suplemento de México en la cultura después de Benítez. Y entonces me dijo, “pero has hecho una radiografía mía; me has leído todo, bárbaro”. Es que mencionaba yo en el texto que Novo descubrió el mar en San Francisco, y entonces él hizo una cita de una línea suya donde habla del mar, no me acuerdo ahorita en cuál de sus libros.
Por todo esto que me cuentas te dicen “el historiador de la literatura mexicana”, ¿verdad? Es una especie de título nobiliario.
Yo siempre he dicho “soy investigador nada más”…
Y así termina esta parte de nuestra conversación, con la modestia que caracterizaba a nuestro querido historiador de la literatura mexicana, el entrañable Miguel Capistrán.
Muchas gracias. ?