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Por Óscar Wong

 

Trastocar la realidad, modificarla a través de una serie de expresiones sensibles y conceptuales, constituye una tarea turbulenta, implacable, perturbadora, en virtud que la palabra se erige y se funda para establecer nuevos códigos, diferentes relaciones significativas (aunque el entorno continúa ahí, afectando como una llaga). El oficio de vivir es, en verdad, devastador. Y más el de consignar los hechos, testimoniarlos. Y sin embargo, todo, hasta el dolor, se vuelve materia literaria. Y aquí habría que recordar las tesis marxistas de la literatura –Lukács, principalmente, quien la determinaba como refiguración de la realidad, siempre desde la perspectiva particular–, donde la imagen surge de una sustancia capturada, aprehendida a través de la instauración de una nueva estructura donde el suceso se identifica con el tema –la vida, la naturaleza– y donde percepción y emoción, como sedimentos de vida, se acoplan en una entidad reciente, novedosa sobre todo.

 

 

Poesía: memorial del silencio. He aquí los territorios de lo incognoscible, reveladores de la esencia de lo poético. Un espacio donde la vida cobra relieve y dimensión. Cuatro capitulares o instancias existenciales –“Lo inasible”, “Aromarena”, “Temblores” y “Umbral”– reúnen 41 poemas, donde turbulentas flores, pájaros y océanos, concilian lo continuamente inevitable en Aromarena, de Yunuén Esmeralda, libro que ahora nos convoca. Y aquí es válido recordar que la Palabra nombra, re-presenta lo que se vive. Y la memoria resuena para establecer una nueva distancia tempo-espacial, vinculada íntimamente al discurso mismo.

 

 

Aunque la realidad continúa presente, ordenándose, construyéndose. La cotidianeidad golpea a cada instante para develar aquella visión que se tenía sobre algún aspecto determinado, y que además se consideraba único, exclusivo desde la óptica sensible, una fijación entretejida, tomada de varios escenarios. El ambiente se construye, sí, a partir de múltiples interpretaciones fijas, asumidas con el paso del tiempo, de lo que se considera realidad. Es interesante advertir cómo las imágenes develan y revelan la emoción del instante; la función emotiva con una existencia propia, por eso la poesía registra la insaciable caducidad del mundo y su repercusión inmediata, emotivamente hablando, por eso todo se vuelve reminiscencia, testamento, sucesión, legado, conformando un universo de sonoridades.

 

 

Memoria, tiempo: incertidumbre, la oquedad acechando y la existencia misma que se petrifica. En “Lo inasible” (pp. 7-17), el vértigo del abismo se vuelve una pesadilla ontológica, el terror de ser del que habla Huidobro en Altazor. Pero el miedo no sólo es externo ni se compone de viejos recuerdos. El miedo, lo sabemos, es el ser mismo. Pero entonces, ¿dónde huir, dónde refugiarnos? “El espacio –dice Bachelard– no es más que un <>” (p. 275). La solución se encuentra en la palabra, en llenar ese vacío, como lo hace Yunuén Esmeralda. Por supuesto que la mirada es fundamental, el aroma que trastocada la materia, la incognoscible perpetuidad del mundo.

 

 

En“Aromarena” (pp. 19-37), segunda instancia y que le proporciona título al presente poemario, persiste una imagen primordial, el umbral sonoro que abre puertas y resquicios: símbolos, niños jugando con el miedo. “La serpiente contempla al primer árbol” (p. 23), canta la autora. Es evidente que aquí hay una relación insoslayable: la imagen poética nueva, arquetipo adormecido en el inconsciente. Por lo mismo “... la tierra toma forma de mariposa descansando/ en las alas se distribuye el aroma de los ríos” (p. 31). La relación no es casual. Poeta es quien trasciende y nombra lo que conoce. El poeta busca el sentido petrificado de las palabras (Héctor A. Murena, La metáfora y lo sagrado), la substanciabilidad extraviada en la Torre de Babel (Michael Foucault, Las palabras y las cosas). Y el contenido fulgura. Como buen alquimista, el poeta inquiere, escudriña en el atanor verbal las cuatro substancias fundamentales: ritmo, imagen, expresión estética, contenido (tierra, fuego, aire, agua), para alcanzar el Lapis (piedra) que adquiere la potencia de las cosas superiores e inferiores., el vacío significativo. El arte de sublimar al hombre y de gobernar su alma: he ahí la Magia. Renovar el pensamiento eterno: servir al verbo, he aquí la función del mago. “La sabiduría es el único egoísmo permitido, la gloria es la única realidad aceptable cuando uno la conquista en las alturas”, precisa André Billy (Cf. Stanislas de Guaita. Príncipe del esoterismo, Barcelona, 1980: 14).

 

 

Transfiguración, epifanía erótica: “Temblores” (pp. 39 59), tercera instancia álmica del poemario de Yunuén Esmeralda. Lo sensual revelándose en el cuerpo femenino. Aquí el temblor poético, como indican los preceptistas españoles, el divino estremecimiento nuevo, según Baudelaire, cobra relevancia. Y la metáfora se vuelca en la inteligencia viva, sensible, que aborda la realidad:

 

 

 
"Alondra luminosa,
mi boca es una zarza ardiente para ser desgranada” (p. 57)
 

 

 

La imagen poética no es el eco de un pasado ni está sometida a un impulso. Por el resplandor de una imagen, “resuenan los ecos del pasado lejano sin que se vea hasta qué profundidad van a repercutir y extinguirse. En su novedad, en su actividad, la imagen poética tiene un ser propio, un dinamismo propio Procede de una ontología directa”, según Gastón Bachelard (Cf. La poética del espacio, 1965: p. 8)

 

 

“Umbral” (pp. 61-71), última instancia, forja el mutismo, el silencio. Y éste provoca una imagen sonora. De esta manera, el poema resplandece:

 

"Aquí no hay vacío,

sólo el umbral donde todo se observa"

(p. 63).

 

 

 
 

Por supuesto que si la Palabra otorga voz al silencio y el silencio nace del ser, la Iluminación llega por la Palabra, ya que hablar y escuchar son actos paralelos. El silencio cobra inusitada significación. Representa un sueño oscuro: el mutismo de la piedra no tocada. Y aquí convendríamos en resaltar la persistencia de cierta resonancia cósmica emanada de la materia. Por algo, también, Yunuén Esmeralda inventa la mañana, abordada como la manzana mordida por el tiempo, que además es su caudal.

 

 

Pero más que un ejercicio de escritura, Aromarena instaura una profunda experiencia existencial donde un giro del lenguaje, la intención misma de las palabras y hasta el sentido visual de las metáforas traduce en el poema la personalidad de la autora, esa visión sensible que tiene para percibir la realidad y conocerla. La Poesía constituye una forma de conocer. La palabra, ciertamente, "altera" la realidad, y además llena vacíos emotivos, existenciales. Por eso no cualquier puede llevar el nombre de Poeta. Musa y creadora, la mujer también asume su condición, y convicción, lírica, como es el caso de Yunuén Esmeralda en este nuevo poemario, forjado con esa riqueza interior, con esa mirada profunda, única, que asume para contemplar y transfigurar la realidad.

 

 

 

Yunuén Esmeralda, Aromarena, Instituto Mexiquense de Cultura, Biblioteca Mexiquense del Bicentenario El Corazón de los Confines, Toluca, Edoméx., 2010, 71 pp.                                http://poesiadewong.blogspot.com

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