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Entrevista publicada en la Revista Tierra Adentro, núm. 140, junio-julio 2006, dedicada a la “Varia Invención” [republicado con autorización de la editorial]

Un conjuro literario

por Antonio Ramos Revillas

«… te convoco y te condeno a que no puedas cerrar los ojos sin verme, abrir los labios sin llamarme, saciar la sed sin sentir en tu boca la mía, tocar tu cuerpo sin creer que me acaricias, doblar una esquina sin la esperanza de hallarme, abrir un libro sin leer estas palabras, porque el único amor que me hace falta es el tuyo, y lo necesito de esta manera desmesurada en que yo…»

La primera vez que leí los textos breves de Felipe Garrido fue gracias a un pequeño libro encontrado entre los saldos de una librería —hoy inexistente—, ubicada en la calle de Zuazua casi esquina con Aramberri en la ciudad de Monterrey. “Conjuro”, la historia que abre el libro de La Musa y el Garabato, libro originado en la columna semanal que Felipe Garrido escribió a iniciativa de Huberto Batis, fue tan sólo el inicio de una lectura interesada y maratónica de los textos breves del libro: interesada puesto que no había en el margen de las historias ni un óbice de hartazgo, maratónica porque incluso sus textos breves era necesario leerlos, releerlos con insistencia, al ritmo de una carrera exhaustiva.

Las hagiografías, las historias de las comidas en casa de Martucha, el Marinero ilustrado, el profesor y la sirena marcaban un universo construido a base de retazos, un collage de voces que emergían, desaparecían, volvían a emerger dando al finalizar, al libro, una visión nostálgica del mundo, una filosofía donde lo erótico y la muerte, lo lúdico y la reflexión eran tan semejantes como hermanos gemelos.

Vasta es, sin embargo, la obra de Felipe Garrido, quien también es miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua desde el 2005. Libros de ensayo sobre la lectura, libros de viaje, compilaciones de textos breves e incluso guiones televisivos pueblan el universo narrativo del nacido en Guadalajara pero torreonense por decisión. ¿Sobre qué hablar con un autor como él, tan comprometido en muchas causas, con un bagaje anecdótico tan amplio de la cultura mexicana y al mismo tiempo, con múltiples proyectos tanto de traducción como difusión de la lectura? Sólo se me ocurre una cosa. Sobre literatura, su escritura, sobre sus originales razones para ser antes que escritor, un lector.

—Siempre, en tus textos, en muchas ocasiones haces referencia a tus padres como decisivos en tu carrera como lector, en tu gusto como lector. ¿Cómo fue su apoyo?
—En muchos sentidos, él y mi madre me hicieron lector porque ellos eran lectores. Y yo los veía leer, los veía leer revistas, libros, periódicos. Digamos que yo me acostumbré a leer siguiendo el ejemplo de mis padres y gracias al mucho tiempo que ellos dedicaron en primer lugar a hablar de su infancia, sus escuelas, los lugares donde habían vivido. Y en el caso concreto de mi padre, él era muy buen cuentero, inventaba historias. A veces, sin ningún recato, plagiaba a cualquier autor para contarnos una historia que en ese momento parecía que él estaba inventando.
Recuerdo que contabas dentro de tu discurso de aceptación a la Academia Mexicana de la lengua que incluso se hizo pasar muchas veces como el autor de El Quijote.

Nos contaba episodios del Quijote y los contaba como si se le estuvieran ocurriendo en ese momento. Junto con El Quijote había una serie de aventuras en la selva donde nos ponía de personajes  a mis hermanas y a mí. Había un gnomo, llamado Godofredo, y muchos capítulos en las aventuras de Godofredo eran siempre historias muy cercanas a las situaciones de la casa. Godofredo vivía en un pirul que estaba en el jardín; y esa cercanía con el entorno familiar era muy rica, le daba mucha vida a las historias.

—Además de tus padres fuiste encontrando más gente que te indujo a la lectura. Es como si, el lector, se hiciera a base del esfuerzo de muchas personas.
—Si, mi abuela materna también es muy especial. Y luego tuve amigos que también eran lectores de mi edad; el mas importante de ellos Jorge Soto, y tan importante como Jorge, su padre. Era un hombre muy enterado para literatura. Me llevó a conocer muchas lecturas, autores. Luego ya, en otro nivel, al llegar a la Universidad conocí a otros escritores. Ahí conocí a Torri, Francisco Montero, Antonio Alatorre, Sergio Fernández, Maria del Carmen Millán, Margarita Quijano, Margo Glantz, Luis Ruis.

—Tienes este gusto de leer, este placer por leer: En qué momento dices: quiero que me lean.
—La única manera de hacerse lector es disfrutando el placer de la lectura. Un libro que te hace vivir experiencias que no son tuyas está provocando placer. Creo que escribir es un deseo de expresarte y es un desarrollo natural: a fuerza de leer a los demás, tú también quieres decir algo. Así como a fuerza de oír a los demás, un día también quieres decir algo, lo que tú piensas.

—Y tu proceso creativo, tu literatura ha sido muy vasta. Es como una forma muy generosa de escribir, de decir: No me voy a ceñir solo a un género, que es algo que actualmente se inculca mucho en los talleres a los jóvenes: Si escribes cuento, lee sólo cuento y escribe cuento, nada de poesía, epigramas, teatro.
—Yo creo que hay escritores que escriben varios géneros: si uno piensa en Reyes, la poesía de Reyes es realmente importante, a veces la ataca que sean pocas páginas en relación a otras cosas que escribió. Pienso en un autor como Pacheco, tiene cuentos, poesía, ensayo y está difícil saber en cual de los tres géneros es mejor: tiene ensayos espléndidos, poesía de primera, cuentos muy buenos, novela, tiene traducciones. Yo creo que si alguien puede que le entre a todo lo que quiera. Lo que no puede hacer un escritor es escribir un género que no ha leído.

—Eres muy conocido, sobre todo por tus textos cortos y por tu capacidad para formar lectores. ¿Como ves este género breve?
—Por un modo, me encanta como lector y regreso a lo que he estado diciendo, uno es lo que escribe. Conocí los textos cortos como lector leyendo a Torri, a Arreola, Monterroso, leyendo la Biblia. Muchas de las historias que mayor repercusión han tenido en la historia de la humanidad aparecen en quince, doce, veinte renglones en cualquier edición de la Biblia: la historia del hijo prodigo, la historia de Sansón y Dalila.

— ¿Serian estos cortos bíblicos, Salome, Jonás, los que podrías considerar los mejores textos breves?
—Si te pones a pensar por un lado las parábolas de Cristo, muchos episodios del antiguo testamento y también historias de los evangelios, e incluyo los evangelios apócrifos, que son un tesoro de historias, hay ahí muchas narraciones que tienen lo que yo llamo la poesía de la acción. Esas historias que tienen la poesía de la acción soportan estar contadas de cualquier manera, pero, la peor de las narraciones del hijo prodigo, cualquiera que haga el más torpe narrador conserva emoción, como sucede con los cuentos clásicos. Una madre que no tenga ningún interés ni inclinación literaria pero que cuenta a sus hijos otra vez la historia de Caperucita y Hansel y Gretel; en la acción misma hay un elemento de enorme fuerza que permite ser contada de muchas maneras, vertidas a otras formas de arte, y por eso surgen ahí operas, ballets, películas, todo lo que queramos.

— ¿Qué encuentras en el texto corto que no te permiten otros géneros?
—Es el arte como si fuera una miniatura, una cosa es un gran fresco y otra es un trabajo que ocupa apenas un par de centímetros, que puede llevar mucho tiempo, que permite una gran capacidad artística,  y una gran capacidad de síntesis. A mí me gusta de los cuentos cortos que llevan al cuento a su expresión mas depurada.

—Y el peor enemigo del cuento corto, ¿qué sería?
—Yo siento que el principal enemigo de un cuento corto es lo que yo llamo la ocurrencia. Un cuento necesita tener personajes y tener conflicto. Un pensamiento sorpresivo, un pensamiento deslumbrante, es otra cosa: puede ser un aforismo, puede ser una simple ocurrencia, no necesariamente es un cuento corto.

—Cuales han sido estos autores a quienes te acercas al momento de escribir estos cuentos breves.
—Yo pienso en una recopilación como el libro de la imaginación de Edmundo Valadés, pienso en Marcial Fernández, en José de la Colina, en Mónica Lavín. Los compañeros de generación de Torri, muchos de ellos después ya no se dedicaron a la literatura: Díaz de Furo, Toussaint. La idea de que el cuento corto es algo tan absolutamente moderno no es tan cierta.

—Y sin embargo hay mucha gente que reniega del texto corto. Piensan que no es un buen reto. Hablan de que la novela es la catedral, el cuento es el bocado perfecto, pero el cuento corto lo hacen a un lado como si fuera la cosa más sencilla del mundo.
—Allá ellos, lo que se pierden. Yo he sufrido eso. En un momento «La Musa y el garabato» pudo ser Premio Villaurrutia. Y no lo fue por esa opinión. El argumento mayor en contra era que habían sido cuentos cortos, no eran una obra de mas aliento. No recuerdo quien tuvo el premio ese año. Y seguramente alguien que lo merecía, porque cada año puede hacer veinte, veinticinco aspirantes o más a ese premio, de los cuales todos o casi todos lo pueden tener sin demeritar el premio para nada. Al mismo tiempo, hay quienes somos fanáticos del cuento corto, al que yo procuraría proteger sobre todo de esto que dije, protegerlo de la simple ocurrencia. Eso no es un cuento.

— ¿Qué debería tener para ti un cuento corto?
—Una historia. Un cuento corto necesita tener una historia, no importa lo breve que sea el cuento. Una frase deslumbrante es sólo eso, una frase deslumbrante, no un cuento.

— ¿Podríamos decir que un cuento corto, el texto breve, es como un pequeño relámpago que ilumina?
—Así debería de ser. Los buenos textos cortos son como un relámpago, el relámpago se lleva bien con el jab que pide Cortazar o con la flecha que pide Quiroga, un cuento breve es deslumbrante y mientas más breve, puede ser más deslumbrante.

—Hace rato decíamos que no te gusta la palabra minificcion, pero es un nombre ya tan familiarizado para nombrar el género.
—Que sea generalizado no quiere decir que haya que aceptarlo. A mí me gusta el cuento corto. A mí me gusta hablar de cuentos cortos, porque deja el espacio abierto a incluso, a escritos que no sean ficticios, que estén mas cerca de la realidad. Hay ensayos, así como hay cuentos de una línea, hay ensayos de una línea. Torri tiene un texto muy luminoso sobre el ensayo breve. Torri dice que no hay porque llevar todo a sus últimas consecuencias, ve eso como una costumbre algo vulgar. Hay que dar suficientes cosas insinuadas para que el lector tenga un espacio donde moverse. Cuando un autor te lleva demasiado de la mano, no deja al lector para que este ponga su parte.

—En tu discurso de aceptación a la Academia, al final, incluyes el texto breve de «Conjuro». ¿Conjuro es de tus preferidos?
—Hay tres conjuros en «La Musa y el garabato». Hay uno inicial, uno casi la mitad del libro y otro lo cierra. Cuando traté de encontrar un orden tuve muchas ideas, pero sentí que eso era monótono y que se cambiara como en el periódico. Cuando los escribí nunca pensé en eso, como nunca pensé que iba a reunir los cuentos en un libro. A veces he dicho que toda «La Musa y el garabato» es un conjuro, con esos abres, pero todo el libro es un conjuro.

—Actualmente tienes una nueva columna de cuento corto en la Jornada Semana, Mentiras Transparentes ¿Volveremos a ver en esta nueva publicación algunas de las historias de la Musa y el Garabato, por ejemplo a las historias de Martucha?
—No creo, algunos personajes ya reaparecieron, hay un Antón Gil de un cronista de indias olvidado que ya reapareció. Martucha y su familia no creo. Sí creo que en Mentiras Transparentes seguirá habiendo, como en la Musa: historias de niños, historias de fantasmas, pero creo, otros, como Martucha, no.

La obra de Felipe Garrido es así como un conjuro. Uno que dice:

Que no haya en tu memoria más recuerdo que mis caricias, ni en tu esperanza otro refugio que mis brazos, ni en tus manos otros tacto que mi rostro, ni en tus oídos otra huella que mi voz, ni en tus ojos otra sombra que mi éxtasis, ni en tu olfato otro perfume que mi sexo, ni en tu lengua más sabor que el de mi piel. (Repítanse estas palabras siete veces, de noche, a mil kilómetros de la mujer amada, y escríbanse después, para enviarlas a los lomos del viento, en una hoja de papel…

Así, en una hoja de papel estás palabras de Felipe Garrido, este conjuro sobre cómo el texto breve es como un relámpago, si breve, mucho mejor.