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Con el objetivo de ofrecer nuevos enfoques para comprender la importancia de obras clásicas de la literatura universal, la Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes organiza Lo joven y lo clásico. En el marco de este ciclo, el crítico Adán Ramírez abordó la obra de James Joyce, uno de los genios literarios de todos los tiempos.

La charla tuvo lugar la tarde del miércoles 15 de febrero en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes, donde se dieron a conocer aspectos notables del escritor irlandés, pilar de la literatura moderna y la novela del siglo XX.

Ramírez refirió que Joyce, después de estudiar literatura y medicina en París, regresó a Dublín, donde se unió a Nora Barnacle, con quien tuvo dos hijos. Luego, hundido en el alcoholismo y el desencanto, se autoexilió en Trieste para continuar con su quehacer literario.

Joyce comenzó como un escritor realista, lo que puede comprobarse en sus primeros cuentos, pero abandonó este estilo cuando encontró su voz al pensar que “si en verdad queremos imitar la realidad, tenemos que hacerla desde el cerebro de los seres humanos, desde nuestra conciencia y nuestro propio lenguaje”.

No obstante, fue “un escritor insatisfecho en muchos sentidos con su vida, un diletante que se dedicaba a dar clases de inglés y a cuidar a sus hijos. Tuvo problemas con el alcohol y con su esposa”.

La novela como género, agregó el crítico, se consolidó en el siglo XIX, ya que antes era considerada literatura de entretenimiento. Fue entonces cuando escritores y poetas comenzaron a voltear a verla.

“Justamente eso hizo James Joyce. Sin embrago, su propia obra es formativa. Comenzó como un escritor ingenuo y terminó por ser un autor brutalmente consolidado. Eso llama muchísimo la atención”.

Añadió que el autor de Ulises, a diferencia de muchos escritores que sucumben ante la prisa de publicar, se fue estudiando a sí mismo, dándose tiempo y años, “consolidando una obra y descubriendo una voz. Fue haciéndose poco a poco”. Por ejemplo, tardó más de 15 años en escribir Finnegans Wake.

Por su modo de tratar algunos temas, dijo, ha sido considerado un escritor incómodo y provocador. “Cuando publicó Dublineses en Irlanda causó mucho revuelo en un nivel ético, porque él era voyerista y se sugieren muchas cosas ahí. También escribió bastante en contra de la religión”.

Aunque muchos han calificado su obra como compleja y poco accesible, esto se debe a que “cada una de sus palabras, cada uno de sus párrafos, cada uno de sus libros, está hecho y gira con relación al otro”.

En entrevista, Ramírez señaló que la vigencia de la obra de Joyce se sostiene en su calidad, ya que es un autor que ofrece mucho a los lectores y escritores, “un gran artífice de la tradición a la altura de Flaubert o de Proust, pero también un gran iconoclasta. Fue de los primeros, quizás junto con Hermann Broch y otro número de escritores, que rompieron con esa tradición y crearon una nueva estética. Hicieron en verdad una obra nueva.

“Yo recomendaría que tomaran alguno de sus libros, que se enfrentaran a sus primeras palabras, a sus primeros textos, de la forma más sencilla: quitándose complejos. Un libro de James Joyce puede ser el primero que lean en su vida y les gustará muchísimo”, concluyó.