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“Yo he vivido poco porque he soñado mucho… Dios me habría hecho poeta, y ya se sabe que un poeta es un pobre loco, apasionado por todo lo bello, por todo lo misterioso y –añadamos—por todo lo triste”. Éste fue uno de los pensamientos de Amado Nervo, de quien este 24 de mayo se conmemora el centenario de su muerte.

 

 

La obra del poeta nayarita será recordada a través de un homenaje en el que participarán Tarsicio Herrera, Felipe Garrido, Adolfo Castañón y Gonzalo Celorio, el jueves 23 de mayo a las 19:00 horas en la Capilla Alfonsina, organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) y la Academia Mexicana de la Lengua.

Considerado uno de los máximos exponentes de la poesía modernista, en la línea de Rubén Darío, Amado Nervo es autor de una larga lista de libros en verso y prosa, como Perlas negrasMísticasPoemasEl éxodo y las flores del caminoHermana aguaLira heroicaLos jardines interioresEn voz bajaLa amada inmóvilSerenidadPlenitud y El bachiller, entre otros.

De acuerdo con el ensayista español Manuel Durán, “religión, magia, sentimiento de la muerte, vulnerabilidad del ser humano y, al mismo tiempo, de su perduración, de su transformación, debieron estar presentes en la infancia de Nervo”.

Nacido en 1870, Amado Nervo empezó a escribir cuando aún era niño. En cierta ocasión su hermana encontró algunos versos, hechos a hurtadillas, y los leyó en el comedor a toda la familia reunida. “Yo escapé a un rincón. Mi padre frunció el ceño. Y eso fue todo”.

Con el paso del tiempo, el poeta maduró y se sintió atraído tanto por las mujeres como por la vida monástica. Sobre ello, Durán señaló que Nervo “ve en las mujeres la presencia salvadora, mágica, sobrenatural; se consagra a ellas; escribe para ellas”.

La figura de Nervo también llamó la atención de sus contemporáneos, como Luis G. Urbina, quien escribió: “No olvidaré, no podré olvidar nunca las dos cosas que me revelaron al soñador: la mirada dulce y vagarosa que, cuando se detenía, se tornaba intensa y honda, y se encendía en luz abismal, y las manos gesticulantes, expresivas, que se contraían en rápidas crispaduras o se abandonaban en languideces y desmayos elocuentísimos, siguiendo la fulgurante e inagotable verbosidad del poeta”.

Lo mismo le sucedió a Tablada, que vio en los ojos del poeta nayarita --quien solamente vivió 49 años-- una mirada en que ardía el genio con diafanidades candorosas o con iluminaciones de éxtasis.

A menudo se considera a Nervo como el heredero espiritual y poético de Gutiérrez Nájera, pero lo cierto es que su imagen fue la de un poeta perdido en las nubes de la contemplación. Aislado de los problemas políticos y sociales de su tiempo, prefería lo abstracto, lo misterioso, lo inasible y la presencia femenina, concreta y sensual.

En una crónica, Durán escribe: “Los funerales de Nervo fueron una apoteosis: duelo presidido por el presidente de Uruguay, retumbar el cañón, duelo nacional, a pesar de que el poeta quería una muerte sencilla, sin honores y se había burlado de los epitafios grandilocuentes”.

Por su parte, Bernardo Ortiz de Montellano relata que Nervo había amado tanto a la muerte que sus esponsales fueron un acontecimiento inusitado. Ni héroe ni rey alguno, menos un poeta, han recibido nunca los honores que durante seis meses, tiempo que duró el traslado de sus restos a la capital mexicana, le rindieron a su paso los pueblos de América… los libreros agotaron las ediciones de sus libros. Millones de labios repitieron su nombre y sus versos.

Nervo murió el 24 de mayo en Montevideo, Uruguay, pero el 14 de noviembre fue enterrado en la Rotonda de los Hombres Ilustres de la Ciudad de México, en un sarcófago obsequiado por Uruguay y esculpido por Zorrilla de San Martín. Se calculó en 300 mil el número de asistentes a las ceremonias de su entierro en México.

Durán asegura que el poeta fue un hombre bondadoso, amable, sincero, sin pose y escribió poemas que todo el mundo entendía, poemas que con frecuencia arrancaban lágrimas a los que los escuchaban, que hablaban del amor y de la muerte con un mínimo de retórica y un máximo de sinceridad, que expresaban una religiosidad profunda más allá de los dogmas.

Ramón López Velarde, al enterarse de la muerte de su colega, dijo: “Para mí, es el poeta máximo nuestro. Salvo sus prosas y versos catequistas, él es nuestro as de ases”.

El español Juan Ramón Jiménez expresó: “Yo siento por Amado Nervo ese cariño que a veces tiene el alma por una rosa, por un ruiseñor. Hay poetas a quienes amo con la frente, a éste lo quiero con el corazón”.