• Autora de 20 libros, escribió poesía además de dedicarse a la arquitectura, historia del arte, a la docencia, así como a la edición y gestión cultural

A poco más de dos años de su fallecimiento, la poeta Iliana Godoy, quien consideraba que la poesía es una vocación irrenunciable, fue recordada con un homenaje en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes.

La vida y obra de la también arquitecta y ensayista nacida el 22 de enero de 1952 fue evocada por los poetas Víctor Toledo, Marlene Villatoro, Elia Espinosa y César Rodríguez, además del artista plástico Alejandro Villanova, hijo de la escritora; como moderadora participó Beatriz Saavedra.

La coordinadora nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), Leticia Luna, señaló que una característica de Godoy fue siempre darle voz a la poesía, “andamios de versos que construía al mismo tiempo que se desarrollaba en la historia del arte, la investigación del arte precolombino, la docencia, la edición y la gestión cultural”.

Sostuvo que Godoy, autora de 20 libros de versos, novela y ensayo, no sólo escribió poesía, sino también difundía, por medio del grupo Floricanto, el Encuentro Hispanoamericano de Poesía y Cultura Independiente hacia el Bicentenario. A ello habría que agregar que fue una exponente del haikú, tanto en México como América Latina.   

Beatriz Saavedra comentó que la ganadora del Premio Luis Cernuda 1986, igual que Hölderlin, estuvo poseída por una locura sagrada: la poesía, a tal grado que, por ejemplo, habla de lo más simple a lo extremadamente complejo.

En su turno, el poeta y ensayista veracruzano Víctor Toledo dijo que algo que lo unió con Godoy fue la sincronía, “una línea que tiene mucho de una mística que se cruza con lo científico, es el diálogo interior del alma con el anima mundi”.   

La poeta, actriz y narradora Marlene Villatoro recordó que a la autora de Mástil en tierra, Tríptico de danza, Ritual de excesos y La poesía de Jaime Sabines y sus grandes temas, entre otros libros, le gustaba escribir sobre los pueblos y conventos, y hablaba del amor y de los relatos del pueblo Real de Catorce.

Narró que, por ejemplo, alrededor del desierto del pueblo Real de Catorce “Iliana Godoy veía imágenes, entre ellas a un joven al que ella llamaba Uriel que se convertía en un Prometeo adolescente danzando y haciendo el amor alrededor del fuego. Ahí se encuentra la raíz de su obra, porque no solamente tocó su vida poética, sino que ella la descubre y vive su infinita gama de placeres”.

Señaló que desde su interior camina descubriendo el monólogo ante la luz o duermevela de su inconsciente a través del ritmo emocional del verso que a veces se alarga o se para y continúa siempre como un vaivén eterno; el dolor, el deseo, la impudicia y la muerte se abre y se escancia en el vasto dominio del lenguaje.      

Para Alejandro Villanova, su madre fue algo así “como una mujer renacentista, debido a que era una persona que vivía el arte y la ciencia con la misma intensidad. Su vida, en todas sus facetas, fue muy intensa”.

El poeta César Rodríguez explicó que a partir de la palabra, Godoy busca una estética que funde con su formación arquitectónica y poética para encontrar un significado a la vida misma.  Finalmente, la investigadora y poeta Elia Espinosa habló sobre la relación amistosa y profesional que sostuvo con Iliana a lo largo de varias décadas.

En cierta ocasión, el poeta chiapaneco Juan Bañuelos dijo que la obra de Godoy extrae su savia del mundo más elemental y cotidiano; las cosas en su verso se destacan, cobran sentido inusitado con sólo la simple enumeración. Se apropia de la realidad de una manera progresiva y meditada, avanza reconociendo, redescubriendo el cosmos, desarrollando así una importante mitología de lo real.