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La reflexión del canto poético: Alí Chumacero

por César Gándara

El sujeto moderno es un ser fragmentado, unido solamente por el deseo. Al igual que Narciso, el lenguaje con que expresa esa necesidad, las promesas de la presencia plena y su búsqueda de poder, se ven reflejadas en el otro, que no es más que el deseo de alcanzarse a sí mismo. Consciente de ello, Alí Chumacero se planta al filo del abismo y contempla el vacío con la certeza de lo que le depara.

Poeta de fina factura y obra magra, poeta del silencio, Chumacero se precipita hacia la nada en su poesía, con la única intención de dejarnos un canto que, como una estela, señale la trayectoria de la caída. De lo que vendrá.

Nacido en Acaponeta, Nayarit, en 1918, Alí Chumacero es uno de los poetas más importantes de nuestro tiempo que además ha ejercido una labor editorial y crítica de primer orden en la actividad cultural mexicana. El poeta forma parte esencial de los movimientos culturales del país en la segunda mitad del siglo XX: desempeñó labores editoriales; fundó revistas y suplementos culturales; dirigió talleres literarios que verían nacer obras imprescindibles de la literatura universal.

El interés por ocuparse de la escritura de otros le nace muy temprano. Ya en 1936, residiendo en Guadalajara a donde llegó a estudiar el bachillerato, comienza con la redacción de reseñas bibliográficas y traza sus primeros poemas, los cuales juzga indignos y condena al olvido.

En 1937 se traslada a la ciudad de México para inscribirse en la Universidad. Se instala, junto con sus hermanos, en un cuarto de las calles de Costa Rica, cerca del barrio de Tepito, donde subsiste con lo poco que su padre le puede enviar desde Acaponeta.>

Continúa su amistad con José Luis Martínez y Jorge González Durán, a quienes había conocido durante su estancia en Guadalajara; se les une luego Leopoldo Zea. Sus intereses culturales afines refuerzan la amistad y así comparten lecturas y proyectos, euforias y depresiones. Descubren autores, intercambian libros y opiniones, se leen sus versos. La obra y cercanía con Enrique González Martínez le resultaría fundamental, lo mismo que la de algunos de los escritores del grupo de los Contemporáneos.

En 1939, a los 19 años, Chumacero emprende la tarea de fundar la revista Tierra Nueva, que aparecerá en enero de 1940. Poco a poco se convierte, junto a sus compañeros, en un relevo generacional. Chumacero se inició así en el oficio de la tipografía, una más de sus profesiones. La crítica ocupa un lugar destacado en Tierra Nueva. En su número inicial, se publica el primer poema que él considera digno de figurar en letras de imprenta: “Poema de amorosa raíz”. Es el inicio de una obra trascendente, que no tarda en recibir la aprobación de la crítica y que da como primer fruto el libro Páramo de sueños (1944).

El poeta siguió atentamente el surgimiento de poemarios y novelas que iniciaban una nueva época en las letras mexicanas y marcarían el camino por donde seguiría la literatura del país en la segunda mitad del siglo pasado.

Acompañó a Fernando Benítez en la aventura de fundar suplementos culturales. México en la Cultura amplió los horizontes de la literatura de nuestro país; las letras hispanoamericanas encontraron en sus páginas apoyo y promoción; Chumacero se erigió en un pilar de su publicación desde sus primeros números y hasta su desaparición.

El silencio del poeta

Su obra, que consta sólo de tres libros —Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1948) y Palabras en reposo (1956)—, se ha aislado, como en muy raros casos, de escuelas, grupos o personalidades del mundo de la poesía. José Emilio Pacheco escribe al respecto: “Es irresistible la tentación de comparar los tres libros de Chumacero a estrellas solitarias que brillan con luz propia en el cielo de nuestro idioma, o bien a islas rodeadas de silencio por todas partes”.

La poesía de Alí Chumacero redescubre la estructura formal de la poesía de Xavier Villaurrutia, la reflexión profunda y filosófica de José Gorostiza y la musicalidad de los versos de Ramón López Velarde. Con esos elementos, Chumacero rehace una visión poética particular, que conjunta y entrelaza a sus influencias poéticas para crear un microcosmos vigoroso y renovado, perteneciente sólo a su voz e incapaz de admitir comparaciones con poetas anteriores o posteriores a él.

Publica sus poemas entre 1940 y 1965: la primera fecha es el año de aparición de la revista Tierra Nueva; la última, el año en que se realiza la segunda edición, aumentada, de Palabras en reposo, el último poemario de Alí Chumacero.
Chumacero encarna una voz rebelde frente al mundo. Su palabra se une a la de los poetas que vislumbran, exploran y se entienden con la soledad, a sabiendas de que lo único seguro que nos depara es la muerte, la inmovilidad, el reposo. Chumacero mira al mundo con los ojos del poeta moderno.

El amor es uno de los temas recurrentes de su poesía. La muerte es el motivo fundamental en su obra poética. Se advierten en sus libros los puentes que enlazan la soledad, el sueño y el amor con la muerte.

La liturgia de las palabras en reposo

Palabras en reposo, su último poemario,exige reiteradas lecturas que permiten al lector participar en el libro. Su título anuncia su propia culminación y desenlace, pues, en palabras de José Emilio Pacheco, “Chumacero eligió callarse porque el camino de extremo rigor y máxima dificultad que se había impuesto sólo iba a llevarlo, en caso de persistir en él, a la tautología y el solipsismo”.

Por primera y última vez aparecen en sus poemas personajes como el peregrino, el suicida, el proscrito, el hijo natural, la prostituta... presencias que aproximan la realidad a su universo poético. La recreación de lo cotidiano se combina con su estilo puramente lírico, en un tono narrativo objetivo: la mayoría de los poemas cuentan una pequeña historia.

El libro presenta, además, un carácter religioso apoyado en pasajes de la Biblia, que Alí Chumacero conoce a la perfección. Dice el propio Chumacero que Palabras en reposo es “una liturgia de los misterios cotidianos que se complementan con la profanación”.

Precisamente, la liturgia es el tono con el que Chumacero expresa su incredulidad, su vacío religioso. El énfasis sobre la muerte se manifiesta en casi todos sus personajes. El propio autor considera su último libro como una convicción de muerte, muerte de todas las cosas y desde luego de las palabras mismas.

La palabra en reposo denota quietud e interrupción; la interrupción, por otro lado, señala suspensión del tiempo: la muerte real y sus estados análogos. Encontramos imágenes de agua, de acantilados, precipicios, todos relacionados con el vacío, con el silencio... con la muerte. Incluso cuando se menciona la tormenta (que es la vida) se le mira con calma. En este libro predomina un vocabulario de términos religiosos, al tiempo que su cotidianidad remite al uso de palabras comunes y familiares.

Su poesía, densa, reconcentrada, vuelta hacia una tensa y a veces angustiosa interioridad que es también núcleo del sujeto moderno, permanece como el ejemplo intransigente que apoya y otorga un sentido a lo que de otro modo no sería sino una vacua declaración de propósitos. Chumacero encarna la figura de un escritor que alcanza la trascendencia desde la reflexión vertida en sus textos.

Alí Chumacero es testigo y protagonista de los acontecimientos, conciencia hecha palabra que escribe y analiza, que se trasciende para afirmarse, aun en su negación. La obra de Chumacero resume una historia personal que significa el despojamiento del poeta, su cuota de vida pagada a la existencia misma.