Muestras literarias

Marilyn

por Juan Gerardo Sampedro

Él es un niño que viaja en un Ford conducido por su tío Carlos. Mira cómo le brincan ante los ojos los árboles y el desértico paisaje. No sabe a dónde van, pero escucha al tío: “Se suicidó Marilyn Monroe.” Él pregunta quién era ella y obtiene como única respuesta: “La mujer más bonita del mundo.” Corren como liebres los primeros días de agosto de 1962. Sabría luego que Marilyn se llamó Norma Jean Mortensen y que fue violada a los nueve años. Que su madre falleció en un sanatorio para enfermos mentales y que ella creció en un orfanato. Que la versión de su suicidio, a la edad de treinta y seis años, continúa siendo un misterio. El joven lee y lee sobre Marilyn y colecciona pósters e imágenes que inundan sus libros y sus cuadernos. Lee tantas biografías sobre Marilyn que deja de creer en los biógrafos. Todo es confuso. Desea convertirse entonces en el Clark Gable a quien ella idealiza como a un padre o meterse en los zapatos de Joe DiMaggio o de Arthur Miller, con quienes Marilyn vivió en distintos periodos. El adulto contempla ahora la portada de Playboy de diciembre de 1953: Marilyn posa en sus sueños dorados. Han transcurrido vertiginosos cuarenta y seis años. Lee Oración por Marilyn Monroe, un poema de Ernesto Cardenal: “Perdónala, Señor, y perdónanos a nosotros por nuestro 20th Century / (…) / Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes…” La carretera donde el niño aquel escuchó por primera vez el nombre de Marilyn Monroe ya no existe, aunque los mismos pájaros sombríos permanezcan ahí.