Índice del artículo

La pobreza enseña a valorar las cosas y las personas

 

Los dos escritores y con siete hijos, supongo que a veces fue difícil mantenerlos...

— A veces era casi imposible, pero es por eso que creo más en la divina providencia. Decía yo ‘ahora, ¿cómo vamos a solucionar esto?: niño enfermo, no han pagado a tiempo…'. Al principio el sueldo de mi esposo era lo fundamental y yo trabajaba a veces. Siempre él trabajaba como freelance, que antes se llamaba destajo. Era muy difícil. Pero la pobreza no es mala, la miseria sí. La pobreza le enseña a uno a valorar las cosas, a las personas. La dificultad también va haciendo crecer a la gente y a los hijos.

— ¿P or qué se fueron a vivir a Veracruz?

— Porque mi marido se enfermó muy gravemente. Él decía que en el 68 cuando vimos todo lo que ocurrió (...) porque esa noche del 2 de octubre del 68 él y yo vimos todo el horror aquel. Me acuerdo que se le salieron las lágrimas de horror. Después de eso tuvo un ataque a la vez de corazón y pulmón. Se restableció como seis, siete meses después del dos de octubre, y el doctor dijo que debía estar al nivel del mar ya para siempre.

Nos fuimos a Veracruz con todos los muchachos. Mi hija menor todavía no cumplía los seis años. Ahí duramos casi tres años, pero dijo mi marido: “Prefiero morirme en el Distrito Federal, pues esa es mi provincia.” Entonces regresamos acá, y él estuvo ya con la salud muy mal, pero llegó a dirigir un Centro de Documentación en Masaryk. Luego se empezó a agravar y murió [cuando] la más chica tenía trece años.

Yo me quedé con los hijos y sin dinero, porque además él necesitaba oxígeno todo el tiempo...pero me creerás que en todo ese tiempo no dejé de leer y de escribir.

(La muerte de su esposo, tras más de veinte años de matrimonio, fue un episodio muy doloroso para ella. “Cuando murió él se me desapareció como la mitad de mi vida.” Sin embargo, ante la enfermedad de su marido, había tomado ya algunas precauciones, “desde antes yo veía venir lo que iba a suceder. Me actualicé en muchísimas cosas.” Así, consiguió trabajó de tiempo completo en el Seguro Social, y además trabajó en todo lo que pudo; “salimos adelante”, recuerda.)

— ¿Cómo le hizo para combinar el trabajo con el cuidado de sus hijos pequeños?

— Desde que nació la última de mis hijas, yo siempre he tenido una auxiliar. Se llama doña Cástula. Ella me ayudó muchísimo en todo. Se hizo cargo de la casa, era buena hasta para educar a mis hijos cuando yo no estaba. Hasta en el último libro mío le hice un poema, porque realmente es una mujer como pocas en la vida. Ya para mí es como una hermana, no una gente que me ayuda.

(Dolores interrumpe la entrevista para presentar a doña Cástula, que es como su ángel de la guarda. Bajita, de piel morena y una sonrisa blanquísima, la señora reconoce que también Lolita ha sido un ángel para ella,”porque es muy generosa y muy buena”. El afecto que se tienen las dos mujeres es evidente. Pronto, doña Cástula desaparece por una pequeña puerta y vuelve a sus labores domésticas.)

—En todo el proceso de tener hijos y cuidarlos pequeñitos, siguió escribiendo, ¿verdad?

— Seguí escribiendo, con mayor razón, porque las mujeres podemos sentirnos a veces como más próximas a ser animales que seres racionales cuando están todos los niños chiquitos. O bien a sentirnos cosas, porque el arreglo de la casa, la limpieza y todo eso también esclaviza. Pero si uno tiene la literatura, y sobre todo la poesía…La poesía es la que me ha sacado adelante siempre, porque es mucho más ordenada que la vida. Si tú tienes la poesía como auxiliar el amor no se acaba. El amor a la vida, a la naturaleza, a la gente; porque la vas viendo con mayor profundidad; con mayor profundidad vas aquilatando todo.