Cuernavaca, Morelos, octubre 2018.*
Hacia la mitad del siglo XX el teatro en México tenía dos posibilidades de existir; por un lado, el llamado teatro profesional o comercial, por el otro el patrocinado por instituciones: el Instituto Nacional de Bellas Artes, la Universidad Nacional Autónoma de México y la Unión de Autores y Adaptadores. Esporádicamente aparecía una puesta en escena particular o el inusitado fenómeno de una representación en francés presentada por la Alianza Francesa, o en inglés por la Campanella Playhouse. También debe mencionarse la existencia del teatro Caracol, el primer miniteatro en México, de los empresarios Aceves y Arce.
Es decir, las oportunidades de los autores jóvenes que se interesaban por hacer buen teatro quedaban en manos de las instituciones, a su buena voluntad y al presupuesto.
El teatro comercial recorría varios grados de vulgaridad, desde los llamados “teatros de vaudeville” hasta unas producciones más o menos estables de teatro complaciente, generalmente “simpático” y siempre corriente. Casi podría decirse que despertaban en el público el tipo de interés que provocan las telenovelas. De allí el gran papel que Bellas Artes, la UNAM y la Unión de Autores […] desempeñaron en el desarrollo de la dramaturgia mexicana.
En mi caso particular puedo decir que estrené mi primer gran obra en un concurso donde participó la Escuela Teatral de Bellas Artes, con alumnos y director de la misma. A lo largo del tiempo he tenido relaciones con Bellas Artes como autora y traductora, también como maestra. Puedo decir que la primera vez que vi mi nombre impreso en un programa teatral fue como traductora de una obra que estrenó Salvador Novo en el mismísimo Palacio de las Bellas Artes, a la mitad del siglo.
Mi gratitud no tiene límites hacia el Instituto Nacional de Bellas Artes y la UNAM, sin ellos sería sólo una maestra, como le ocurrió a varios escritores de generaciones anteriores a la nuestra, quienes se dedicaron a la enseñanza porque no hubo sitio para ellos en el teatro, en realidad, la enseñanza fue mi mayor satisfacción, y ahora es mi más grande nostalgia.
Sería bueno preguntarse si la situación ha cambiado, pero parece que no lo suficiente para poder decir que el teatro en México es uno solo, dirigido a una comunidad de público “normal”. Hasta ahora existe una liga comercial entre los empresarios complacientes y un buen porcentaje de público mal informado.
Sin embargo es de justicia mencionar que en los años cincuenta del siglo pasado nació en la Universidad Nacional Autónoma de México, gracias a una afortunada combinación de grandes talentos teatrales, un poderoso teatro experimental. Los fundadores fueron Juan José Gurrola, Héctor Mendoza y José Luis Ibáñez, unos muchachos de veinte años que vivieron para demostrar la autenticidad y calidad de su trabajo como directores de escena.
Los autores que marcadamente se debieron a Bellas Artes fueron Emilio Carballido y Sergio Magaña bajo la administración de Salvador Novo; Luisa Josefina Hernández bajo la de Celestino Gorostiza. A lo largo de nuestras carreras hemos podido verificar nuestra deuda al espíritu cultural de nuestras instituciones y a la generosidad e inteligencia de sus funcionarios.
No debo terminar sin desear para México un nivel de cultura y una espiritualidad que le permita elevar el nivel de los espectáculos a una generalidad importante de calidad, como lo han hecho desde hace otros años países en América.
Gracias de nuevo
Luisa Josefina Hernández
* Texto escrito por LJH, leído por David Gaitán, en la actividad denominada 90 años de Luisa Josefina Hernández, el domingo 4 de noviembre, a las doce horas, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.