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Para el poeta y psicólogo chiapaneco Efraín Bartolomé (1950), el café es su bebida preferida, porque es estimulante y benefactor. Su amor por esta bebida ancestral aparece en el libro Corte de café, dado a conocer anoche en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes, por el autor, la artista visual Berenice Torres Almazán y el académico e investigador Alberto Soto.

Tras señalar que Berenice Torres dialoga visual y poéticamente con su poema, aparecido hace 37 años, el escritor detalló su amor por esta bebida que, a pesar de su sabor amargo, es consumida en todo el país.

Relató que “un día poco antes de cumplir un cuarto de siglo vi a mi tío Rodrigo llegar al comedor de la casa paterna en Chiapas y mostrarle a mi madre la mano ensangrentada, se había cortado los dedos con el filo de uno de los canastos que se usaban para lavar café.

Mi tío había sido mi ídolo de infancia, uno de los mejores vaqueros de aquella zona de hombres de a caballo; ágil para amansar potros y encargado del proceso de beneficio del café durante la temporada de cosecha.

Esta experiencia -prosiguió- desencadenó una conciencia y una serie de emociones y percepciones relacionadas con los arduos cuidados requeridos para que, tras muchos esfuerzos, llegara a nuestra taza el prodigioso aroma, el sabor exquisito y los efectos estimulantes del grano milagroso; tan poderoso en sus efectos que hizo a Mahoma decir que después de su primera taza se sentía capaz de ‘desenrazonar’ a 40 jinetes y poseer a 50 mujeres”.

Recordó que, en ese tiempo, sin carreteras ni energía eléctrica, todo el proceso del café en el valle de la Selva Lacandona se hacía a mano; pero lo más importante era que estaba forjando en mi alma mi primer libro, El ojo de jaguar, publicado en 1982 por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Corte de café constituye con Selva adentroTiempo de agua y Donde habla la ceniza, la primera parte del poemario El ojo del jaguar de Efraín Bartolomé, dividido en ocho partes; mediante estos textos el poeta lleva a los lectores por los senderos de la selva chiapaneca para acercarlos a los sentimientos en torno al grano.  

Según Bartolomé, al libro le fue inmejorablemente con la crítica y de aquella fecha a la actual, supo ganar lectores, ya que se ha reeditado 12 veces y ha merecido ediciones normales, lujosas y lujosísimas. Apuntó que Corte de café se integró a El ojo de jaguar y en él encontró su nicho y, desde ahí, a sus lectores.

Señaló que un día, uno o dos años después de su aparición, lo detuvo un hombre en una librería para informarle que su poema dedicado al café aparecía en la primera página de su tesis de economía referente a esta bebida, y eso lo alegró mucho. 

Posteriormente, indicó el autor, vinieron sorpresas mayores y gratas. “Vi mi poema reproducido en revistas, periódicos, antologías nacionales y extranjeras, o sitios no relacionados directamente con la literatura”.

Después de explicar detalladamente el proceso de llevar el café a la mesa del comensal, Bartolomé dijo que alrededor de su poema se forjó una leyenda negra, al grado que trataban de pagarle mucho dinero para desaparecer el poema, tras lo cual leyó el poema Corte de café.

En su momento, la poeta y artista visual Berenice Torres Almazán dijo que el trabajo hecho por ella fue un proceso intenso de dos años de lectura del poema de Bartolomé, así como caminatas y visualización de las fincas de café.

Café cortado, de Efraín Bartolomé, es un libro sui generis, en el sentido que no tiene mucho que ver con mi trabajo de producción artística cotidiano; es decir, que me impuse retos diferentes, explicó.

Señaló que sus ilustraciones son grabados en metal y aguafuerte, y el papel utilizado no es el habitual en la impresión de este género, sino que iba a tener características muy particulares.

Asimismo, resaltó las emociones plasmadas artísticamente en el libro. Cada vez que trabajo con Efraín Bartolomé y con sus poemas, me confronto con muchas emociones y sentimientos entre mí misma y mi quehacer artístico. En 30 años de carrera, por primera vez realicé grabados en color, comentó.

El profesor universitario e investigador Alberto Soto señaló en las décadas de los setenta y ochenta era una tradición familiar mexicana tomar café con canela o piloncillo, según el gusto de cada quien y dijo que “el libro del poeta es un repaso por la historia y los recuerdos; por ejemplo, confronta mis convicciones con mi deshumanizada naturaleza cotidiana”.

Asimismo, añadió, “el poema me hace preguntar cómo no me he percatado que el residuo que queda en mi taza son las cenizas de los que cruzaron la espesura verde y murieron poco a poco como preámbulo de mis despertares y urgencias por beber café”.