Imprimir

“Si mi papá viviera, ya estaría dando lata preguntando si todo estaba listo para su fiesta de cumpleaños”, comentó Luis Chumacero, hijo de Alí, quien el 9 de julio cumpliría 101 años de edad. 

 El poeta nayarita acostumbraba festejar el primer sábado más cercano a su cumpleaños, y el siguiente además, porque tenía tantos amigos que los dividía, comentó el narrador y crítico literario. También fue redactor de revistas científicas e investigador de Tiempo de México.

Alí Chumacero nació en el municipio de Acaponeta, Nayarit, el 9 de julio de 1918, y falleció el 22 de octubre de 2010 en la Ciudad de México. Fue poeta, ensayista, crítico, traductor, editor, corrector y tipógrafo.

Luis Chumacero señaló que la biblioteca personal de su padre asciende a más de 40 mil volúmenes de historia de México, antropología, psicoanálisis, estética, artes plásticas, literatura, entre otros temas. Su obra completa fue publicada por el Fondo de Cultura Económica y la UNAM reimprimió Los momentos críticos, selección de ensayos sobre literatura y pintura.

Su biblioteca —dice— estaba abierta a todo el mundo, la gente llegaba a consultar, a pedir libros o asesoría. Mi papá era muy vital, tenía muchísimo sentido del humor, era muy generoso, estaba peleado a muerte con la solemnidad, con la gente a la que le preguntas algo y parece que está dando una conferencia.

Compartió que le gustaba mucho ir a los toros y recibir a sus amigos. “Conocí a todos los cercanos, como Andrés Henestrosa, José Luis Martínez, Carlos Fuentes, José Chávez Morado, Juan Soriano, Federico Cantú, Ramón Xirau, Abel Quezada, Jorge González Durán, Eduardo Lizalde, quien era amigo y vecino en la colonia Roma.

“Yo no sabía quién era Efraín Huerta, sabía que le gustaba el futbol y le iba al Atlante; de Emmanuel Carballo no sabía que era historiador y crítico, pero me llevaba bien con él porque también le gustaba el futbol. De Soriano sabía que era pintor, pero nada más. Años después me di cuenta de quiénes eran. Los fines de semana se hacían comidas en petit comité, otras no tanto, era gente muy conversadora y con mucho sentido del humor”.

Mencionó que su papá sabía mucho de la historia prehispánica de México, conocía muy bien el periodo del siglo XIX, las intervenciones, la llegada y caída de Maximiliano, el juarismo, la época de Porfirio Díaz, la Revolución Mexicana y la literatura de esa época, “era una delicia conversar con él porque platicaba como si dijera: Hugo Sánchez metió un gol o ayer fui al cine. Aprendíamos de forma natural”.

Recuerda que de jovencito su padre lo llevaba a la casa de Siqueiros, “era simpático y muy lépero; lo único que sabía era que hacía murales. Otros amigos de la casa eran Ricardo Martínez, Olga Costa, Paulina Lavista, Lucinda Urrusti, Enrique Climent, Juan Bañuelos, Jaime Labastida, incluso investigadores de la Universidad de Austin iban a pedir asesoría”.

La relación con su papá iniciaba desde el desayuno, recordó Luis, después lo llevaba al FCE y los domingos a los toros. Indicó que en 2017 se realizaron mesas redondas, conferencias y cuando se celebró su 90 aniversario se organizó un homenaje nacional muy emotivo; ahora solo queda recordarlo en familia y quizá reunirse a comer.

La obra de Alí Chumacero es considerada como una prolongación y culminación del grupo de los Contemporáneos, con notable influencia de Xavier Villaurrutia.

Sus dos primeras obras son Páramo de sueños e Imágenes desterradas, de 1944 y 1948, respectivamente. En 1956 publicó su tercer y último libro de poemas, Palabras en reposo.

Tan significativa como su obra poética, aunque mucho más extensa, fue su labor crítica, como autor de ensayos, artículos y reseñas que originalmente aparecieron en diversas publicaciones periódicas (Tierra nueva, El hijo pródigo, Letras de México, El Nacional, entre otras). 

Chumacero emprendió una revisión rigurosa de la literatura nacional, así como de los autores latinoamericanos y europeos más importantes de su época (Oliverio Girondo, Pablo Neruda, Jean-Paul Sartre, entre muchos otros).

Sus consideraciones sobre poesía, romanticismo y modernismo, así como sus estudios sobre Xavier Villaurrutia y Ramón López Velarde, pueden leerse como una exposición de sus propias convicciones literarias y, por ello, ofrecen múltiples claves para la interpretación de su producción lírica.

Una parte considerable de esta labor fue recopilada por Miguel Ángel Flores en el volumen Los momentos críticos (Fondo de Cultura Económica, 1987) que ilustra con precisión la estrategia crítica de Chumacero: su aproximación a la significación de una obra a partir de la pregunta sobre el lugar que ésta ocupa dentro de su tradición y sobre las distintas relaciones que establece con el entorno social que la ha producido.