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Jorge Cuesta (Córdoba, Veracruz, 23 de septiembre de 1903-Ciudad de México, 13 de agosto de 1942) fue el más universalmente armado de todos los escritores del grupo Los Contemporáneos, porque la filosofía, la estética, la ciencia, la crítica y la poesía lo atraían con igual fuerza, dijo en alguna ocasión Xavier Villaurrutia.

Cuesta llegó a la capital del país, proveniente de Córdoba, con el objetivo de estudiar música y química. En la Ciudad de México conocería a Gilberto Owen y a Villaurrutia, dos amigos que, al igual que él, conocían la lengua y literatura francesas.

Durante su breve vida, Cuesta escribió poesía, así como artículos sobre política, economía, educación y otros temas similares. Ningún libro suyo fue publicado. Más del 80 por ciento de sus textos están dedicados a la problemática mexicana.

“Resulta ya no curioso, sino fascinante el que Jorge Cuesta no haya publicado en vida, aparte de la Antología de la poesía mexicana, más que un par de folletos de asuntos políticos”, ha referido el escritor, investigador y periodista Guillermo Sheridan.

El autor y crítico literario Luis Mario Schneider ha señalado: “Cuesta es el único escritor mexicano con leyenda, esa que trasciende, que supera la misma biografía”, y añadió que el escritor tuvo permanentemente una contradicción donde fuego y llama se autodevoraron y autoaniquilaron, creando a la vez una poética trascendente y lúcida.

En sus textos, Cuesta trazó con absoluta fidelidad a sí mismo los rasgos inconfundibles de su pensamiento: lucidez y libertad frente a la domesticación de la conciencia.

Los abuelos paternos de Cuesta nacieron en Francia, cuya cultura le atrajo considerablemente al autor de Canto a un dios mineral. Como muchos otros escritores, no fue muy sobresaliente en la escuela, salvo en lengua, literatura, física y matemáticas.

Dicen quienes lo conocieron que la soledad fue su eterna compañera, por eso se consideraba a sí mismo como el más triste de los alquimistas, emulando a su admirado Charles Baudelaire.

En opinión de Octavio Paz, Cuesta “estaba poseído por un dios temible, la inteligencia. Pero inteligencia es una palabra que no designa realmente a la potencia que lo devoraba. La inteligencia está cerca del instinto y no había nada instintivo en Jorge Cuesta. El verdadero nombre de esa divinidad sin rostro es Razón”.

El autor de La llama doble sostuvo: “Su muerte fue absurda no por falta sino por exceso de razón. Fue un caso de intoxicación racional. A Jorge Cuesta le faltó sentido común, es decir, esa dosis de resignada irracionalidad que todos necesitamos para vivir”.

Agregó que, al final de su vida, Cuesta sometió su cuerpo y su razón a pruebas que podrían recordar a la alquimia, como la ingestión de substancias químicas, con el objeto de realizar una transmutación física y espiritual no sin analogías con un proceso de autodivinización. Pese a todo, Paz recordaba a Cuesta como una persona sensible, refinada y profundamente humana.

El crítico literario Christopher Domínguez Michael ha señalado que escribir sobre Cuesta “ha sido, para tres generaciones, el rito de pasaje indispensable para entrar en la tradición crítica: de autor secreto a conciencia de una literatura, ese ha sido el destino de un hombre que, habiendo vivido en las sombras, alcanza su centenario en el mediodía”.