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Una de fantasmas

La región más transparente deja claro que a Fuentes le acomoda la desmesura, y de hecho la extendida sombra de esta novela marca su imagen pública inevitablemente: el ensayista, el dramaturgo, el crítico, es percibido por los lectores, ante todo, como un novelista. No es una marca injusta ni desdeñable, pero hace olvidar que Fuentes nació como un cuentista, un corredor de distancias cortas, y que dos de sus obras maestras son piezas de eso, de respiración corta. Una que poco tiene que ver con los paisajes urbanos es “Chaac Mol”, el mejor de los relatos breves contenidos en Los días enmascarados. Se trata de una pieza de terror que, por supuesto, es mucho más que eso. En primera instancia, el lector se encuentra con la historia de un funcionario que tiene en su casa nada menos que a la divinidad maya del título, al principio emboscada en una aparente figura de piedra adquirida en la Lagunilla. Pronto, sin embargo, la piedra cobra vida con una violencia primigenia que expulsa al anfitrión del dios prehispánico, un civilizado urbanita incapaz de contener semejante ímpetu natural. Más allá de la anécdota, lo que el lector tiene en sus manos es una vuelta a la obsesión de Fuentes –compartida por Octavio Paz, a quien mucho reconoce deber— con el universo ancestral que subyace al México moderno, ese México indomesticable para nuestros modos civilizados al que Paz se acerca en El laberinto.

Pero la más acabada, compacta, redonda de las piezas fuentianas es también el título que más consistentemente lo acerca a los lectores: Aura, otra obra anclada en la ciudad de México, y segunda escala ineludible para el lector novato. Se dice que esta novela breve o relato largo –esta novella, en buena lengua inglesa-- está en deuda con Otra vuelta de tuerca, la formidable novela de fantasmas del norteamericano Henry James que los lectores más afectos al cine que a las letras conocerán, mal que bien, gracias a Los otros, la adaptación a cargo de Alejandro Amenábar con Nicole Kidman en el protagónico. Pero Aura, publicada en 1962, tiene vida propia, y mucha vida. Relato de fantasmas sencillamente perfecto en sus formas y sus atmósferas, es un ejemplo perfecto de literatura claustrofobizante, tanto que, a botepronto, parece difícil de vincular con la ciudad de México: a fin de cuentas, transcurre predominantemente entre paredes, en cuartos oscuros que a menudo sólo sugieren sombras o bocetos humanos crecientemente inquietantes. Pero, de forma casi paradójica, es justo esta condición penumbrosa la que hace de Aura, entre otras cosas, un retrato muy preciso de la vieja capital. No es difícil constatarlo, ni siquiera hoy. Basta con sumergirse en las humedades oscuras de las antiguas casas del centro de la ciudad de México, con su grandeza arruinada y sus atmósferas mohosas, para reconocer las imponentes capacidades evocativas de la obra más popular de Fuentes, una breve obra maestra convertida, y que bueno que así sea, en lectura obligada en las escuelas.