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Presentación de Acetato de Eduardo Villegas

El placer y el dolor:
Acetato, de Eduardo Villegas

por Armando Oviedo

Eduardo Villegas Guevara (1962) es un escritor fronterizo. Nacido en un estado de la república donde abundan músicos que lo mismo combinan el rock y el zapateado con la cumbia, Eduardo no podía quedar atrás en su invención una vez que la política económica de los sesenta empujó a su familia –como a la de millones de mexicanos- a poblar el empolvado y salitroso vaso de Texcoco. Él afirma, en ciertos diccionarios biobibliográficos, que nació en Chimalhuacán; el caso es que habla del caos de cualquier ciudad desde la marginación que produce retumbar desde el centro en las piedras.

La orilla del asfalto será el territorio de la invención de Eduardo Villegas, desde ese lugar aparecerá el único detective de causas perdidas llamado Eddy Tenis Boy que agotará las calles y las noches deshaciendo entuertos o metiéndose en otros tantos. Ese terreno de baldíos será de Eddy como antes ese lugar fue de la imaginación y las andanzas de Emiliano Pérez Cruz y su Borracho No Vale, o José Francisco Conde Ortega y su Julio Rico Galán –una contradicción andante—entre otros, quienes salieron con una prosa viva sin que se los comiera el provincianismo de Neza y Anexas.

Aunque relativamente joven, Villegas tiene una obra abundante que viene de Las orillas del asfalto 1987 hasta Acetato, 2006, reunión de dos libros que incluyen al citado al principio. Estamos hablando de casi veinte años de labor narrativa. La diversidad no es de género sino de disciplina pues lo mismo elabora cuentos y novelas que obras dramáticas. Ha incursionado igualmente en el género narrativo infantil y se dedica a darle vida a sus textos dramáticos con actores hechos por él mismo. No es que tenga una escuela de arte dramático sino que los actores son hechos por él y otros constructores de muñecos de teatro de marionetas. Su caravana artística se llama Titiricuenteando y desde este foro le ha dado vida a cuentos propios y ajenos. Como consecuencia de esto ha elaborado algunos manuales de teatro.

La mayor parte de su obra está anclada en la periferia de la ciudad, no necesariamente en esa marginación geográfica sino en la económica. La reciente reedición de dos de las obras más destacadas en el cuento, y reunidas en un solo volumen titulado Acetato, como “A las orillas del asfalto” y “El blues del chavo banda” marcan esa desigualdad que una sociedad pudibunda margina, incluso desde su narrativa.

Con un tono crudo, con un lenguaje directo (no exento de juegos retóricos que acentúan la crueldad de un mundo raro y cotidiano) y un planteamiento clásico del cuento (que se permite ciertos experimentos de corte teatral), las historias de Villegas, como las canciones románticas en los viejos acetatos, llegaron para quedarse. Sabemos que la marginalidad social no es una moda ni un detalle estadístico, no se borra de un plumazo (aunque se intenta con plomazos) ni se resuelve en quince minutos; es una realidad que intenta ocultarse detrás de notas escandalosas e índices econométricos.

Como en su momento José Revueltas, Rulfo, Armando Ramírez, Emiliano Pérez Cruz, el Luis Buñuel de Los olvidados, Villegas pone ante nosotros el mundo que otros temen nombrar o que lo mitifican hasta lo caricaturesco. Un ejemplo de esto es que una historieta como La familia Burrón de Gabriel Vargas, con su humor y su dibujo esperpéntico de la vida en la vecindad –casi extinta—tenga menos difusión y más peso crítico que una serie como El Chavo que se presenta falsa, boba y simplista pero con un gran apoyo mediático cargado de moralina.

La narrativa que habla del mundo rudo y duro que existió en Neza no impide que aquel haya desaparecido, sólo se ha transformado. Tiene otros nombres, hay otras geografías, existen nuevos planes gubernamentales pero el peor de los mundos posibles sigue pudriendo el ambiente y los espíritus sencillos y nobles. La injusticia, el poco o nulo futuro para los millones de jóvenes en cultura, empleo o deporte posibilita que la delincuencia organizada y el narcotráfico tenga en estos y otros jóvenes, un ejército potencial de reserva. Estos tópicos no son sociológicos, para desgracia de los gobiernos, sino que son la vida cotidiana padecida por millones de personas, y de las que Eduardo Villegas sólo pone ejemplos al pasar y con el pesar de esos seres consideraron conejillos de indias. El desempleado, el teporocho, el chavo chemo, la chava fajadora, el obrero explotado en la fábrica y por los policías, son ejemplos concretos del mundo de asfalto.

En estas historias de Acetato no habría que simplificar aduciendo que es sólo el mundo de Neza y anexas. Es la marginalidad la que busca su nombre. Para el narrador Eduardo Villegas, Neza es una metáfora de la injusticia, del abuso de poder y de justicia y de la degradación de los que viven al margen del margen.

Retrata un mundo que no desaparecerá mientras alguien la nombre pues, como dice Claudio Magris, La literatura es el idioma que se rebela contra los tiempos puros de la gramática para rendirle justicia a la vida. Los cuentos de Acetato no pasan de moda, están vigentes y están aquí, ya no en la periferia.