Lectura Homenaje a Jaime García Terrés
Carlos Rojas Urrutia

Jaime García Terrés (Ciudad de México, 1924 - 1996) guardaba de niño la secreta esperanza de convertirse “en hombre de ciencia y emperador del Universo”. De adulto, fue un poeta riguroso y serio que al margen de la escritura trabajó como promotor cultural; desde esa posición, asentó las bases sobre las que se desarrollaría la política cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

García Terrés pasó la mayor parte de su vida trabajando en espacios repletos de libros y documentos. Su espíritu sin embargo, huía de esos escenarios. “Vivo siempre en un agujero”, decía el poeta, “y busco salir de pronto al mar”.

Estudió derecho en la UNAM y posteriormente recibió una beca para estudiar estética en la Universidad de París y filosofía medieval en El Colegio de Francia. Su camino como poeta comenzó en la infancia, cuando sintió una inclinación musical que condujo no a tocar el piano, “para evitar que me dijeran que lo hiciera en público”, sino el violín. Entonces, García Terrés encontró el ritmo y la musicalidad de las palabras con que comenzaría a conducirse: “Escribo desde que descubrí que podía hacerlo. Fui un niño seducido por la gramática, la prosodia y la métrica. Todo esto ligado a una frustrada vocación: la musical.”

Desde que aprendió a escribir, García Terrés comenzó a dibujar letras. A los 11 años, intentó una novela pero a sus personajes les dio por morirse apenas en el primer capítulo. Comenzó sus lecturas a conciencia de los versos de Ezra Pound, William Blake y Frederich Hölderlin; devoro en dos semanas la obra de Marcel Proust; memorizó versos de Sor Juana y de Lope de Vega; cultivo en secreto su propia escritura poética y ya para la adolescencia, ese hábito “se convirtió en una lucha por la expresión que cobró el aspecto de una lucha a muerte”.

Apenas con el bachillerato terminado y 17 años cumplidos, conoció a Alfonso Reyes, bajo cuya tutela publicó sus primeros trabajos: un par de ensayos sobre crítica literaria y sobre la responsabilidad del escritor.

Desde muy joven, García Terrés comenzó su carrera en la difusión cultural. A los 23 años fue nombrado subdirector del entonces recién creado Instituto Nacional de Bellas Artes, donde trabajó al lado de Salvador Novo y Celestino Gorostiza. Antes de cumplir los 30 años, publicó Las provincias del aire (1956) que resultaría uno de sus poemarios más reconocidos, donde despunta ya el estilo fluido, el sentido del humor, la simpatía por el mundo y el manejo del rigor estructural que caracteriza el conjunto de su obra poética.

Después publicaría poemarios como Los reinos combatientes (1961); Carne de dios (l964) y Todo lo más por decir (1971), donde plasmó sus reflexiones sobre lo cotidiano, sobre su voluntad de hacer de la realidad el elemento poético por excelencia para entrelazar las líneas de la estética y la sinceridad, con versos concisos que escapan al desbordamiento y la exageración. “La palabra es habla. Y es canto. Y es danza de palabras”, afirmaba García Terrés cuando se le preguntaba cuál era su percepción de la poesía.

García Terrés comenzó su trayectoria como traductor de otros poetas mientras trabajaba en Radio Educación, donde realizó una adaptación radiofónica de El vals de Lord Byron. A lo largo de su vida, publicaría diversas reediciones de sus poemas que combinaría con traducciones realizadas por él mismo de escritores como Yeats, Coleridge, Hölderlin, Blake y Pound. Ejemplo de esa labor de García Terrés como traductor son los poemarios Baile de máscaras y la antología Las manchas de sol.

La razón de la literatura

Jaime García Terrés entendió a la literatura no como un mero hecho lúdico y creativo, sino como una razón inagotable de vida, que abordó con seriedad para crear y al mismo tiempo animar y difundir a los autores de su país.

En 1953 fue nombrado Director General de Difusión Cultural en la UNAM. El poeta se convirtió durante los siguientes 12 años en el funcionario que impulsaría desde la Universidad casi todas las áreas artísticas: se fundó la Revista de la Universidad para fomentar la literatura; se creó el recinto de La casa del lago desde donde comenzarían su carrera literaria la generación de Salvador Elizondo, Juan García Ponce y Álvaro Mutis; comenzaron los cineclubes en la UNAM que derivarían en la fundación de la Filmoteca y el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC); abrió sus puertas el Museo Universitario de Ciencias y Artes; se expandió la actividad de las artes escénicas en lo que sería el principio del Centro Universitario de Teatro y la creación de Teatro UNAM, uno de los proyectos teatrales más importantes del país...

Debido a esa labor de fomento a la cultura, La Universidad Nacional realizó en 1994 un homenaje a Jaime García Terrés, que cumplía 70 años. Durante las mesas redondas en que se reconoció su labor, asistieron Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska y el entonces rector de la UNAM, José Sarukhán.

La exploración marina

Uno de los grandes amores de García Terrés fue el mar; sobre todo, ese mar de agua cristalina y arena blanca del Mediterráneo. Testimonio de esa fascinación es 100 imágenes del mar (1962); un libro que mezcla el ensayo con la poesía y explora, en palabras de su autor, “no sólo la naturaleza del mar, sino las emociones, las experiencias intelectuales y las emociones que nos suscita el mar”.

Cuando era estudiante, Jaime García Terrés realizó su primer viaje a Grecia. Después volvería a ese mismo archipiélago para su luna de miel y finalmente, guiado por el destino, se convertiría en embajador del gobierno mexicano en aquel país europeo.

Producto de esa tercia de viajes es Reloj de Atenas (1977), un libro de memorias donde García Terrés explora el ambiente intelectual y social de la Grecia moderna, además de que da a conocer a la intelectualidad latinoamericana la obra e influencia de Iorgos Seferis, con quien establecería una duradera relación de amistad entrañable.

García Terrés recibió el Premio Magda Donato 1978. En 1996, sufrio un ataque cardiaco repentino que le arrancó la vida. En su última entrevista, el poeta declaraba: “Es injusto proclamar la facilidad, engañar a un autor haciéndole creer que éste no es un camino lleno de riesgos. Salomón de la Selva decía que hacer un poema es tan difícil como una operación en los ojos. ¿Qué es poesía? Pues algo que da sentido, algo que da nombre a lo que no lo tiene”.