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José de la Colina: El exilio, el cine y el amor
Reyes Martínez Torrijos


El ensayista y narrador José de la Colina ha desarrollado su pasión literaria con el barrio, la radio, el cine y el periodismo como puntos nodales. Debido a su edad, ha sido asociado a la generación del Medio Siglo: Juan García Ponce, Juan Vicente Melo o Inés Arredondo.


Nació en Santander, España, el 29 de marzo de 1934; hijo de un impresor, militante anarcosindicalista y capitán de la infantería republicana. Junto con sus hermanos y madre, José fue exiliado a Francia y Bélgica mientras su padre combatía en el frente. Tras ser vencida la República española, la familia viajó a República Dominicana, Cuba y finalmente a México, donde radica desde 1940.


En nuestro país, De la Colina estudió la primaria en el Colegio Madrid. De esa época, el narrador recuerda: “Esos años de formación me han hecho, por encima de tantas afinidades, distinto a los escritores de mi generación, que han nacido en un lugar, han arraigado y se han formado y han respirado en él con absoluta naturalidad. No fue ése mi caso, porque si bien en la casa y en el colegio Madrid, donde transcurrió mi primaria, me podía sentir español y hablar como tal, por ejemplo, pronunciando la ce, también vivía y respiraba y hablaba en la calle, y me formaba en ella, con mis amigos mexicanos a los cuales me dirigía siempre pronunciando la ce como ese. Esta ambivalencia, esta ambigüedad de mi situación, fuente de una irreductible inquietud, que no lamento porque creo que a final de cuentas me ha enriquecido, hace de mi visión del mundo, y por tanto de mi literatura, algo un poco aparte, que se resiente del sentimiento de la inseguridad, la fragilidad, la fugacidad de todo…”


Después de cursar un año en prevocacional en el Instituto Politécnico Nacional y ante la exigencia de su padre: “Estudias o trabajas”, José eligió esto último. Fue una etapa en la que el autor se formó entre un trabajo y otro, y el vagabundeo por la ciudad: “sorbiendo como un vampiro la vida sublimada que me ofrecían las salas de cine, dudando entre una vocación y otra, pues he querido ser, entre otras cosas, pintor, actor —Buñuel me hizo unas pruebas fílmicas para
Los olvidados, de las que no salí bien porque no daba suficiente tipo de mexicano— y hasta guerrillero en alguna parte del mundo”.

A los 13 años inició su trabajo en la radio, como guionista para un programa de la XEQ llamado
La legión de los madrugadores. Luego pasó a la XEX, donde se mantuvo en la escritura de programas radiofónicos hasta los 17 años de edad. A los 18 años comenzó a vivir de la literatura, cuando se inmiscuyó en el periodismo, sobre todo la crítica de cine.

Sobre esta labor, afirma De la Colina: “Durante mucho tiempo la gente me consideró crítico de cine. Nunca lo fui, si acaso escritor sobre el cine, porque no lo sometía a gran análisis. Hablaba de una película como en un ensayo, un poco divagando. De eso viví y me acabé de profesionalizar en la escritura”.


En 1955 publicó su primer libro,
Cuentos para vencer a la muerte, en la colección Los Presentes, que dirigía el escritor Juan José Arreola. El material incluía cuentos previamente publicados en diarios y revistas. José de la Colina reconoce en este momento su “entrada en fuego”, su salto hacia una literatura de manera más regular. A pesar de ello, al autor no le gusta recordar este título, que denotaba un narrador incipiente, apasionado y pleno de romanticismo.

De la Colina encuentra en este material un “libro cero”, un texto fallido, reflejo de una “visión adolescente del mundo que me duró demasiado”. Y a la vez, dice el autor, con él “quería combatir lo cotidiano con la afirmación de algo maravilloso que intentaba ver en la vida”.


El exilio se mostró, desde entonces, como importante en su creación literaria. “Todos somos exiliados: comenzamos expulsados del vientre materno, luego somos expulsados de la infancia, de la juventud, etcétera. Yo he sido sucesivamente exiliado de España, de Francia, de Bélgica, de Santo Domingo, de Cuba, de México (aunque luego retorné); exiliado de varios periódicos (ahora soy exiliado de la revista
Vuelta), y me faltan unos cuantos exilios más, hasta el definitivo.”

Desde ese momento se vienen varios rompimientos en su vida. “Fueron los años de las inevitables disidencias con la familia, de marcharse de la casa, volver a ella, volver a marcharse, de estar inconforme con todo o de maravillarse con demasiadas cosas, de una lectura ávida de toda clase de libros, y fue, desde luego, la etapa en que descubrí a muchos de mis autores: Stendhal, Baroja, Conrad, Faulkner, Thomas Wolfe. Inicié conocimiento o amistad con algunos escritores y artistas, comencé a escribir sobre libros y cine en algunas revistas importantes, a frecuentar tertulias de café, a pasar noches en vela caminando por las calles, discutiendo fervorosamente con Eugenio Olmedo, Arturo Souton, Juan Espinasa, Inocencio Burgos, Isidro Covisa, Guillermo Rousset, Antonio Montaña y otros.”


La Universidad Veracruzana publicó en 1959
Ven, caballo gris, que incluía los cuentos “El tercero”, “La balada del joven enfermo”, “Nocturno del viajero” y “Los Malabé”, que a decir de José de la Colina fue un momento importante, pues lo hicieron sentir la cercanía al “secreto de un arte narrativo”.

Tres años después, en 1962, vio la luz su siguiente libro:
La lucha con la pantera; también publicado por la Universidad Veracruzana. El autor reconoce en éste la “obsesión de aprehender los poderes de la palabra, de manejar el lenguaje, su sonoridad, su arquitectura, su ritmo, de modo de hacer del cuento una forma unitaria, erigida siempre sobre una vivencia en la que podían estar implícitos pasado, presente y futuro, creando su propia estructura y su propia forma por la fuerza misma de su ritmo narrativo.”

En este libro es más evidente su acercamiento al cine así como uno de sus motivos principales: el combate por el amor. “Para vencer el miedo y la atracción (a las mujeres) existía un sustituto maravilloso y temible a la vez, porque me apartaba aún más de las luchas reales: el cine. Me parece que ese conjunto de mitologías y obsesiones está presente en
La lucha con la pantera, que no es otra cosa que un enfrentamiento beligerante del mundo y, por supuesto, la lucha por el amor”.

A este periodo siguió un intermedio enorme en la edición de nuevos materiales, lo que ocurrió hasta 1971 con
Los viejos. Fue el tiempo de la práctica del periodismo cultural de José de la Colina. Luego, en 1984, fue publicado el libro La tumba india.

Ha sido miembro del consejo de redacción de las revistas
Nuevo Cine, Plural, Revista Mexicana de Literatura y Vuelta. En abril de 1982, Eduardo Lizalde y José de la Colina iniciaron la aventura de El Semanario Cultural en Novedades, y en junio del año siguiente, Lizalde inició otro proyecto y la publicación quedó en manos de José. Así comenzó un largo período, 20 años, al mando de ese espacio. Por su labor en ese suplemento le fue concedido el Premio Nacional de Periodismo Cultural 1984.

Fruto de su pasión por el cine, en 1984 De la Colina publica junto con Tomás Pérez Turrent el libro
Luis Buñuel, prohibido asomarse al exterior. Se trata de una extensa –50 horas– entrevista realizada al cineasta español durante 1974. En él, se exponen desde testimonios del cineasta español hasta comentarios individuales acerca de cada una de sus películas. Otros libros donde se muestra este personal acercamiento de José de la Colina a la cinematografía son El cine italiano (1962), Miradas al cineEl cine del “Indio” Fernández (1984).
(1972), y
Sobre el cine y la relación de éste con su narrativa, afirma: “El cine ha sido el arte que más ha impregnado a la gente en el siglo XX. Ha sido fundamental, porque nos ha duplicado el mundo. Nosotros conocemos el mundo y las distintas realidades que existen gracias al cine. Y luego nos ha aportado mitos, figuras como Gary Cooper, Humphrey Bogart….”

Viajes narrados
apareció en 1992. De alguna manera, en este libro “los viajes no son convencionales: a veces se trata del viaje de la mirada por la cajetilla de Faros o por un dibujo de Picasso, o hablar del viaje de Cervantes, o trasladarse a través de la televisión a Chile en el momento del golpe militar. Pero siempre siento que lo que une es el tema del viaje y que el mismo [acto de] escribir es una especie de ir y venir: uno parte desde unas palabras y concluye en otras”, manifiesta De la Colina.

En los siguientes años, al parejo de su labor en el periodismo, publicó
Tren de historias (1998), Álbum de Lilith (2000) y Muertes ejemplares (2004). En estos textos son comunes el ánimo peregrino con que explora la narración de historias complejas, la minificción, el aforismo, la evocación personal, la recopilación de habla o las escenas costumbristas. Priva una profunda sabiduría vital, una gran pericia literaria y un constante diálogo con los escritores del pasado.

En esa etapa, José de la Colina obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2002 con su libro
Libertades imaginarias. Un libro nacido, a decir del autor, como uno que “desdeñando ponerse el uniforme de un tratado, una preceptiva, un texto crítico o un discurso académico, fuese como una charla de amigos y hablara de aquellos asuntos y aspectos literarios marginales o poco serios o generalmente considerados menores o de juego”.

El 28 de marzo de 2004 se realizó la mesa redonda “José de la Colina. A sus 70 años”, donde el ensayista, narrador y periodista fue homenajeado por su trayectoria cultural. Estuvo acompañado por Huberto Batis, Adolfo Castañón y Eduardo Lizalde. En ese año, De la Colina celebraba sus cinco décadas en el mundo de la literatura, y fue publicada su antología
Traer a cuento. Narrativa (1959-2003) .

El año siguiente, uno de los más prolíficos para su obra, publicó
ZigZag, en editorial Aldus, un texto híbrido que lo mismo incluye relatos, memorias, artículos, ensayos y exploraciones a la literatura, el cine, la música, aparecidos en publicaciones periódicas; además, fueron editados los libros Las medias fantasmas de Leda R (Ediciones del Ermitaño) y Personerío (UV).

Al finalizar el año 2005, José de la Colina recibió un reconocimiento a su labor periodística con el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez, en la Feria del Libro de Guadalajara.


Portarrelatos
(Ficticia/UNAM) fue publicado en 2007. Se trata de un experimento de historias y estilos; un conjunto de textos largos y minificciones de una sola línea. La tensión dramática de los personajes y los diversos escenarios crean una atmósfera que en general es de nostalgia y deseos contenidos donde las premisas de la obra se vacían dentro de las historias.




La creación literaria en palabras de José de la Colina

“Para un escritor la imagen del mundo no existe antes de su acto de creación y la va erigiendo a medida que escribe. Yo no tengo historias que contar, personajes que describir, porque esas historias, esos personajes los voy descubriendo a medida que escribo. Eso es lo tentador, lo poderosamente fascinante del acto de escribir. Antes de ponerme a escribir no tengo certidumbres, mensajes, contenidos, sino unas cuantas imágenes, el sentimiento inconsciente, pero compulsivo, de un ritmo oscuro que lucha por hacerse palabra.”



“No somos enteramente conscientes ni enteramente dueños de aquello que escribimos. Cada vez que he tratado de escribir con una entera conciencia, con una absoluta premeditación de las palabras, esto me ha llevado a una crítica previa que me impedía ir más allá de unas cuantas líneas. Escribir es un acto tentativo, ir arrancando palabras de la confusa, indistinta, gastada y envilecida masa verbal dentro de la cual vivimos todos los días, y darles nuevamente significados, volverlas a hacer imágenes cargadas de sentido y de emoción. Pero esa labor es difícil porque las palabras han sido devaluadas. Quizá deberíamos sometemos a una vasta experiencia de silencio antes de usar las palabras para escribir, de modo que en ese silencio, rico de intuiciones, las palabras volvieran a cargarse, como el cuerpo recupera sus fuerzas en el reposo. Las palabras debieran medirse con el silencio, debieran aparecer sólo cuando el silencio ya no pueda guardarlas.”



“Yo desconfío de cualquier escritor que diga: voy a escribir sobre la esencia del ser o voy a escribir sobre el choque de ilusión y vida o cosas así. Me parece que lo que diferencia al escritor del filósofo, del psicólogo o del politólogo es que el escritor está movido por motivos, no por temas. Ahora, el tema es algo que sale inevitablemente tras la lectura de la obra, no durante su factura”.

 




Sobre José de la Colina

Octavio Paz
:
“La figura de este solitario es ejemplar por más de un motivo: como director y animador de revistas y suplementos culturales, como crítico y cronista de la literatura y del cine, como narrador y cuentista, como traductor. Dije solitario pero me apresuro a añadir: cordial. Podría haber dicho también, sin jugar con las oposiciones, apasionado e irónico, estricto y generoso, colérico y tierno. Una conciencia insobornable, un amigo abierto y leal, un escritor singular: su prosa es una de las mejores de México. Más que un solitario, un libertario: más que un libertario, un espíritu libre”.

Adolfo Castañón
:
“El placer del cuento bien contado, del ensayo bien resuelto y de la traducción bien fraguada y cristalizada serían las agujas de la brújula que lo guía por el laberinto de la prosa. Hombre de gusto y hombre bueno, José de la Colina se ha deslizado por el plano oblicuo de las letras mexicanas sin hacer mucho ruido, como quien no quiere la cosa innovándolo todo con modo pero sin ruido ni bombo ni platillo. Ha sido también un polemista honrado y valiente que, en su momento, ha sabido exorcizar algunos demonios ideológicos incrustados en este o aquel cuerpo editorial. Pero ha sido, además de un escritor admirable y un lector pertinaz e inquisitivo, curioso y curiosísimo, un hombre valiente que no ha tenido miedo de andar a pie por las calles de la literatura y portarse como un decente peatón en medio de las mentiras bilingües, los pretextos partidarios y las conciencias satisfechas.”