Beatriz Espejo: la nostalgia de lo femenino
por Carlos Rojas
La literatura de Beatriz Espejo (Veracruz Veracruz, 1939) se inscribe en la mejor tradición cuentística de miradas femeninas que exploran la nostalgia por la vida, en una interpretación de la realidad que trasciende el universo de la mujer para hablar sobre los sueños y problemas de niños y hombres; una literatura que refleja las realidades interiores y sufrimientos de los personajes sujetos a sus circunstancias y prejuicios.
Su obra, escasa en publicaciones pero rica en calidad, se desarrolla sobre dos vertientes: una que transcurre en ámbitos cerrados, llenos de fantasmas e interrogantes que pertenece quizá a una saga familiar y autobiográfica. La otra, toma su materia prima de la condición de las mujeres en el siglo XX, preocupadas por su profesión, por su condición ontológica y amorosa.
Nacida en el puerto de Veracruz, en el seno de una familia tradicional de hacendados que cambió su residencia a la Ciudad de México para formar parte de la pequeña burguesía, la familia de Espejo estuvo encabezada por su padre, un hombre culto que disfrutaba los placeres de la comida, de las reuniones familiares y los encuentros sociales para hablar de literatura y beber cognac. Beatriz Espejo fue educada en escuelas de religiosas francesas donde aprendió el refinamiento y encontró su vocación literaria.
Comenzó el hábito de la lectura a los siete años, con cuentos de hadas donde predominaba la figura femenina que se hacía heroína (Blancanieves, Cenicienta). Continuó con las novelas rosas que compartía con una tía solterona; y a los 12 años, cuando murió su padre, Espejo comenzó “a cultivar la nostalgia que me quedó al darme cuenta de que la felicidad es pasajera”. En ese estado de ánimo, descubrió a las inglesas Brönte, a Agatha Christie, los terrores nocturnos de Edgar Allan Poe, y más tarde la “prosa precisa” de Martín Luis Guzmán, y la “palabra dispersa y poética” de José Vasconcelos.
Después se adentraría a las influencias que serían decisivas para la construcción de su universo literario: Julio Torri (maestro de la facultad al que dedicaría su trabajo de doctorado), Juan José Arreola, Jorge Luis Borges; y la prosa femenina de Katherine Mansfield (de quien ha traducido sus obras) y claro, Virginia Woolf, Elena Garro (“la mujer más completa de la literatura mexicana”), Inés Arredondo y Luisa Josefina Hernández.
Incansable buscadora del conocimiento, Espejo cosechó desde niña premios, primeros lugares y medallas. Cursó la carrera de Letras en la UNAM y más tarde recibió en esa misma institución el doctorado en letras españolas. Su tesis, la dedicó “a ese maestro que me enseñó la importancia de la corrección y la paciencia para publicar”, Julio Torri, bajo el título de Julio Torri, voyerista desencantado (UNAM, 1987).
Se convirtió así en investigadora y profesora en colegios particulares, de la Escuela Nacional de Maestros, la UIA y la UNAM; es además, investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad.
De muy joven, atendió el taller literario de Juan José Arreola, quien publicó como número uno de la colección Cuadernos del unicornio, el libro de relatos de Beatriz Espejo La otra hermana, un volumen de literatura fantástica donde comenzaba a despuntar su estilo, vasto en impulsos destructores que sus personajes producen por la represión de los impulsos.
En 1959 fundó la revista El rehilete, formada por un directorio de mujeres, que se mantuvo durante diez años. Dedicó ese tiempo a “la faceta fácil, desperdiciándome, del periodismo”, realizando entrevistas que serían muy importantes para su formación como escritora, con gente como Julio Cortázar y Jorge Luis Borges. Recibió el Premio Nacional de Periodismo en 1983 por sus colaboraciones en diarios y revistas.
Con una vida dedicada por completo a la literatura, con un método de escritura lento, de una exigencia que la conduce a la corrección “que raya en el delirio”, Espejo se tomó diez años para publicar su siguiente volumen de cuentos, Muros de azogue.
“Aspiro sólo a conseguir algunos textos bien urdidos, interesantes, y trabajo con humildad y soberbia. Humildad porque una mínima lucidez nos obliga a compararnos con los grandes maestros. Soberbia porque sigo escribiendo”, afirmaba la escritora, dispuesta a publicar únicamente aquellos textos de manufactura casi perfecta.
“El cuento es un pedazo de vida sintetizado en una cuantas páginas. Y ese pedazo de vida tiene que estar cargado de misterio y debe llevar adentro un concepto implícito. El cuento tiene sus reglas casi matemáticas. Eso lo sabe el hacedor de cuentos y no lo debe saber el lector. Tienes que engañarlo y que no note la técnica ni los esfuerzos. Es como cuando ves tocar a un pianista y deslizarse por las teclas de un piano; admiras que lo hace sin trabajo. En un cuentista serio pasa lo mismo. Ahí sucede el milagro de Dios: está el don de los cielos y luego, por supuesto, la persistencia”.
Muros de azogue (1979), surgió de una selección de 20 textos de entre más de 60, hecha por su esposo, el crítico Emmanuel Carballo, y es una mirada literaria a su vida familiar; la de los ricos hacendados Príncipe Beltrán, con personajes que son sus tías, tíos, primos y los parientes que ella hubiera querido tener e imaginó, en la atmósfera caliente del puerto de Veracruz, con sus creencias místicas, sus hábitos alimenticios y sus mujeres que cocinan delicias, las figuras morenas y peresosas, envueltas en esa sombra fantasmal que procura la superstición colectiva que atiende las amenazas de chamanes y brujos.
Sobre los temas en su literatura, Espejo afirma: “Mi mundo es el de la burguesía mexicana agónica, que parece pez fuera del agua dando las últimas bocanadas. Eso es de lo que entiendo y puedo hablar: una clase media en proceso de transformación y una burguesía en proceso de extinción”.
Espejo comenzó la lucha contra las dificultades que implica el cuento corto, que fue superando con pericia narrativa para verter en unas cuantas páginas sus obsesiones nostálgicas. No fue sino hasta 1993 que publicó un nuevo libro de relatos, El cantar del pecador, diez cuentos sobre la vida burguesa en Veracruz, envuelta en el alo de los sones veracruzanos y la atmósfera costeña.
En este libro, Espejo recurre de nuevo al recuerdo familiar de Los muros de azogue,pero con una prosa más depurada y dueña de los recursos estilísticos que ya son capaces de enmascarar sus sentimientos. La casa junto al río es el único relato en que toca directamente el tema de la muerte de su padre y el desmoronamiento de su vida familiar, que toma la imagen de un techo que se derrumba con el peso de la última hoja que flota en el aire y se deposita ahí.
El cantar del pecador puede leerse como una novela fragmentada que aborda la vida de hacendados veracruzanos, con el sufrimiento interno que provocan las tradiciones familiares, escritas desde una actitud calculadora, un temple frío y una inteligencia precisa. Espejo declara que este libro fue también un intento por plasmar sus propias ideas de el Cielo (Tlacotalpan), el Limbo (Puerto de Veracruz), y el Infierno (Perote), en un paisaje donde el infierno es lo más cercano al frío y el paraíso a lo cálido.
Sobre sus personajes, Espejo dice ser una escritora que toma pedazos del mundo que conoce para llevarlo a la realidad literaria: “En mis cuentos está la nostalgia por la vida que se nos escapa de entre las manos. Un día más es un día menos. Es tener la conciencia de que estamos de paso. Y a medida que estás en este lugar, las cosas tienden a ser menos felices para volverse más tristes y desesperanzadas. Es como si mis personajes tuvieran la idea de que en vez de acumular ganancias, sumaran pérdidas. La preocupación esencial de todos los personajes es la soledad ontológica del ser humano, la certidumbre de la muerte, que sólo desaparece en los momentos gozosos del amor”.
En 1997 publicó Alta costura, con que recibió el Premio Nacional de Cuento 1996. En ese libro, Espejo se aleja de las ataduras familiares y paternas, para exhibir la vulnerabilidad de la mujer moderna, “atrapada en la telaraña de sus circunstancias”; dibuja las historias de seres autocondenados por sus prejuicios, con una prosa perturbadora que a veces se carga de horror, aunque matizada por el humor negro y la ironía.
Los 15 relatos que conforman este libro son textos mucho más concisos y apretados que los anteriores; aquí recurre a las preocupaciones de las mujeres maduras, afligidas por el deterioro físico y la paulatina extinción de la belleza, mujeres medio burguesas preocupadas por ahorrar dinero, comprar joyas baratas o conseguir un amante; o sumidas en la histeria y los deseos de mando que provoca la vida sexual poco satisfactoria.
Además, en Alta costura rinde homenaje a algunas escritoras mexicanas que la han acompañado en las lecturas. Para cada una, encuentra una forma de contar que no es casual, sino que se ajusta a la personalidad de cada mujer que se dibuja en apenas unas cuantas páginas. Figuran textos para Inés Arredondo, Pita Amor (quien cautivó a Espejo en su infancia, cuando la vio por primera vez en una corrida de toros, montada en su exuberante belleza) y Elena Garro.
En 2001, el municipio de Oxkutzcab, Yucatán, (de donde es originaria su familia) creó el Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo. Ese mismo año, la autora publicó la que sería su única novela hasta el momento, Todo lo hacemos en familia, libro pensado y realizado deliberadamente como novela fragmentada, dividida por ilustraciones de rosas hechas a tinta.
De niña, Espejo aprendió en los colegios de monjas francesas a bordar, actividad por la que nunca demostró especial interés. Todo lo hacemos en familia es la historia de una mujer madura, matriarca de una familia burguesa venida a menos y finalmente caída en desgracia, que se dedica a bordar un mantel donde cuenta la historia de su vida. Al tiempo que ella teje, en la prosa se van cosiendo las historias de los personajes familiares, con esa misma sensación de nostalgia, humor y sentimiento que transmite Beatriz Espejo. Destaca el personaje del General, un hombre en el que la narradora vuelca todas las virtudes de los hombres que han sido importantes para su vida.
Su más reciente volumen de relatos, es Marilyn en la cama y otros cuentos (2004), realizado luego de la muerte de un sobrino suyo, lo que le produjo un dolor que permeó en todos los relatos y hace de éste un libro de cuentos tristes, alejados de la ironía. Aquí, Espejo realiza nuevos homenajes a personajes como Anthony Quinn (donde recrea el lenguaje chicano), Elena Garro, Vincent van Gogh, y por supuesto, la trágica sensación de estar rota de Marilyn Monroe; personajes unidos, afirma Espejo, “por su visión excepcional del mundo”.
A la par que su trabajo como narradora, Espejo realiza ensayos e investigaciones. Sobre su vida como mujer, a la que la escritora recurre permanentemente para plasmar su mirada femenina en la literatura, afirma:
“Soy una mujer angustiada, con el tiempo encima, con muchos planes de trabajo; necia hasta la pared de enfrente, que no está dispuesta a cambiar sus conceptos y que a lo mejor a pesar de todo, se sale con la suya. No hago alardes pero soy una persona intensa. He tenido muchos amores en mi vida, de distintos géneros. Empero, dado que soy vulnerable, hablo poco de las cosas que me duelen. Me parece impúdico andar sacando tus llagas a la luz del día. Mejor me las lamo como los perros”.